Por: David Uzcátegui*
En medio del país fracturado y adverso en el cual sobrevivimos hoy, quizá uno de los paisajes más desgarradores, lo ofrecen todos los niveles de nuestro sistema educativo.
Y es que ya lo sabemos, de la educación depende el futuro de cualquier país.
Hay naciones que no cuentan con riqueza natural alguna en su territorio y que se han levantado a punta de educación hasta sitiales privilegiados de prosperidad. Otras tantas han sacado partido de sus ventajas a través de la formación de sus ciudadanos para potenciar sus riquezas. Es el caso, por ejemplo, de las que han sabido explotar el turismo a través de una excelente calidad de servicio brindada por su gente.
Sin embargo, el caso nuestro es desolador.
Desde antes de la ruptura definitiva que marcó el Covid 19 en el sistema educativo, la situación se desplomaba en barrena. Es notorio el incremento de su deterioro desde 2015 por la compleja situación nacional.
La Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi) reportó en su informe de 2019-2020 que el rezago escolar severo se triplicó entre las mujeres y se duplicó en el caso de los hombres entre 2018 y 2019. Un torpedo en la línea de flotación de nuestro país, al dejar a la buena de Dios el único instrumento que tenemos para superarnos como colectividad: la educación.
Una investigación en la que participó la Universidad Católica Andrés Bello evidencia que, en los últimos tres años, 25% de los maestros y 15% de los estudiantes de escuelas y liceos abandonaron las aulas.
¿Por qué se van los maestros? Básicamente, por los irrisoriamente bajos salarios, que los obligan a buscar otras fuentes de ingresos, emprender o incluso emigrar a otros países, con lo cual tenemos una lamentable fuga de cerebros de lo que debería ser la materia prima de nuestro futuro: el docente.
No fue sino por esta causa que los docentes venezolanos protestaron bajo el lema “Con hambre y miseria no hay educación». Así exigían sus derechos los profesionales que, de paso, no han cobrado. Sin primas. Sin bonos. Son 3 mil docentes suspendidos de pago por defender sus derechos. Muchos de ellos no regresarán en septiembre, para volver a dar clases. Así, se nos va por el desagüe la crisis educativa.
¿Y por qué dejan los educandos de asistir a los planteles? Las causas son tremendamente variadas. No disponen de una alimentación adecuada, de calzado o vestuario, de recursos para comprar los textos escolares o tiene dificultades para movilizarse, ante los costos del transporte público y las adversidades que encuentran los vehículos particulares en el suministro de combustible y repuestos.
La misma investigación asegura que 85% de los planteles no cuenta con internet, 69% tiene carencias agudas en el servicio eléctrico y 45% tiene problemas graves con el suministro de agua.
Leyendo entre líneas al citado estudio, encontramos que más de 40 por ciento de los niños de tercer grado solo lee 64 palabras por minuto o menos, cuando deberían estar leyendo entre 85-90 ppm, y por consecuencia, presentan dificultad para leer de manera fluida.
A todas estas calamidades se suma el estado físico de las escuelas, que da dolor por el avanzado nivel de deterioro y abandono. Más allá de la trágica falta de maestros, no hay planes de alimentación en los planteles. Las clases presenciales apenas tienen lugar dos veces a la semana en muchas escuelas. No hay salas de computación y las bibliotecas están literalmente destruidas. Eso para no hablar de las inexistentes condiciones de higiene y de seguridad.
Sin embargo, no queremos cerrar este vistazo desgarrador a la situación educativa nacional sin ver el vaso medio lleno. Porque, a pesar de tenerlas todas en contra, nuestra juventud tiene claro cuál es el norte de la recuperación nacional y serán los encargados de pasar la página de este momento adverso, plagado de fracasos.
Y nos queremos referir precisamente a las recientemente celebradas elecciones de la Universidad Central de Venezuela, donde la plancha favorecida por el voto Ucevista fue la unificada, donde participaba Fuerza Vecinal.
La UCV sigue siendo el faro del país y “La casa que vence las sombras”, como reza la letra de su propio himno.
No faltó, por supuesto y lamentablemente, el factor divisor que quiere ejecutar su agenda propia desde el egoísmo y llevándose por delante los intereses de la colectividad en favor de su miope visión de la situación.
Que esta buena noticia en medio del desaliento sirva para trazar un sendero de aciertos que nos pueda conducir a mejores tiempos, no solamente para el sistema educativo nacional, sino para la nación entera.
Tenemos retos y oportunidades más grandes por delante, no nos equivoquemos. Reflexionemos sobre cuáles conductas nos atrapan en un callejón sin salida y cuáles nos llevan a dejar atrás la adversidad.
*Licenciado en Administración.
.