SOBRE EL DESCUBRIMIENTO DEL ADN | Por: Ernesto Rodríguez

 

Todos sabemos que el biólogo estadounidense James D. Watson (nac. 1928) y el biólogo molecular británico Francis Crick (1916-2004) descubrieron la estructura molecular doble helicoidal del ADN y la publicaron en la edición de la revista ‘Nature’ del 25 de abril de 1953. Ese descubrimiento fue una de las más grandes revoluciones en la historia de la ciencia y de la humanidad. En efecto, tuvo un gigantesco impacto en nuestras vidas, porque ahora las pruebas de ADN se utilizan para dilucidar paternidad, para exámenes forenses en criminología, en la biología para detectar la cercanía evolutiva entre las especies en el árbol filogenético: Ahora sabemos que compartimos un 80 % de los genes con un ratón, y que compartimos entre 95 % y  99 % de nuestro ADN con un chimpancé. También utilizamos los análisis de ADN para descubrir los genomas de las especies, entre ellas la especie humana.  Adicionalmente, ahora el estudio del ADN abre todo un mundo de posibilidades futuras inimaginables con la llamada ‘ingeniería genética’ para erradicar enfermedades genéticas, y paremos de contar.

No obstante, hay algunas circunstancias poco conocidas sobre el descubrimiento del ADN, porque muchos libros de texto no las refieren. En efecto….¿Cuántas personas conocen que el trabajo de la biofísica británica Rosalind Franklin (1920-1958) fue crucial para que Watson y Crick diseñaran ese modelo doble helicoidal y que el aporte de ella ha sido poco reconocido?…Veamos con algún detalle tales circunstancias poco conocidas.

James Watson, biólogo molecular norteamericano, desde muy joven fue extraordinariamente brillante, pues cuando era niño ya participaba en programas radiales, ingresó en la universidad a los 15 años y a los 22 años ya tenía un doctorado y trabajaba en el prestigioso Laboratorio Cavendish en Cambridge (Inglaterra). Allí se unió a Francis Crick, biólogo molecular británico que era 12 años mayor, y ambos se dedicaron a la cristalografía y los estudios de macromoléculas por medio de difracción de rayos X.

No obstante, otros dos investigadores, el físico neozelandés Maurice Wilkins (1916-2004), y Rosalind Franklin, biofísica británica, estaban mucho más adelantados en la investigación que hacían en el King´s College de Londres para dilucidar la estructura del ADN.

A comienzos de los años 1950 ya se sabía que el ADN jugaba un papel en la herencia pero no se conocía su estructura ni la manera en que actuaba. Maurice Wilkins trabajaba en estudios de moléculas por medio de difracción de rayos X y necesitaba la ayuda de un profesional. De ahí que Rosalind Franklin se incorporara a su equipo pues ella tenía formación en cristalografía. No obstante, James Watson, en su amena obra titulada: ‘La Doble Hélice’ (1968) cuenta que desde un principio Wilkins y Franklin se llevaron muy mal porque ella quería ser totalmente independiente (1). Asimismo, Rosalind Franklin exasperaba al mismo Watson porque era ‘poco sexi’. Veamos las propias palabras de Watson: “Por su propia elección, ella no resaltaba sus cualidades femeninas. Aunque sus características eran fuertes, ella no carecía de atractivo y podría haber sido estupenda si hubiera prestado tan siquiera un poco de atención a sus vestidos. Ella no lo hacía. Nunca había una pintura labial que contrastara con su pelo negro recto…” (2).

Ella era sumamente trabajadora y había logrado con cristalografía de rayos X las mejores imágenes existentes sobre la estructura del ADN, pero irritaba mucho a Wilkins porque no quería compartir sus resultados. No obstante, muchos autores la disculpan porque en los años 1950 las mujeres investigadoras eran tratadas con desdén en el King´s College. Por ejemplo, a las mujeres no se les permitía comer con los hombres en la sala principal y tenían que comer en un cuarto que en palabras de Watson era: “tenebrosamente pequeño”. Además ella estaba siendo presionada constantemente por tres hombres (Wilkins, Watson y Crick) para que mostrara sus hallazgos de imágenes.

Maurice Wilkins cada vez se aliaba más con Watson y Crick porque ella cada vez se ponía más intransigente. Diversos investigadores en Estados Unidos e Inglaterra sospechaban que el ADN tenía una estructura molecular helicoidal, y Rosalind Franklin había encontrado imágenes muy buenas que indicaban tal estructura helicoidal para el ADN. Pero ella rechazaba esa hipótesis de que el ADN tuviera una estructura helicoidal (3). El hecho cierto es que nunca elaboró un  modelo doble helicoidal del ADN.

Bill Bryson (nac. 1951), es un reconocido divulgador de la ciencia estadounidense, y en su obra: ‘Una breve historia de casi todo’ (2003) dice que Wilkins en enero de 1953 mostró a Watson imágenes que ella había obtenido “al parecer sin el conocimiento ni el consentimiento de ella” (4). Por supuesto, si eso ocurrió así, no fue algo correcto. Años después, Watson reconoció que esa información fue crucial para elaborar el acertado modelo molecular doble helicoidal que publicó con Crick en abril de 1953. Es decir, Watson y Crick tuvieron la capacidad de interpretar adecuadamente las imágenes que ella obtuvo pero no supo interpretar.

En el año 1958 Rosalind Franklin falleció a los 37 años por cáncer de ovario debido a sus frecuentes exposiciones a los rayos X. En el año 1962 Watson, Crick y Wilkins ganaron el Premio Nobel de Fisiología y Medicina. Sería absurdo negar el aporte genial de Watson y Crick para dilucidar la estructura de la macromolécula de ADN. Quizás ella nunca hubiera logrado elaborar un modelo doble helicoidal para el ADN, pero en los libros de texto al menos se debería hacer referencia al aporte que hizo Rosalind Franklin trabajando tanto arriesgando su salud y obteniendo tan buenas imágenes.

En el año 2003 se cumplieron 50 años de esa publicación y durante ese lapso la biología molecular de los genes avanzó prodigiosamente. Actualmente nos encontramos en el umbral de una revolución biotecnológica de proporciones inimaginables, ya que dentro de unos años o décadas los humanos estarán en capacidad de diseñar la constitución genética de su propio cuerpo y su cerebro, es decir, estarán en capacidad de dirigir conscientemente su propia evolución biológica futura.

Para dar una idea de los cambios que se avecinan basta con referir los títulos de algunas obras que versan sobre el tema de la ingeniería genética. Una de ellas es la del médico y biofísico Gregory Stock (nac. 1949) y se titula: ‘Rediseñando a los Humanos. Nuestro inevitable futuro genético’ (2002). Otra es del conocido politólogo estadounidense Francis Fukuyama (nac. 1952) y se titula: ‘Nuestro Futuro Post-Humano. Las consecuencias de la revolución biotecnológica’ (2002). Otra es del naturalista  británico Colin Tudge (nac. 1943) y se titula: ‘El Impacto del Gene. Desde los guisantes de Mendel a los diseñadores de bebés’ (2002). Más recientemente el conocido historiador israelita Yuval Noah Harari (nac. 1976), ha publicado varias obras en las que analiza, entre otros temas, el futuro biotecnológico genético del humano, como: ‘Sapiens’ (2015), ‘Homo Deus’ (2015), y ’21 Lecciones para el Siglo 21’ (2018).

Como el lector se podrá imaginar, la revolución de la ingeniería genética ha desatado fuertes polémicas filosóficas y éticas en todo el  planeta. En tal sentido es interesante referir una entrevista a James Watson, que la revista ‘Scientific American’ publicó en su edición de Abril 2003 con motivo de los 50 años de la publicación de la estructura del ADN (5). Por motivos de salud, Francis Crick no pudo participar en tal entrevista. En los comienzos de la entrevista John Rennie, editor jefe de Scientific American, le preguntó sobre las motivaciones que tuvo para su crucial trabajo y Watson le responde: “Desde que nací yo fui curioso. Yo prefería leer historia económica que historia, por ejemplo, porque yo quería tener explicaciones. Y si usted quería una explicación para la vida, tenía que ser sobre las bases moleculares de la vida. Yo nunca creí que hay una base espiritual para la vida. Yo fui afortunado por haber sido criado por un padre que no tenía ninguna creencia religiosa. Yo nunca tuve ese tipo de irritación psicológica” (Pag. 50).

Más adelante en la entrevista, John Rennie le pregunta: “Usted tiene una reputación de que es muy franco y no tiene pelos en la lengua, y usted ha sido criticado por eso. ¿Tiene usted arrepentimientos por cosas que ha dicho?”. Watson le responde: “¡Yo no puedo estar sentado mientras la gente está diciendo cosas absurdas en una reunión sin decir que están diciendo cosas absurdas!” (Pag. 51).

A continuación John Rennie le pregunta respecto a las polémicas que hay en relación a la supervisión del estado sobre la clonación y la ingeniería genética. Watson le responde: “Yo creo que el estado no debería meterse (…) Yo me apartaría de la misma manera que el gobierno debería apartarse en lo del aborto. Las decisiones reproductivas deberían ser hechas por las mujeres, no por el estado. Ahora el asunto es la clonación. Pero el primer clon no es como la primera bomba atómica. ¡El primer clon no va a dañar a nadie!. Yo conozco a un famoso científico francés que nunca tuvo hijos porque en su familia había herencia de locura. Él no quería arriesgarse a la posibilidad de más locura. Eso es lo que yo quiero decir. La clonación podría significar que usted sabría que no habrá más locura. Yo creo que lo más importante deberían ser los derechos de la familia en oposición a los derechos del estado. La gente dice “Estos serían diseñadores de bebés” y yo digo “Bien, ¿Qué hay de malo en ser diseñador de trajes?”. Si usted pudiera decir “Mi bebé no tendrá asma” ¿No sería eso bueno? ¿Qué hay de malo con la clonación terapéutica? ¿A quién se le está haciendo daño?” (Pag. 51)…¡Vemos que el tema de la ingeniería genética y la clonación es muy polémico!…NOTAS: (1) Pag. 20 en James Watson (1968) ‘The Double Helix’. Penguin Books (2) Pag. 20 En James Watson Op.cit. (3) Pag. 406 en Bill Bryson (2003) ‘A Short History of Nearly Everything’. Broadway Books…También Pag. 541 en J.W. Baker and Garland Allen (1982, fourth edition) ‘The Study of Biology’. Adison-Wesley (4) Pag. 406 en Bill Bryson, Op.cit. (5) “Celebrating the Genetic Jubilee: A Conversation with James D. Watson”. (Scientific American, April 2003, Volume 288, Number 4, pp. 48-51).

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