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PARADIGMAS Y CERTIDUMBRES | Por: Carlos Vignolo*

por Carlos Vignolo F
30/05/2022
Reading Time: 3 mins read
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«El hombre es un animal que piensa”, afirmó René, con firme convicción.

Pero “El corazón tiene razones que la mente ignora” señaló Blaise.

Dicen que Descartes y Pascal, esos dos gigantes de la filosofía y la ciencia del Siglo XVII, conversaron largamente un 24 de septiembre de 1647, en el convento parisino de los Mínimos.

¡Pero no dejaron ningún registro!.

Y no siguieron conversando.

Tal vez no conversaron, sino que discutieron.

Quizás hasta se enojaron y por eso no volvieron a juntarse.

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(¿Le suena conocido?)

Es probable que Descartes, de 51 años, muy famoso ya como filósofo, descalificara al joven Pascal, de sólo 24, y lo invitara a “pensar” un poco mejor lo que “pensaba”.

¡Que lamentable!

Qué diferente podría ser el mundo, o al menos el hemisferio occidental, si hubieran seguido intentando conversar. Es probable que el paradigma de lo humano, como un ser que integra razón y emoción, cuerpo y espíritu, hubiera ganado fuerza, transformándose en el paradigma de base de la modernidad.

Pero no siguieron conversando. Descartes quedó “con la última palabra”, y triunfó el paradigma racionalista: “Pienso, luego existo”. Pudo haber sido “Sentipienso, luego existo” ó “Amo, luego existo”. Pero no fue.

Tal vez habrían seguido intentado converger, buscando un paradigma que integrara sus respectivas propuestas, si hubieran tenido en sus manos “La Estructura de las Revoluciones Científicas” de Thomas Kuhn y la contundente evidencia -proveniente de examinar el desarrollo de la física, química y biología- de que los científicos no descubren verdades, sino que generan nuevos paradigmas. Y que los paradigmas no son verdaderos o falsos sino útiles o no útiles, coherentes o no coherentes, a juicio de una comunidad que los adopta, desarrolla y luego defiende. Pero claro, Kuhn concluyó eso 300 años después, en 1962.

Pero no responsabilicemos a esos dos gigantes, que hicieron una enorme contribución no sólo a la filosofía sino también a la ciencia, por la brutal crisis paradigmática y práctica, política, ecológica y humana en que estamos. El error principal no es de Descartes. El error grave, el que nos trajo a esta encrucijada histórica, es que los seguidores de Descartes – y de los racionalistas que lo precedieron e inspiraron – asumieron la propuesta cartesiana no como paradigma sino como verdad. Transformaron un juicio, supuestamente bien fundamentado, en una afirmación, supuestamente verdadera.

Ello después de Kuhn, después de Maturana y Varela -que concluyen lo mismo desde la biología- y el propio Einstein, que nos invitaba a no buscar las soluciones a los problemas dentro de los mismos paradigmas desde los cuales lo generamos.

Caímos, dado ello, una vez más, en el fatídico mundo de las certidumbres. Puerta de entrada a los fundamentalismos.

Estados del alma esos que hacen imposible el aceptarse, escucharse y conversar.

Confundir juicios con afirmaciones se paga muy caro, a nivel individual y a nivel social.

Transformar paradigmas en verdades le ha costado la vida a millones y millones. ¿Cuántos fueron quemados en la hoguera por herejes, por sostener que era el sol que giraba alrededor de la tierra y no al revés, que era el paradigma predominante.? ¿Cuántos por sostener la existencia de razas superiores? ¿Sistemas sociales superiores?

La certidumbre y los fundamentalismos matan personas y matan posibilidades de convivencia armónica y desarrollo integral sustentable.

Pero hay más. Muchas personas, con frecuencia con alto nivel de educación formal, aún consciente de que sus propuestas no son verdades sino opciones paradigmáticas, las defienden como si fueran las únicas útiles y deseables. Entramos así en el territorio de la parálisis paradigmática. Resistimos el cambio. No sólo eso, resistimos incluso a conversar acerca de la posibilidad del cambio.

En los momentos que hoy vivimos, al borde de un colapso planetario, necesitamos urgentemente expandir nuestras consciencias, abandonar las certidumbres y soltar los paradigmas para, desde allí, desde una apertura de mente y corazón, con una dimensión espiritual cada vez más presente, encontrar salida a las crisis terminales que como países y humanidad, enfrentamos.

*Académico de la Universidad de Chile 

 

 

 

 

 

 

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Tags: Carlos VignoloOpinión
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