Lo que me preocupa no es que hayas mentido,
Sino que de ahora en adelante ya no podré creer en ti.
Friedrich Nietzsche
En el año 2004, el escritor español Fernando Savater, escribió un libro que Tituló: Los diez mandamientos en el siglo XXI. Tradición y actualidad del legado de Moisés. En el primer párrafo de la introducción del mismo hace una afirmación que, a nosotros, nos parece de suma importancia para entender la razón de ser de éste artículo.
Afirma Savater: Pensar en la vigencia de los diez mandamientos en pleno siglo XXI puede ser tomado como una antigüedad, o por lo menos como una pérdida de tiempo. Unas líneas más adelante, dice que:… Si de algo me sirve volver a analizar estos temas es, por un lado, para recordar mi infancia, y por el otro, para poner las cosas en su lugar.
Y es que, como herederos de la cultura ibérica, durante nuestra infancia comenzamos a ser modelados a su imagen y semejanza. Etapa de la vida en que somos vistos como seres naturales, y no como seres sociales, para decirlo en palabras de Jean Piaget. Ya que la infancia, ha sido el escenario de la construcción del sujeto en y por el deseo; en y por el ejercicio del placer ligado a las representaciones de objetos, como afirmaba Freud.
La evangelización cristiana, y la adscripción a la iglesia católica, de nuestros pueblos, es quizás uno de los mayores valores legados de la conquista y colonización ibérica de que fuimos objeto. Con el correr del tiempo se demostró que los “barbaros”, no eran nuestros pueblos originarios; sino los enviados, en “nombre de Dios”, quienes creyéndose poseedores de fuerzas religiosas superiores les asistía el derecho de colonizarlos, a su libre antojo y parecer.
Los diez mandamientos de Moisés, se le dijo a nuestros pueblos originarios, serían la fuente espiritual y la norma de conducta a través de la cual se convertirían en seres civilizados. Pero, los “indios”, como los llamaros, cada día observaban -con el mayor estupor- como estos los violaban.
De ellos, el VIII Mandamiento de la Tabla de Moisés: No levantaras falsos testimonios ni mentiras, es en el quehacer político del presente, el más profanado.
Aquella “afirmación” de que una mentira repetida cien veces se convierte en verdad, tiene un acierto casi irrefutable. A una persona, a una institución o a un proceso, sin la menor evidencia se le acusa de algo, las grandes corporaciones y agencias de noticias se encargan de convertirla en una “verdad”.
Ejemplo palpable e irrefutable de la anterior afirmación lo constituye la Revolución Bolivariana. Y, no es que estos conglomerados de la comunicación social hayan hecho suya la afirmación de Anatole France: Sin mentiras la humanidad moriría de desesperación y aburrimiento. No. Han hecho de la mentira su principal arma política para desestabilizar un gobierno hasta hacerlo colapsar.
Mi estimado lector, dele una mirada a todo lo que se ha dicho de los gobiernos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro, y constatará lo afirmado en el párrafo anterior. La mentira política, que no es una mentira piadosa, está asociada a una manera vil y delincuente de “hacer política”. En el caso venezolano, con el uso y praxis de la mentira política, se le ha hecho un gran daño a la democracia participativa y protagónica y al pleno alcance de la justicia social.
Es por ello que, para los dirigentes de la oposición antidemocrática, que han violado y profanado el VIII Mandamiento de la Tabla de Moisés, no hay penitencia que pueda “perdonar” su pecado.
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