Sin pan no hay independencia

Esta es una oración poderosa, una sentencia, una advertencia escrita por Mario Briceño-Iragorry en ese libro sublime sobre nuestra antigua agricultura, alegría de la tierra. Una admonición que funciona hacia adelante y hacia atrás. Sin el casabe y el ganado la soldadesca patriota no hubiese podido resistir. Sin el maizal no hay troja. La aniquilación de la agricultura campesina y la concentración de la tierra en pocas manos, asociada esta rapiña con los capitales industriales permitieron que los mercaderes del pan controlaran la vida del ciudadano que, paulatinamente, culturalmente se convierte en un consumidor incapaz de producir. El control de la vida económica es la base para una perversa dependencia cuyos signos se esparcen en todas direcciones. De esta manera, uno de los traumas fundamentales es el sacrificio para conseguirlo. Me explicaba Antonio. Si la gente consume cambures, suben de precio; si consumen yuca, sube de precio. Una curiosa frase de Alberto del Carmen es digna de volverse a decir: El único país del mundo donde la gente le tiene temor al aumento salarial es el nuestro.

Francisco escribe un libro interesante sobre la alimentación y me pide le haga un prólogo. Comienzo diciendo que tal libro debió llamarse La guerra federal y la biopiratería. Debo explicarles el asunto. El movimiento popular más importante que han hecho los herederos de Bolívar en disputa con los terratenientes por la propiedad de la tierra ha sido la guerra federal encabezada por Ezequiel Zamora. Tierra y hombres libres es una abierta afrenta a la posesión de la tierra en pocas manos y a la esclavitud. La biopiratería, por su parte, es el control de las semillas que hacen las grandes empresas del mundo para quien trabaje la tierra no tenga la capacidad de obtenerla por sí mismo de su propia tierra. Un enorme proceso de dominación y de dependencia. El capital y sus esclavos, más sus activas burocracias, las de aquí y las de allá, han derrotado y siguen derrotando a las huestes de hombres libres que resisten entre el desencanto y la forja de experiencias de producción para una real soberanía alimentaria. Debe redimensionarse la guerra federal contra quienes nos quitan los panes. Aquí hablo de las dos comidas básicas y simbólicas. La que nos permite los nutrientes necesarios para el cuerpo y la que nos alimenta el alma. Estamos viviendo un trauma gigantesco por la carencia de estos panes. La ausencia del pan, su arrebato y su control es un instrumento sagaz y perverso de dominación. Si en 1817 no se hubiese liberado Guayana del dominio español, la derrota del ejército libertador se hubiese prolongado mucho más. Una zona capaz de autoabastecerse permitió mayores capacidades. Pan, ejército y periódico (El correo del Orinoco) juntos, en manos de los hombres libres impulsó el proceso. La cosa se enredó cuando llegaron los mercaderes de todo e inventaron la cosiata.

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