No todo lo que brilla es oro…
En tiempos de la colonia, no existían los bancos, el que tenía mucho oro y plata, los guardaba en su propia casa o en algún lugar secreto que solo el dueño conocía… Los lugares preferidos por quienes guardaban sus buenos “biyuyos”, las paredes de bahareque y tapia, un rincón, debajo de la cocina, el jardín de la casa, o un lugar retirado al que se le sembraba un árbol; por si el olvido le echaba una vaina al propietario de las morocotas… lo que no sabían muchos de estos hombres adinerados, es que las raíces del árbol al crecer, llegaban hasta las morocotas y al desprender el metal, se secaba…
Ah, rigor…
Hoy, cuando se acerca la Semana Santa, centenares de trujillanos se llevaron al hueco del cementerio el gran secreto de dónde habían escondido las «monedas de oro”. Algunos les preparaban una especie de “contra” o maldición para que nadie se atreviera a desenterrar el bendito tesoro…
Lo que sí se sabe es que el metal enterrado, con el correr del tiempo desprende gases que se filtran por entre la tierra, al hacer contacto con el oxígeno, se transforma en una luz del color del metal; si es oro, es amarilla; si es blanca, la luz es blanca… La creencia de la gente en aquella Valera de hace 100 años, es que la luz era el alma en pena del dueño del entierro y andaba buscando a alguien que lo sacara de tantos sufrimientos…
Ayiyay, ayiyay
Sacar entierros de morocotas los días de Semana Santa, no era cosa fácil. Había que cumplir ciertas normas, si no se hacía, el que se atreviera a desenterrar una fortuna podía alcanzar hasta la misma muerte… Algunas de las normas eran:
-No ir con avaricia.
-Llevar una cruz o cuchillo bien agarrado entre los dientes.
-No mirar para atrás ni tener miedo alguno ante los ruidos que hacen las ánimas.
-Taparse la nariz y boca para que el espíritu del difunto no le entre, y a los días se lo lleve al más allá.
-Lanzarle agua al baúl y esperar que este reviente.
-Repartirse el oro o la plata en partes iguales, nada de viveza criolla, porque le caía una pava para el resto de su vida…
En Valera se cuentan muchas historias de entierros que se encontraron e hicieron rico a más de uno. Se tumbaban casas para encontrar la gran riqueza… Las morocotas son monedas de oro norteamericanas, de 22 quilates o de oro 900…
El último gran baúl lleno de morocotas que se encontró en nuestra ciudad, fue en el momento en que se construía la Avenida Bolívar (calle 14 con calle 8). Allí, un humilde trabajador del Mercado Municipal, con algunos palitos de miche sanjonero en la cabeza, bajó hasta el sótano de una vivienda derrumbada, al jefe para el que trabajaba, le llevó algunas viejas armas que allí encontró. En horas de la madrugada, entre los dos hombres sacaron un enorme baúl. El comerciante desapareció para siempre de la ciudad, mientras al humilde trabajador lo contentaron con algunos bolivarianos. Se dice que el afortunado valerano se hizo millonario con el bendito tesoro…
Aquella Semana Santa…
Con la llegada de los españoles a estas tierras de gracia comenzaron a surgir poblaciones que eran bautizadas con nombres de santos: A Trujillo, Nuestra Señora de la Paz, El Dulce Niño Jesús de Escuque, San Rafael de Carvajal, San Juan Bautista de Carache. Al transcurrir del tiempo, hombres y mujeres en su infinita creencia en un poder superior (Dios), se dieron a la tarea de programar celebraciones religiosas, entre las que se destacan la Semana Santa…
La Semana Mayor, como la llaman algunos, se inicia con el Domingo de Ramos, este día se bendicen las palmas, las que servirán para quemar en tiempos de grandes borrascas y apaciguar la furia de la naturaleza… Se realiza la procesión del Santo Sepulcro, el lavatorio de los pies, la conmemoración del Viernes de Dolores y el Domingo de Resurrección…
De aquella Semana Santa de mi hermosa infancia quedan gratos recuerdos. No se podía gritar, nada de peleas en casa, cero palabras groseras, nada de parrandas y bebedera de cañandonga, no comer carnes rojas, solo pescado… El silencio en las calles valeranas era general, no se escuchaba ni la corneta de un vehículo, el respeto era total, las emisoras sobresalían con su música sacra, nada de cumbias ni vallenatos.
Mí adorada madre Josefa sobresalía en el vecindario por los exquisitos dulces caseros que elaboraba: natilla, arroz con leche, quesillos, cabello de ángel. Las arepas de harina de trigo y el mojito trujillano eran toda una exquisitez…