Por Olgalinda Pimentel / Crónica Uno
Caracas. En el radar de la violencia, América Latina es la región del mundo que expresa con mayor ímpetu los registros del delito, sobre todo del más duro de todos: el homicidio. “Muchísimo más que en el resto del mundo”, señaló el sociólogo Roberto Briceño León. Con lógicas diferencias, claro está, de los países en guerra y de los Estados Unidos, en donde el asesinato ha vuelto a introducirse en los salones de las escuelas.
En ese contexto, Venezuela es un caso particular, marcado por la crisis de institucionalidad, precisa el director del Observatorio Venezolano de Violencia (OVV) y miembro vitalicio de la Academia de Ciencias de América Latina (ACAL). Se advierte, a diferencia de Texas, en la desarticulación de la educación y la precariedad de las escuelas.
Aunque el país sigue ocupando los deshonrosos primeros lugares en violencia, la tasa de homicidios —el delito ‘termómetro’— se ha reducido. La delincuencia se ha vuelto inapetente ante la población empobrecida.
Frente a esto, la aparente mejoría económica que se ve particularmente en Caracas está generando la aparición del robo y la extorsión, como nuevos delitos focalizados, y también otra forma manifiesta de discriminación social.
“En el país se está evidenciado un mayor nivel de desigualdad en la seguridad y en la protección”.
Baja la violencia, suben nuevos delitos
¿A qué puede atribuirse la disminución de la violencia en Venezuela?
—En Venezuela, por motivos distintos al resto de países, se ha reducido el homicidio por la disminución de oportunidades del crimen. Coloquialmente: el hampa dejó de tener buenos negocios en Venezuela, por la inmensa crisis, por el empobrecimiento del país. Desaparecieron los robos de cajeros de bancos porque ya no hay dinero. ¿Cuánto te da un cajero, de los pocos en funcionamiento, en Venezuela? Los secuestros exprés que eran millonarios se acabaron. Los celulares ya no los roban porque la gente dejó de llevarlos consigo o porque se volvieron viejos.
¿Y en el transporte público?
—Muchos de los arrebatones y delitos que ocurrían en transporte público disminuyeron porque la gente dejó de tener efectivo, aunque hay que decir que están regresando, de acuerdo con nuestras observaciones.
¿A qué se debe?
—Están surgiendo los robos más focalizados porque la gente está cargando dólares. Algún tipo de trabajadores que va en transporte público, como albañiles y señoras de limpieza que trabajan por día, están siendo víctimas de robo porque ganan en divisas, y son blancos del delito.
Cambia el mapa de la violencia y la protección
¿Están surgiendo otros delitos, en medio de pequeñas expresiones de la mínima reactivación económica, en Caracas?
—Eso tiene dos enfoques de análisis, pero la explicación es sencilla: la gente que tiene dinero para pagarse las camionetas y, en consecuencia, el seguro, lo tiene también para pagarse protección privada. Hay compañías en Caracas que suministran escoltas y vehículos blindados, y estas personas van acompañadas de dos motocicletas. Es un grupo que está muy blindado, que se ha endurecido mucho, como se dice en políticas criminales, y eso dificulta el delito común. Pero es una gente que puede ser susceptible de otro tipo de delitos más novedosos y especializados.
¿Cuáles, por ejemplo?
—No los van a sorprender en la calle, o son objeto de extorsión, por ejemplo. Hay algunos casos como el ocurrido hace un par de meses cuando hubo un secuestro de una persona que tenía una camioneta de lujo y le pidieron un dineral por el rescate, porque andaba solo sin protección. Pero esos casos son escasos. Cuando son personas de los que llaman “enchufados” consiguen protección privada por parte de autoridades públicas. Hay un privilegio de la protección. Y eso evidencia en el país un mayor nivel de desigualdad en la seguridad y en la protección personal.
¿Venezuela está modificando su mapa delictivo?
—El delito se ha ido focalizando en la gente que tiene acceso a dólares y todo eso ha hecho que se dieran modificaciones también en la criminalidad en Venezuela. Las pequeñas bandas fueron desapareciendo y concentrando en bandas más grandes que se dedican a delitos distintos, que usan mayor racionalidad en la violencia, a diferencia de las pandillas, y son las que han comenzado a dominar en el país. Pero el delito más común sigue siendo el robo a mano armada, lo que sucede es que los robos en más de 70 % de los casos no son denunciados. Pero también han disminuido por la misma crisis. El homicidio es el más doloroso y sobre el cual hay mejor información.
La violencia define a los países
¿La violencia cambia según los países?
—Cada país la tiene, porque al fin y al cabo la violencia es interacción y se da en un contexto social. En lo que ocurrió en Texas, por ejemplo, hay que diferenciar dos componentes: uno, es toda la situación del joven, del individuo y sus dificultades, la agresividad en la escuela. Y también que los Estados Unidos es un país de mucha competencia, se ve el mundo entre ganadores y perdedores. Todo eso produce resentimiento hacia la escuela, la familia, odio, y con eso se puede infringir daños distintos dependiendo del acceso que se tenga a las armas. Y otra, la magnitud del daño tiene que ver con el acceso a las armas y de alta potencia.
¿Debe haber control de armas?
—Hay un problema con eso. Yo estoy con el control de armas en su conjunto, pero me parece que hay que tener una adecuada aproximación, por algo que es también un reclamo de la sociedad. Y es que ese control se aplica y lo cumplen los ciudadanos honestos y no los delincuentes. Que un joven tenga la posibilidad de comprar dos fusiles semiautomáticos no tiene justificación.
Grupos vulnerables
¿Es la juventud el grupo más vulnerable ante la violencia? En el país han ido de las ‘mafias’ a la violencia intrafamiliar
—Sin lugar a dudas, son los más vulnerables. Los jóvenes en su adolescencia buscan con quien identificarse y encuentran en la violencia un mecanismo de reafirmarse. Y en general, tienden a tener comportamiento agresivo. La agresión en sí misma no es una mala cualidad en la vida, porque puede llevar a conseguir triunfos, a ser audaz, a tener arrojo. Pero esa agresión tiene que ser canalizada, socializada, simbolizada. Todo proceso de convivencia social simboliza los sentimientos y los mecanismos de socialización han dejado de funcionar de una manera adecuada. Los jóvenes pierden el sentido para su vida en ese mundo de ganadores, no tienen elementos religiosos, y dejan de ser reconocidos. En una sociedad donde ser reconocido es muy importante, ellos pueden asumir que quieren ser reconocidos por ser malos.
¿Cuáles son las edades?
—Después de los 12 años es el momento más duro y hay un problema muy fuerte en Venezuela. Eso coincide con el ingreso al bachillerato y es allí donde se dan muchos cambios en el sistema educativo y ocurre mayor deserción escolar, y es un momento donde comienzan a ser captados por otros. La mayoría de víctimas y victimarios que podemos encontrar están entre los 12 y 20 años de edad. Y de cada 10 víctimas fatales, 9 son hombres, como en toda América Latina.
El desmembramiento de la educación, afectada además por los servicios públicos, ¿abonará aún más el camino de los jóvenes a la violencia?
—Sin lugar a dudas abona el camino, pero hay un matiz en la gran desescolarización que ha tenido el país, y es la emigración. Muchos jóvenes se han ido, viven todo un reto y están más concentrados en ver cómo sobreviven en el país receptor. La migración es un factor que en Venezuela ha reducido la violencia. En países receptores hay componentes distintos, las dificultades del migrante en el arraigo permiten más acceso a actividades delictivas, porque tienen menos mecanismos de control social. Un delincuente se mueve por las oportunidades del crimen y si se va a arriesgar en un país donde los beneficios que obtendrá son pocos y los riesgos similares, se van a otro país.
¿Están aumentando las víctimas?
—Está aumentado el número de víctimas de la violencia, niños, la violencia intrafamiliar y en gran medida tiene que ver con la violencia estructural, las grandes carencias, el empobrecimiento. No es fácil saber las magnitudes.
Fuente: Crónica Uno