Se nos fue nuestro muchacho grande | Por: Gabriel Montenegro

 

Realmente no encuentro palabras para describir el fuerte impacto que he recibido por la noticia sobre el fallecimiento de mi amigo y mi otro hijo, Frank Graterol Aparicio, quien para este servidor representó no solo una parte de la vida misma, sino un amigo fiel, sincero y con un corazón que no le «cabía en su pecho», ese mismo cargado de tanto amor y cariño, el cual definitivamente no lo ayudó más.

Ese mismo corazón noble dejó de funcionar este miércoles primero de mayo, y vaya qué día escogió el Altísimo para recibir a este muchachote incansable, inteligente y emprendedor, nada menos que el Día Internacional del Trabajador.

 

Una gran familia pierde su bastión principal

No voy a volcarme en loas y alabanzas hipócritas sobre Frank, porque fue un hombre común, un hombre sencillo pero generoso como pocos que el mundo deportivo conoció en gran manera, sino es mi deber testimoniar mi profundo pesar y condolencia a su amada madre, mi también cara amiga Mery Aparicio, de quien imagino debe estar devastada totalmente, al igual que nuestro maestro y compañero de la vida y la lucha diaria, Francisco Graterol Vargas.

Frank se ganó con sobrada justicia un lugar en el periodismo trujillano, muy a pesar de algunos detractores mediocres quienes a espaldas lo cuestionaban, e incluso intentaron,sin éxito, desacreditarlo.

A estos les respondió con calidad, buena prosa, con dulzura, estilo propio y su innegable don de gente como compañero de labor, sin resentimiento posterior para ninguno.

Pero más allá de eso, Frank fue un esposo y padre abnegado que amó mucho a sus parejas y más entrañablemente a todos sus hijos.

Fui testigo de excepción de su preocupación por el bienestar de cada uno de ellos y aún varios ausentes hoy en día, no dejaba de referirles con orgullo.

Su actual esposa, su «Chitica» del alma, Ismar Montilla de Graterol, fue también su soporte y bastión moral y familiar.

También quiso con sinceridad absoluta a su suegro Marcos Montilla de quién se preocupaba mucho, al igual que los achaques de su suegra, nuestra también excompañera de este diario, Ismelda Artigas de Montilla.

Tampoco dejó de estar pendiente de sus hermanas, Franci y a quienes salía corriendo, raudo y veloz si tenían algún inconveniente. A sus tías Dominga y Ana, a su tío Antonio.

Otro personaje a quien amó con pasión de un hijo bueno a un padre, fue a nuestro fraterno Onésimo Caracas, de quien recordaba sus anécdotas jocosas y el rememorar esos pasajes estallaba de risa refiriendo con marcada alegría y amor por el amigo las incontables ocurrencias de «Necho».

Bonachón y dicharachero, fue un amigo sincero y «pana de los panas», tanto del softbol, el fútbol, el fútbol sala, el béisbol; de su amada Liga Libertador, además de sus también compañeros de la Asociación Trujillana de Fútbol.

Les cuento con sinceridad, que cuando hacíamos un alto en nuestras labores radiales, compartimos momentos de reflexión personal sobre nuestras cosas íntimas, Frank me expresaba que además de su mujer y sus hijos, admiraba profundamente a su padre, guía y maestro insigne Francisco Graterol, porque consideraba que sin su tutela y apoyo permanentes jamás hubiera llegado a ser el notable periodista que fue y seguirá siendo en el recuerdo de todos.

El carácter de Frank no fue fácil, ya que era certero a la hora de sus convicciones y muchas veces artero de palabra; sin embargo, una vez que reflexionaba sobre alguna discusión con un colega o amigo, no hallaba forma de desagraviarlo testimoniando sin reparos su aprecio y cariño, con abrazos y dulces palabras que nadie podía rechazar.

El propio doctor Eladio Muchacho bien lo ha descrito como ese «muchacho grande y caprichoso por la excelencia».

La gran familia periodística regional está herida de muerte también. Nos cuesta creer que Frank no estará más para quienes lo hemos amado a nuestra manera, porque repito que desde muy pequeño fue otro de mis hijos y siempre lo será. ¡Oh Dios mío, qué dolor me abate en este aciago momento!.

Hoy no quiero ni deseo despedir a Frank; quiero más que nunca recordarlo y expresar a viva voz a nombre de la gran familia periodística trujillana, que perdimos físicamente al siempre risueño gordo, al muchachote de Diario de Los Andes y Diario El Tiempo, medio este último por donde también paseó su calidad innata para dejar estela de esa sabiduría natural que le caracterizó.

No despedimos a Frank, por Dios que no quiero hacerlo.

Solo le pido a «DiosTodopoderoso, a María Santísima, José Gregorio Hernández y los Ángeles del Cielo», como él mismo lo expresaba a diario en su programa «Estudio Deportivo» del alma, que hayan conducido a su alma noble y la reciban con ese mismo amor que él prodigó a todos, sin mezquindad ni preferencias, porque para tener amigos y familia jamás distinguió al uno del otro.

Gracias Frank por existir para nosotros, y por alegrar en el tan poco tiempo que Dios te otorgó en nuestras duras y difíciles faenas. Gracias de verdad, mi muchachote grande y bello….Sencillamente gracias por todo y por lo que nos permite estar contigo. Dios te guarde hijo mío. Amén.

 

 

 

 

 

 

 

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