Ernesto Rodríguez (ernestorodri49@gmail.com)
El escritor francés Emile Zola (1840-1902) fue el máximo exponente del llamado “naturalismo”, un movimiento del mundo artístico que se inició en Francia en la segunda mitad del siglo XIX. El naturalismo estuvo muy influenciado por la teoría biológica evolutiva y por las concepciones deterministas sociales y económicas, y se propuso retratar la sociedad humana y las vidas de los hombres y las mujeres de una manera tan objetiva y verídica como lo hace la ciencia en sus investigaciones sobre la naturaleza. En las novelas naturalistas las acciones y destinos de los personajes están controlados por fuerzas impersonales biológicas, económicas y sociales. Emile Zola atribuía mucha importancia a la herencia biológica que recibe cada persona. Hoy en día diríamos “la dotación genética” con la cual nace cada persona. En las novelas naturalistas los factores biológicos y socio-económicos hacen que el libre albedrío de cada personaje quede muy disminuido. Así, Zola en su conocido ensayo: ‘La Novela Experimental’ (1880) dice: “Puede decirse que hay un determinismo absoluto para todos los fenómenos humanos (…) estimo que la herencia tiene gran influencia en las manifestaciones intelectuales y pasionales del hombre. Doy también gran importancia al medio ambiente” (sección II).
Las apreciaciones de Zola lucen extremistas y equivocadas cuando dice “determinismo absoluto”. No obstante, las investigaciones científicas durante las últimas décadas han confirmado que es verdad que en cierto grado toda persona está determinada en parte por la dotación genética que haya heredado de sus progenitores, y en parte por el medio social en el cual se haya criado. Pero la ciencia ha detectado que ese determinismo causal no es absoluto ni implica fatalismo.
En todas sus obras el filósofo francés Jean Paul Sartre (1905-1980) insistió en la importancia de ser auténtico en la vida. Así, en su conocido ensayo titulado: “El Existencialismo es un Humanismo” (1946), Sartre señala: “El hombre no es sino lo que haga de sí mismo. Ese es el primer principio del Existencialismo”.
La cuestión quizás no es tan sencilla como la plantea Sartre, porque indudablemente, como muy acertadamente planteaba Zola, ahora sabemos que en las vidas de todas las personas hay factores genéticos hereditarios que pueden jugar un papel muy importante en la personalidad, además de una cantidad de factores externos y circunstancias imponderables e incontrolables que pueden ser determinantes y no se pueden ignorar. Dicho en otras palabras, aunque una persona trate de ser absolutamente dueña y protagonista consciente de su vida, siempre se presentan situaciones ajenas a su voluntad que inciden en lo que “es”.
Sin embargo, hay una parte de verdad en la filosofía de Sartre: cada hombre o mujer debe tratar de lograr la mayor autenticidad posible en su vida. En efecto, en cada momento de su vida una persona puede reflexionar y asumir la responsabilidad de sus acciones, rebelándose contra todas las influencias que tenga y haya tenido en su vida.
En tal sentido, una de las obras de teatro de Sartre más interesantes es: ‘A Puerta Cerrada’ (1947). En esta obra, todos los personajes nunca vivieron de manera auténtica, ya que sólo vivieron según las concepciones de los demás. Como resultado se convirtieron en meras caricaturas de seres humanos auténticos. En la obra todos los personajes convergen en un infierno resultante de sus propias elecciones superficiales en sus vidas y ya no pueden escaparse. Por eso en las escenas de la obra los personajes son lo que una vez eligieron ser : personas definidas por lo que otros pensaban de ellas. Debajo de esa máscara social no hay personas auténticas.
En esa obra de teatro Sartre criticó duramente la hipocresía, la carencia de autenticidad y la cobardía de vivir según lo que piensen los demás, en vez de vivir según las propias ideas y convicciones.
El existencialismo sartreano plantea que como individuos vivientes podemos permanecer siendo meros “tipos sociales”, es decir, individuos cuyos deberes como “tipo social” están definidos por el gran conglomerado social. No obstante, como alternativa se puede ser más auténtico.
Por ejemplo, un hombre o una mujer joven, puede aspirar a vivir en su futuro de acuerdo a alguna imagen de “tipo social exitoso” : un hombre o mujer que se vista con determinados trajes, conduzca un determinado tipo de automóvil, y trabaje para un cierto tipo de compañía, etc.,etc.
Desde la juventud, una persona se pudo haber construido un plan de vida basado en películas, propagandas comerciales, artículos de revistas (magazines), y en general la imagen popular de “lo que es un tipo social exitoso”. Sin embargo, las cualidades que constituyen ese “tipo social exitoso” son externas al individuo, porque son definidas y controladas por un grupo social. Es decir, para “triunfar” el joven o la joven, tendrá que sacrificarse hasta que no sea más que “un tipo de persona”. Su “éxito” dependerá de los juicios que los demás hagan sobre su persona, unos juicios definidos por el sistema de valores que haya impuesto el conglomerado social en el que vivan todos.
Entonces, según la filosofía existencialista de Sartre, cada persona debe asumir la responsabilidad existencial de escoger “ser ella misma”. En efecto, cuando tengamos alguna ambición o aspiración de lograr algo, debemos reflexionar muy seriamente sobre cuestiones como las siguientes: ¿Realmente deseo lograrlo?…¿Es un deseo mío verdaderamente propio o solamente “creo que lo debo desear” porque me lo ha inculcado la sociedad?. Por ejemplo, es muy frecuente observar que muchas personas tienen la ambición de llegar a cargos burocráticos de poder. Pero si pudiéramos hacer un examen psicológico a fondo, probablemente encontraríamos que muchos responderían que tienen ese tipo de ambición porque “se supone que es deseable llegar a ocupar un cargo burocrático”, pero no porque realmente lo hayan reflexionado en profundidad y de manera auténtica.
Las investigaciones científicas más recientes sobre el cerebro humano evidencian que una de las características propias y exclusivas del Homo sapiens es el desarrollo de una conciencia de la propia “identidad” durante la infancia y la adolescencia (1). Entonces podríamos pensar que nuestra evolución biológica sugiere lo siguiente: La sensación de llevar una vida auténtica de acuerdo a nuestra propia identidad quizás sea uno de los requisitos para experimentar una vida plena y feliz. NOTA: (1) Pags. 138-147 en Steven R. Quartz and Terrence J. Sejnowski (2002) ‘Liars, lovers and heroes. What the new brain science reveals about how we become who we are’. HarperCollins Publishers. New York.