SARAMAGO Y SU NOVELA ‘TODOS LOS NOMBRES’ | Por: Ernesto Rodríguez

Ernesto Rodríguez (ernestorodri49@gmail.com)

 

La novela ‘Todos los nombres’ (1997) del escritor portugués José Saramago (1922-2010), Premio Nóbel de Literatura en 1998, es una novela sumamente original, impactante, extraña, y al mismo tiempo increíblemente tierna, en la cual Saramago despliega la gran sensibilidad humana que tenía.

Don José es un hombre cincuentón que trabaja como escribiente en la Conservaduría General del Registro Civil, que es gigantesca y en la cual se archivan todos los documentos sobre nacimientos, defunciones, divorcios, etc., en estanterías altísimas con carpetas polvorientas.

La descripción detallada de los inmensos archivos ya induce al lector a reflexionar sobre la vida y la muerte de cada persona. El ambiente laboral es horrible ya que los empleados casi no se tratan y el jefe es muy jerárquico y despótico.

Don José lleva una vida rutinaria, mediocre y anodina, y vive en una pequeña pieza adyacente al Registro donde trabaja, pero separada por una puerta cerrada con llave. Don José se dedica a coleccionar noticias de prensa y revistas sobre personas famosas de muy diversa índole. Una noche don José quiere ampliar los datos sobre esas personas famosas y hace algo ilegal: Abre la puerta desde su pieza y entra en el Registro, y se siente muy satisfecho por su “atrevimiento” para romper con su monotonía. Pero por casualidad, se lleva también una ficha de nacimiento traspapelada de una mujer que nació hace 36 años y se obsesiona con averiguar todo sobre la vida de ella. Después de muchas averiguaciones y peripecias logra ver una foto de esa mujer cuando era una niña de 8 o 9 años, con un flequillo que le rozaba las cejas y : “corazón sensible, don José sintió que sus propios ojos se arrasaban de lágrimas” (1). En realidad, todo ser humano, aunque de adulto sea muy maligno, cuando es niño tiene un semblante de inocencia y candor, que luego frecuentemente se pierde. Don José sigue con su obsesión de saber todo sobre esa mujer y descubre que fue profesora de matemáticas, que se divorció y que se ha suicidado hace poco. Las reflexiones de don José en el cementerio en el sector de los suicidas son conmovedoras.

Por otra parte, en la novela Saramago dice cosas dignas de analizar. Por ejemplo, cuando se refiere a la manía de “coleccionar” de don José, dice: “Personas así, como este don José, se encuentran en todas partes, ocupan el tiempo que creen que les sobra de la vida juntando sellos, monedas (…) libros (…) lo hacen probablemente por algo que podríamos llamar angustia metafísica, tal vez porque no consiguen soportar la idea del caos como regidor único del universo, por eso (…) van intentando poner orden en el mundo” (2). Eso es muy cierto. Probablemente la mayoría de los humanos tenemos una tendencia a tratar de tener una mundivisión lo más ordenada, coherente y completa posible acerca de todo en nuestras vidas.

Otra cosa que dice Saramago es: “En general no se dice que una decisión se nos aparece, las personas son tan celosas de su identidad, por vaga que sea, y de su autoridad, por poca que tengan, que prefieren dar a entender que reflexionaron antes de dar el último paso, que ponderaron los pros y los contras, que sopesaron las posibilidades y las alternativas, y que, al cabo de un intenso trabajo mental, tomaron finalmente una decisión. Hay que decir que estas cosas nunca ocurren así (…) En rigor, no tomamos decisiones, son las decisiones las que nos toman a nosotros” (3). Esto que dice Saramago coincide con lo que diversos investigadores del cerebro humano sumamente eminentes han planteado en los últimos años: Que el “libre albedrío” es una ilusión y que en realidad no existe, o al menos sólo existe en cierto grado. Creemos que tenemos un 100 % de libre albedrío pero en la realidad es posible que no sea así.

Para finalizar, le recomiendo mucho a la lectora o lector esta novela.

NOTAS: (1) Pag. 72 en José Saramago (2004) “Todos los nombres”. Edit. Punto de Lectura. México. Edición original en portugués: 1997 (2) Pag. 24, Ibidem (3) Pags. 45-46 Ibidem.

 


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