Santiago de Trujillo, un momento de regresión / Por: Pedro Frailán

Sentido de Historia

 

A la memoria del maestro Pedro Rangel

Pedro Rangel tenía el calificativo de maestro, aunque no era educador, sino carpintero. Era un hermoso viejo siempre con un semblante de cordialidad, amabilidad, su respuesta siempre la transmitía con una agradable sonrisa. Un hombre de constante trabajo, con la madera, sus herramientas que eran muchas, no comunes como otras. Algo muy característico, su banco de trabajo en donde transformaba la madera en obras de arte.

Creo que la categoría maestro le provenía del calificativo de San José, que fue carpintero. Siempre fue un hombre de buen vestir, así estuviera trabajando su pantalón de caqui y camisa por dentro, la correa era muy ancha, tenía un compartimiento en donde colocaba algunas herramientas. Siempre con su lápiz apoyado en la oreja para mayor facilidad cuando tenía que hacer alguna anotación que constantemente lo hacía, además trazados de líneas con su juego de escuadras; verdaderamente era agradable verlo desarrollar su trabajo.

Hombre de fe católico, fueron muchos los artículos que fabricó, que yo recuerde eran puertas, ventanas, repisas, pero lo que más llamaba la atención era la construcción de las urnas. Que por la noche transmitía miedo, terror, depende de la hora que uno la viera. Como su lugar de trabajo quedaba en el corredor de la casa, cuando las construían, pues la muestra quedaba ahí.
Recuerdo que al venir de la casa de Petra y entrar a la casa de Don Pedro se ingresaba por la cocina, de noche a media luz a buscar la cama, al comenzar a atravesar el corredor, uno se encontraba con una urna en la parte más profunda, donde va el cuerpo del difunto sobre el banco y la tapa inclinada en la pared. El impacto era fuerte ahí, se sentía no miedo y sino terror. Justamente en la salida de la cocina estaba una horqueta que hacía de tinajero, donde siempre estaba una tinaja de barro con agua, tapada con un plato de peltre y pocillo también de peltre, con mucha fuerza de voluntad uno agarraba fuerza, se tomaba un palo de agua, agarraba mínimo y pasaba rápido antes que se parara el muerto, por si acaso estaba cerca…

El maestro Pedro se unió en matrimonio civil y eclesiástico con María Esther Andara y procrearon seis hijos, uno varón y cinco mujeres: Italo, María Hilda, Teresa, Petra, Eda y Rosa Elena. Vivió parte de su vida sin su esposa, que murió mucho antes que él. Ese tiempo lo dedicó al trabajo de carpintero y a su familia.

En esa casa se cumplía con varias actividades de trabajo, yo vi elaborar cotizas, se trabajaba con la cabuyas, el fique, la suelas de cuero, se tejían las capelladas y se confeccionaba el calzado. Mi tío Italo era un artesano en este arte u oficio. También se hacía pan, se distribuía por la Loma del Medio hasta llegar a La Quebrada, Montero, en una camioneta vieja que bautizaron “La Golondrina”. La costura de mi tía Petra, además atendía la pulpería y en algunas oportunidades vi elaborar chimó a base de tabaco y otros ingredientes, de este oficio se encargaba Marcos Montilla.

Algo muy característico del maestro Pedro con los niños era que nos prestaba atención cuando le conversábamos y nos daba respuesta, que por lo general a los niños se les hace poco caso y de repente nos podía brindar una sabrosa tina (helado, polo casero).

Santiago me llamaba mucho a la atención, un poco de nombres que no eran comunes en Jajó y uno oía a los mayores mencionar como: los Chachíes, luego los Chaquimbúes, los Mitisúes, los Chachiques, los Chachúes, Los Marajabúes, Los Timusúes, los Isnabuses, los Cajuíes, los Escacoyes, los Carupúes, los Estiguates, los Tirandáes y Estimbadá, valle en donde está asentado Santiago, más adelante comprendí que eran nombres de la toponimia indígena que todavía se mantienen.

Santiago fue fundado por el encomendero Gerónimo Sáez en el año de 1640, primero tuvo un asentamiento en la Mesa de los Contreras y el Guayabal. Por mucho tiempo se llamó Santiago de la Sabana del Burrero. Este nombre de debió por la presencia de muchos burros que llegaban al pueblo, producto de la cantidad de productos que llegaban de distintos caseríos para luego trasladar a otras ciudades como Trujillo y Valera, pues el burro era el transporte más adecuado para trasladar mercancías; en donde ellos estaban era sinónimo de progreso, de la riqueza más grande como lo es el trabajo.

Argimiro Andará es unos de sus libros sobre Santiago, describe una época que él vivió cuando niño, en la calle Comercio. La presencia era masiva, una calle larga completamente empedrada unida por una fina grama y en paredes de la casa alumbraban con unos pequeños faroles. Cuando iba a hacer mandados se encontraba en frente con las caras de los asnos, su estatura de niño era casi la misma de ellos.

En la imagen que se presenta encontrada en las redes sociales no sé de quién es la autoría. Muestra en su totalidad la avenida Bolívar que nace desde la entrada del pueblo hasta llegar a la calle Comercio, que es la transversal, la última parte es un muy inclinada, hoy está encementada, antes era empedrada, recuerdo.

Por esa calle se encontraba el parque infantil, que fue una obra que se hizo casi en todos los pueblos de estado, San Lázaro, Jajó, Trujillo, en Santiago, estaban los subi-baja, el tobogán, la rueda, los columpios. Un lugar de entretenimiento para los niños, en frente del parque estaba el caserón que le perteneció a doña Oliva González de Silva, mujer de temple, de buen trato y cordialidad. La entrada de la casa tenía zaguán empedrado, internamente unos jardines con flores, siempre se tomaba el café, bueno, los niños, recuelo con pan o arepa de harina de trigo.

En la esquina está la casa de Amadeo y su esposa Carmen Teresa con sus hijos; Amadeo fue trabajador del dispensario que queda a poca distancia de su casa, un personaje muy querido por sus habitantes. Algo recuerda mi memoria con una señora o señorita, creo que de nombre Duilia, quien en su rostro tenía unos lunares que al pasar el tiempo fueron creciendo y deformándole su cara.

Detrás de donde estaba la Cruz de la Misión está la escuela Padre Cano, recuerdo que esa calle también era empedrada y salía a la plaza Bolívar, justamente en la misma dirección del templo Santiago Apóstol. El nombre del pueblo una construcción no tan antigua como el de su fundación, es una sede nueva. Antonio Rangel describe cómo fue su construcción, él estuvo trabajando una vez concluida la obra, el primer matrimonio fue el suyo.

Regresando a la casa del maestro Pedro o de las Rangeles como se le conocía, recuerdo esta imagen: una mañana lavándome la cara al levantarme, en el lavadero que estaba a la intemperie, de repente apareció una viejecita pequeña, morenita, su cara arrugada por el transitar del tiempo, me miraba con una sonrisa muy amena y al mismo tiempo alegría y angelical, me gustó mucho esa imagen que siempre recuerdo, se llamaba Antonia, la mamá de César, era la identificación más certera.

El tiempo nos aleja de aquellos hechos, lo va diluyendo, pero la memoria y la escritura nos dan intimidad y cercanía. La memoria y el imaginario son implacables, casi como el tiempo. «Todo pasa, nada permanece. Nadie entra dos veces en el mismo río”. Heráclito

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