San Lázaro, su río es la vida… / Por: Pedro Frailán

Sentido de Historia

 

Conversando con el profesor Pedro Linares sobre la casa de los Llavaneras, que está ubicada en el pueblo de San Lázaro, justamente entre las calles Sucre y la del bulevar. Es como encontrarse con un espacio literario escrito por Gastón Bachelard en su libro la “Poética del espacio”, que es una apología al lugar en donde hemos vivido, ese espacio en el cual nos atrapa tanta intimidad, la casa con todos sus vericuetos.

Esta imagen que utilizamos en este ensayo es extraída del portal de Facebook “La ventana de mi pueblo”, administrada por Juan Carlos Aguilar. Inmediatamente Pedro nos comienza a relatar sus vivencias en ese lugar de origen, el más íntimo del pueblo.

“De mi pueblo querido”, como el mismo lo afirma dice, esa casa es muy grande, ahí la atendían Jesús Llavaneras mi padre, Marcial y María Llavaneras. Además vivía Juana Rosa, hija de Marcial y Evangelista Andara, que era de Agua Azul en Santiago, hija de Eugenia Andara, ella era como una criada.

Recuerdo que había un letrero grande en una tabla que decía “Hermanos Llavaneras Expendio de Víveres y Licores”. Venían dos veces a la semana a Valera, en los autobuses, que había como ocho desde Santiago – Valera a comprar mercancía. Los martes distintos artículos y los viernes llevaban sobre todo pescado.

Juana Rosa tostaba café y nosotros los molíamos. Ella en una máquina marca Singer que todavía existe hacía unas bolsitas, las cosían y se vendían a medio, al igual se tostaba maní y se embolsaba, creo se vendían a medio también. Se hacían todos los días arepas para vender por la mañana, se vendían mucho. También se elaboraba chimó, se hacía una plancha que se cortaba en cuadritos y se envolvían en cascaron, se lo sacaban de las matas de cambures.

Yo vivía con mi padre, estaba bien, mi madre aparte con otros hermanos, pasaban muchas calamidades. Mi mamá hacía arepitas, con eso se rebuscaba. Recuerdo que cada cierto tiempo me enviaban en autobús a Trujillo, al sector Santa María, a traerle una ayuda alimentaria y yo me venía con mi maletica.

Volviendo a la casa y a San Lázaro, ahí se vendían urnas que las mandaban a hacer con Jesús, el copetón, o con Antonio Valecillos y las guardaban en el cuartico. Cuando había urnas a mí no gustaba ir para allá a jugar. Había un gruta con la imagen de la Virgen y todas las noches rezábamos el rosario. Menos los lunes, nos cambiábamos para el cuarto porque es el día de las ánimas y se rezaba el rosario en torno a una vela encendida, un vaso con agua porque ellas siempre tenían sed y una cruz de palma bendita, probablemente en la llama de la vela reposaban ellas o las atraían creo yo que decían, a mí lo que me daba era miedo.

El cine en San Lázaro, hago memoria, esta actividad la promovía la niña Dora, proyectaba las películas en el solar de la casa, en una pared (un tapial), por la noche. Recuerdo que uno llevaba la silla, mi tío Marcial le gustaba mucho el cine, me invitaba y me pagaba la entrada. Uno tenía que llevar la silla, era los días viernes, sábado y domingo. Cuando me decía, vámonos a ver la película yo me alegraba mucho y buscaba mi sillita. Con el tiempo la niña Dora le pasó el cine a Rafaelito Torres y le puso el nombre de “Cine El Río”, él era mi amigo.

La promoción del cine se hacía con unos carteles que los colocaban en cuadro de madera y una persona recorría el pueblo anunciando la película; invitaba en voz alta. El promotor tenía la ventaja que no pagaba la entrada. Además avanzada la tarde perifoneaban por un altavoz. Recuerdo que una vez pasaron la película mexicana “El mostruo de la laguna negra”, con Gastón Santos. Rafaelito me preguntó como aventajado estudiante de la escuela, cómo se dice: ¿Monstruo o mostruo? Yo con mucha seguridad le dije moustrou. Orgullosamente inició la invitación al pueblo a ver esa noche “el moustrou de la laguna negra”. Esa sala de cine tenía un problema, que como era un solar sembraban maíz y cuando iban a cosechar pues crecían las matas por lo tanto no se proyectaban las películas hasta que pasara la cosecha.

Con el tiempo evolucionó el cine, llegó un Padre muy progresista de nombre Jesús Rodríguez, español, cuando derribaron la iglesia anterior que fue una lástima porque era un templo muy hermoso, así lo recuerdo.

En esa oportunidad se construyó un salón parroquial, en ese lugar se proyectaban las películas con nueva sede y nuevos aparatos. Ahí las películas casi no reventaban como antes. La energía eléctrica la suministraba una planta propia del pueblo que estaba en el río, de tecnología alemana, decía la gente la dirigía el señor Heraclio Torres, el papá de Rafaelito. Nunca se iba la luz, ella producía electricidad hasta Trujillo.

El río es la vida de San Lázaro. Divide el pueblo en dos partes, es la vida del pueblo, porque donde hay agua, hay vida. Cuántos momentos, cuántas historias se ha vivido en los pozos, el sumergirse en ellos y nadar. Cuando se daban las crecidas del río era el tiempo bueno para pescar lampreas y truchas, que venían de los páramos. También con estas crecidas nos asustábamos mucho.

Una vez por Semana Santa, viernes santo, llegaron unos turistas, se fueron a bañarse al río, a tomar licor, al llegar al pueblo ya estaba armado el toldo donde iba a reposar el Santo Sepulcro. Entonces, tomaron el lugar como para una fiesta profana. Desde el río se produjeron unas corrientes de aire tan fuertes que derrumbó el toldo. Se marcharon, la comunidad tuvo que hacer otro toldo en frente porque consideraron que ese lugar estaba profanado, al poco tiempo trajeron al Santo Sepulcro, lugar que todavía se mantiene. Siempre se me viene a la memoria las crecidas del Corpus Cristi, cerca de ese día se daba una crecida y nos alertaban, cuidado con la crecida del Corpus Cristi, que ya está cerca el día y uno pendiente.

San Lázaro era un pueblo, tenía mucha vida, muchas bodegas, panaderías, en esa época había doce que salían a repartir el pan. Buenas tiendas como la Samaritana de Julio Ramírez, la de Don Víctor González, la de Don Héctor Mazzei y gran cantidad de negocios, la producción de los campos que venían de Los Llanitos, Curandá, La Manga, Isdorá, El Sapal, Las Aguaditas, El Hatillo entre otros lugares.

Mucha vida económica y también espiritual, los domingos llegaba a misa la gente de esas comunidades, a compartir con la gente del pueblo, amigos y familiares. Recordando de nuevo a mi padre Jesús Llavaneras, para mí fue fundamental, me ayudó a formar en mis estudios, yo estudié en el Liceo Rafael Rangel además me ayudaba en mis actividades académicas, él era bachiller, había sido prefecto y juez del pueblo, gran lector de la prensa.

También nos preparó en valores de familia, como lo de la fe, la presencia de Dios y la Virgen en nuestros corazones, el respeto por el prójimo. Yo defiendo los valores, como las querencias, las tradiciones, amor por la naturaleza, el amor y el cuido por ese río que nos ha dado tanto y que nunca termina de pasar. El amor se va yendo y gradualmente nos vamos perdiendo. Tenemos que tener cuidado con los cambios de mentalidad.

 

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