Estamos hambrientos por un resultado definitivo. Nos perturban las malas nuevas que llegan a diario como peñascos. Nos atosiga que aquel vocero se desmienta o si otro habla desde las vísceras, con una perorata interminable sin precisiones ni fechas exclusivas.
Nos hallamos tan atormentados por nuestra propia realidad apocalíptica, que no sabemos si enarbolar con justicia por lo constitucional o simplemente afirmar que esa carta magna no sirve para nada.
Realmente no debemos permitir que extingan nuestro fuelle por la libertad. Soy de quienes confía -con una irremediable fe en los acontecimientos venideros-, que cualquier irrupción castrense internacional no será anunciada. Sería darle las bitácoras detalladas al enemigo.
Es como si el boxeador le dijese al contrincante, que le va a propinar un puñetazo certero en el rostro. Sin lugar a duda, dejaría de ser eficaz y el otro se protegería. Por ahora los Estados Unidos se limitan a aporrear al régimen en el hígado, para mermarlo y, tal vez, podría caer a la lona en su propia desesperación por el dolor.
La semana pasada el Departamento del Tesoro norteamericano tomó medidas determinantes contra buques y entidades que transportan petróleo venezolano, por considerarlos como salvavidas del gobierno venezolano. Principalmente, estas sanciones van dirigidas a aquellos que lo hacen hacia Cuba, pues la directriz es mermarle las risotadas de burla a los mentores de Maduro y sus secuaces.
Mientras, la producción petrolera venezolana sigue en caída libre. Apenas se produjeron 740 mil barriles diarios en el mes de marzo y, aunado al cerco financiero internacional y a la presión política, los augurios para los facinerosos de Miraflores no son nada alentadores.
El ciudadano común sigue padeciendo de las malas intenciones y el pillaje de los usurpadores. Es duro vivir en penumbras y que te lo impongan para hacerlo cotidiano. También el carecer de alimentos, medicamentos y tranquilidad para emprender cada jornada diaria. Cómo se puede exigir paciencia ante la catástrofe.
Pero las fichas están en juego. Debemos entender que los tiempos de reticencias, desganos y sueños inconclusos se acabaron. Hay una resolución por acabar con estos actos inhumanos de una vez por todas. Cuesta entenderlo, por hallarnos atragantados de impaciencia. Es normal este desasosiego por 20 años de amargos desencuentros y engaños primorosos.
El vicepresidente estadounidense, Mike Pence, advirtió con una solemnidad perfecta, que Maduro debería de abstenerse de poner a prueba la determinación del gobierno norteamericano, instándolo a irse, mientras hablaba de las sanciones a los 34 buques propiedad u operados por Pdvsa y que transportan crudo a la isla de Cuba. También refirió que hablaría esta semana sobre crisis humanitaria venezolana en el Consejo de Seguridad de la ONU.
Sabemos que estos padecimientos no son figuraciones. El mundo ya lo ha comprendido y hasta se estremece por nuestros desconciertos y la falta de calidad de vida. Estamos inmersos en un sueño tangible por la independencia. No podemos torcerle el rumbo a los acontecimientos con languidez, desconfianza y falta de fe.
Claro en su meta, Guaidó continúa con su irreprimible decisión de lograr el rescate nacional. La Operación Libertad no es un remoquete de palabras bonitas. Lleva el riesgo de su propia vida en juego y hasta de una oportunidad que podría ser la última. Tenemos mucho qué ganar en apoyar tal iniciativa. Esta operación lleva la acción quirúrgica de trasplantar nuestra desdicha por una sonrisa espléndida, esbozada ante miles de soles resplandecientes, frente a un futuro promisorio.