Sabana de Mendoza, Encantos, Mitos y Realidades | La confesión de Antonio

Sentido de Historia

Héctor Díaz.

 

(Parte VI)

 

         Apenas tenía dos años de haber llegado a la población el Padre Antonio Lagrera Martínez, oriundo de España  y había hecho grandes amistades con numerosas familias y Toño Bencomo era uno de sus favoritos. La calle Sucre era el final del poblado, de allí para arriba eran inmensos potreros que desembocaba en la quebrada San Alejo y un caserío del mismo nombre y más arriba estaba la meseta de Pedro Felipe y Toño tenía su residencia en aquella calle, la cual conservaba su estructura colonial. Ventanales con barrotes de madera en forma de cuadros sobresalientes a las aceras anchas y espaciosas, en la sala una vitrola con su respectiva manigueta, un juego de muebles de lona y un cuarto bien amueblado con una cama colonial en madera, dos cuadros familiares y dos cuadros más dedicados a la Virgen del Carmen con su escapulario y el niño Jesús en sus brazos y otro cuadro de su padre Reinaldo Bencomo; era una muestra de su afecto católico y una hermosa guitarra española al lado de su escaparate para sus noches de serenata.

Una cocina a kerosene, un comedor de madera, un seibó donde reposaban platos, cucharas, cuchillos, tazas, tenedores de alto aluminio y exquisita porcelana; en el rincón de la casa dos tinajas en forma de óvalos, con un jarrón fino donde siempre se conservaba el agua a temperaturas agradable y un radio americano con teclado grande de controles de tres bandas, así como una nevera sencilla donde siempre mantenía queso, mantequilla, leche, nata y algunas carnes producto de su cacería, ya que era un aficionado a montear. En el rincón de un cuarto destinado para los cachivaches reposaban dos escopetas, una sencilla y otra de doble cañón llamadas morochas de cápsulas.

Toño era un amante de la soledad, un bohemio serenatero, inspirado en las canciones de Felipe Pírela Javier Solís, Gabriel Reymón, Rómulo Caicedo, Tito Cortez, Orlando Contreras, Pedro Infante, entre otros; era un enamorado de la vida, de las amistades, su buen humor siempre estaba a flor de labios, muy familiar ya que siempre estaba pendiente de sus sobrinas, las hijas de su hermana Teolinda. Sus vínculos políticos con Acción Democrática lo hicieron merecedor de un cargo como obrero en el ministerio en el sistema de riego El Cenizo y era miembro permanente de mesa en los procesos electorales en representación del partido blanco.

Transcurría una vida normal dentro de la cotidianidad de aquella Sabana de Mendoza pasiva, donde todavía se respiraba aire fresco de las quebradas que lo rodean, El Toro, San Alejo y la Vichú. Era la Sabana de Mendoza de las calles de piedra, del aroma de monte por la inmensa vegetación y de la devoción a la Virgen del Carmen. Toño se había enamorado de una joven muy hermosa y en varias oportunidades le había llevado serenatas, se desvivía por ella, hasta que un cambio repentino, en los sentimientos de la muchacha, la hizo cambiar totalmente con Antonio.

Aquel torbellino mezclado entre sentimientos y frustración lo llevó a refugiarse varios días en el alcohol y su música de taberna. Su amigo, el Padre Lagrera, conversó con él en la casa cural, allí intercambiaron ideas sobre lo que le estaba pasando a Antonio y coincidieron en un acto de confesión en las próximas horas. En la semana siguiente, Toño y el Padre Lagrera se encontraban en el confesionario con su respectiva liturgia como secreto de confesión, jamás se supo las confidencias y solamente el Padre, conoció los pormenores de aquella alma abatida por el abandono de su sentimiento amado.

Habían transcurrido ocho días, después de aquella confesión, cuando Toño participa como miembro de mesa en representación de su partido en las elecciones de diciembre de 1968 y de allí sale, al cerrar el centro de votación a escuchar los resultados electorales en su radio de teclado grande, pero jamás escuchó el escrutinio final ya que en horas de la madrugada, se escuchó la detonación de una escopeta en su baño. Los familiares que fueron a socorrerlo lo encontraron tirado en el baño en medio de un charco de sangre y la masa encefálica pegada en la pared, producto del disparo con la escopeta morocha. Solamente dos testigos, el Padre Antonio Lagrera, quien se apersonó al sitio casi inmediatamente, por estar la casa cural muy cerca de la calle Sucre y una vitrola que sonó hasta altas horas de la madrugada, con una canción de fondo de Rómulo Caicedo, llamada ilusión perdida.

 

 

*Exconcejal

 

 

 

Salir de la versión móvil