La crisis política que se ha generado en Venezuela desborda el análisis jurídico. Para vencer al régimen del terror es indispensable ejecutar una estrategia democrática, impecable y posible. Y eso es lo que está haciendo el presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó.
El joven político ha ido con cautela buscando los aliados necesarios para dirigir sus pasos: aumentar el apoyo internacional para la Asamblea Nacional; buscar la unidad interna entre los distintos grupos opositores; invitar a los desencantados chavistas a unirse a la lucha por rescatar la Constitución y la democracia; ofrecer amnistía (aun para aquellos que lo secuestraron) y rescatar a los venezolanos del miedo y de la represión que el régimen ha impuesto.
En la historia de la democracia venezolana destaca una experiencia concreta de ejecución de un plan político exitoso: la lucha contra Fidel Castro en los años sesenta, encabezada por Rómulo Betancourt. El estadista adeco armó sus acuerdos internos amparado en el Pacto de Puntofijo; obtuvo el respaldo de las democracias occidentales, especialmente del gobierno de los Estados Unidos, con cuyo presidente, John Kennedy, suscribió alianzas; y consolidó el apoyo militar que le dio base a su difícil y amenazado gobierno.
Para comprender esta compleja etapa de nuestra historia republicana, vale la pena leer el libro del profesor Gustavo Salcedo Ávila, titulado Venezuela, campo de batalla de la Guerra Fría. Los Estados Unidos y la era de Rómulo Betancourt (1958-1964). Esta obra obtuvo el premio Rafael María Baralt que otorga la Academia Nacional de la Historia y la Fundación Bancaribe para la Ciencia y la Cultura correspondiente al bienio 2016-2017.
El profesor Salcedo hizo un detallado estudio, con documentación desclasificada de la Central Intelligence Agency (Oficina Central de Inteligencia) y el Departamento de Estado e investigación en la biblioteca de la Universidad de Oxford (Reino Unido). El autor, con información abundante, narra los hechos ocurridos y los interpreta a partir de la referencia fáctica. Resulta una lectura que atrapa y estimula la reflexión sobre el presente a partir de la experiencia histórica.
El gobierno de Betancourt no solo tenía el apoyo interno, sino el respaldo del gobierno de los Estados Unidos. El líder adeco, sin complejos, entendió que el aliado natural de Venezuela era el país de George Washington y Tomas Jefferson. De esa manera se apertrechó del poder necesario para sostener la democracia venezolana.
John Kennedy le dijo a Betancourt, con ocasión de su visita a la Casa Blanca, en un memorable discurso del día 19 de febrero de 1963: “Usted personifica todo lo que nosotros admiramos en un líder político”. En el mismo discurso, el joven presidente del gran país del norte, le reconoció al estadista venezolano que su lucha por la democracia lo había convertido en el enemigo más importante de los comunistas en América Latina. Esto, porque Fidel Castro se había empeñado en apoderarse de nuestro petróleo y extender su modelo marxista-leninista a Venezuela. Encontró apoyó en el Partido Comunista y en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, escisión del ala marxista de Acción Democrática.
Luego de la visita de Castro a Caracas, en enero de 1959, Rómulo Betancourt fue percibiendo el riesgo que representaría el dictador cubano para Venezuela. Al estadista adeco le llamó la atención la negativa de Castro de llevar a cabo elecciones. El comunismo no cree en elecciones: es una ideología basada en la lucha de clase y en el aniquilamiento del “enemigo”. La revolución cubana había llegado para quedarse y las elecciones no iban a impedir este proyecto de revancha y persecución.
Una vez convertida Cuba en un satélite soviético al calor de la Guerra Fría, pasó a ser una amenaza permanente para la región y especialmente para la democracia venezolana. Su injerencia fue permanente, al punto de llevar a cabo la invasión de Machurucuto en mayo de 1967 y ofrecer entrenamiento, armas y adoctrinamiento a los guerrilleros. A pesar de que Castro vivía su momento de esplendor, el demócrata venezolano lo enfrentó y derrotó en todos los terrenos: militar, político e ideológico. En ese momento era impensable que años después, el dictador cubano recibiría la dádiva petrolera para imponer una pesada carga económica y de sacrificios al pueblo venezolano.
Asimismo, el piso político y las alianzas internacionales le permitieron a Betancourt doblegar los diversos intentos de golpes de Estado. El primero fue el de Castro León, el 20 de abril de 1960 en San Cristóbal; luego siguieron los golpes de Carúpano y Puerto Cabello organizados por el Partido Comunista. A esto se suma el atentado lanzado por Trujillo desde República Dominicana, en junio de 1960, poco después del alzamiento de derecha de Castro León. Todo ello fue enfrentado con éxito por la democracia venezolana.
La derrota del castrismo fue posible gracias a la unidad de los distintos sectores del país en torno a la defensa de la democracia. El rol de las Fuerzas Armadas de la época resultó determinante. El compromiso del poder militar con la Constitución quedó demostrado en esa larga lucha contra la violencia y el terrorismo.
Es conveniente recordar también el papel relevante del ministro de la Defensa de la época, general Antonio Briceño Linares, al darle apoyo al sistema democrático. El general Briceño Linares había conquistado la simpatía de John Kennedy, como lo reporta Salcedo Ávila en su excelente estudio. Al momento de visitar los Estados Unidos, recibió todo el apoyo militar del gobierno estadounidense. Su nombre, como el de los integrantes del alto mando militar de esa etapa, debe ser recordado, pues su compromiso institucional es un referente para la democracia. El sector militar fue garante de la estabilidad y el progreso de Venezuela.
En estos momentos críticos por los que atraviesa Venezuela, el presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, ha demostrado habilidades políticas que siguen la línea de Betancourt, al construir primero las alianzas nacionales e internacionales para luego dar los pasos que hay que dar. El destino ha puesto sobre sus lomos encabezar la estrategia política que debe conducir al país a recuperar la Constitución y la República.
Además, Guaidó ha enviado un mensaje a la Fuerza Armada para que asuma su rol de árbitro institucional y garantice una solución política y democrática a la crisis que ha generado el régimen totalitario.
Gracias a la lectura de la obra de Gustavo Salcedo es posible recordar a líderes civiles como Rómulo Betancourt y a jefes militares comprometidos con la liberad, como el general Antonio Briceño Linares. Uno dirigía la política; el otro le daba apoyo militar al gobierno civil. Ese debe ser nuestro destino: la Fuerza Armada al servicio de la Constitución y de los principios republicanos como fueron concebidos por los fundadores de nuestra República.
En esta etapa histórica hay que conocer y recordar, como se merece, el aporte del sector militar en el sostenimiento de los valores de la democracia y la libertad.