No hay que confundir nunca el conocimiento con la sabiduría. El primero nos sirve para ganarnos la vida; la sabiduría nos ayuda a vivir.
Sorcha Carey
Los más conocidos rezanderos en el caserío Vega de San Isidro eran Manolayo, Dionicio Valera, Celedonio Godoy, Arcadio Valera, ellos eran los más cotizados de la zona, recorrían este y otros caseríos cercanos, entre rezos y velorios. No había una actividad mágico religiosa de este tipo, al que no fueran invitados. Los rezos son los que se le hacen a los fieles difuntos, los velorios son los que se hacen a los santos, producto de alguna promesa o una devoción. En algunas familias se acostumbra por devoción, rendirle tributo y adorar a los santos realizando cada año un velorio en el nombre del santo el día de su onomástico. Así que, habían velorios a San Antonio, a San Isidro, a La virgen del Carmen, y así, al santo de nuestra devoción.
En casa de la señora Petra, esposa del señor Tomas Aldana, quien era el carpintero del lugar y vivía un poco más abajo de mi casa, entre la nuestra y la de mi madrina Esther, cada año en su día, se celebraba el velorio a San Isidro. Esa noche re reunía el caserío entero acompañando está devoción religiosa que la familia amiga rendía al santo milagroso. Se rezaba “cantao” hasta tarde la noche, mataban un cochino, gallinas o pavos, ahí comía todo el que se acercaba acompañar a la familia. Ésto era un tremendo banquete que disfrutábamos todos. Esta tradición aún se mantiene en nuestros campos; las familias campesinas somos muy apegados a las tradiciones y costumbres religiosas.
Ocurre que Rafelito, mi hermano, siempre me llevaba de compañero dónde quiera que iba, y un día me pidió acompañarle a casa del señor Arcadio Valera, sobandero, él sobaba resaito y sin dolor, por esa razón Rafelito decidió ir para allá a buscar mejoría de un tobillo maltrecho. Montamos el burro mocho, él en la silla y yo en el anca, emprendimos el viaje, cuento y cuento por el camino. Al llegar, dimos las buenas tardes y preguntamos por el señor Arcadio, Está durmiendo, descansando el almuerzo, nos contestó la señora, y nos invita a que pasemos al cuarto, Rafelito un poco con cuidado y muy callado, lo toca y le susurra cerca del oído, ¡Señor Arcadio, Señor Arcadio! Esté, sin moverse siquiera y si abrir los ojos, refunfuño entre dientes y con un tono tosco y bravo ¡Yo no le debo, porsiacazón!
Aquella sorpresiva respuesta, provocó que velozmente abordaramos el viaje de retorno, apurando y taloniando al burro mocho, apenas nos despedimos y regresamos a casa sabiendo que papá tenía razón, cuando nos alertó, sean prudentes muchachos, que el señor Arcadio es muy delicado.
En uno de esos velorios a San Isidro, donde la señora Petra, acudimos como siempre todos los hermanos, los mayores Rafelito y Mario, los más chavalos éramos Gollito y yo, las hembras acompañaban a mamá en la cocina. Ese año el niño Jesús me había traído una pistola de juguete que disparaba unas balas redonditas similares a un granito de arvejas, la pistolita tenía muy buen alcance y Rafelito se apoderó de ella, sustituimos las balas por granos de arvejas para tener mayores provisiones. Los rezanderos sentados frente un altar bellamente arreglado por las mujeres del lugar, debían quitarse su sombrero para poder rezar. Una botella de aguardiente giraba alrededor de la sala. Las cabezas calvas de los rezanderos reflejaban las luces de las velas. Rafelito el más disposicionero de todos, cuando ellos apagaban los ojos para rezar cantado, le disparaba con certeza precisión, un arvejazo que salía velozmente hasta estrellarse en la frente sudorosa del rezandero concentrado en su oración cantada. Así, entre carreras y escondidas pasábamos la noche hasta que decidíamos parar, sin generar sospecha de nuestra sagaz acción creada por la mente retozona de Rafelito, que como dije era el más disposicionero de todos los muchachos.
Las tradiciones mágico religiosas han acompañado siempre nuestros hogares campesinos, desde tiempos ancestrales, velorios, rezos, oraciones, curanderos, sibanderos, y otras creencias, momoyes, espantos; todo eso forma parte de la querencia ancestral, y no se irá jamás de nuestro seno, pues ella forma parte de nuestra rica y diversa esencia campesina.
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