Revitalizar la democracia | Por: Antonio Pérez Esclarín

 

“Todo tiempo de sufrimiento es también tiempo de esperanza”, escribió  José Saramago, y los venezolanos tenemos derecho a exigir a los políticos las respuestas adecuadas que nos devuelvan la convivencia, la paz y la posibilidad de vivir sin sobresaltos ni penurias. Llevamos ya demasiados años de sufrimiento innecesario y caos, donde la política, divorciada de la ética, ha sido penetrada por personas egoístas, intolerantes y violentas. Es hora de arrancar a la política de la desviación en que ha caído, y revitalizar la democracia como  el medio adecuado para  garantizar el mayor bienestar a todos. El poder nos pertenece a los ciudadanos y debemos ejercerlo para lograr un gobierno que se dedique a gobernar para todos y a resolver los gravísimos problemas que sufren las mayorías. No podemos olvidar que la democracia es un poema de la diversidad, y es un instrumento y  un compromiso. Un instrumento que sirve para todos y un compromiso que depende de todos. La democracia es  un conjunto de reglas, al servicio de unos valores fundamentales para la convivencia que son la libertad y la igualdad.  

Libertad para desarrollarnos como personas,  para no ser manipulados ni vivir en el miedo o la inseguridad. Libertad para expresarnos sin temor y poder criticar y combatir todo lo que consideramos erróneo, antidemocrático e inmoral.  Igualdad en dignidad, derechos y responsabilidades, en la diversidad y en las diferencias, sin discriminaciones ni exclusiones, con derecho a perseguir las propias metas  y gozar de bienestar. Pero la libertad necesita de la tolerancia y la igualdad de la solidaridad. La tolerancia y la solidaridad son esas virtudes democráticas que deben guiar nuestro comportamiento social y político.

La tolerancia es el modo adecuado de convivencia y de búsqueda de la verdad, es la no-violencia activa. Es un esfuerzo constante, un aporte continuo ante el conflicto que nunca desaparece de la escena política. En palabras de Norberto Bobbio, “la tolerancia no sólo es socialmente útil y políticamente eficaz, sino que es éticamente obligatoria”. Pero la tolerancia sólo es posible si se definen sus límites: lo intolerable. No podemos tolerar lo intolerable,  lo que atenta contra la dignidad humana y  los derechos fundamentales. Lo intolerable es el dolor y el sufrimiento producido por el comportamiento y las acciones de otros. La libertad no puede existir sin la tolerancia, pero la tolerancia no puede existir sin la intolerancia a los intolerantes. Por ello, no podemos tolerar a los que siguen ocasionando tanto sufrimiento y destruyen la democracia.

Si la libertad necesita de la tolerancia, la igualdad necesita de la solidaridad. La solidaridad se fundamenta en la  dignidad de todas las  personas y exige atribuir idéntico valor a cada uno, respetando sus diferencias, sin permitir que se conviertan en desigualdades.  La solidaridad no es un sentimiento caritativo, sino  deber de justicia para lograr que el origen racial o social,  el sexo, la religión o las convicciones políticas no impidan la plena igualdad en el disfrute y ejercicio de los derechos humanos y libertades fundamentales.

La democracia afirma el derecho de todos los ciudadanos a una vida digna, que les garantice la vivencia de sus derechos  esenciales   y  el cumplimiento de sus obligaciones.  En Venezuela es nuestro deber ciudadano revitalizar la democracia, tan violada y maltratada, para garantizar la paz,  la convivencia y un desarrollo próspero y sustentable que alcance a todos.  

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