- La cuarentena se cumple entre la disciplina y la incertidumbre
Como una curiosa escena, surgida de alguna película apocalíptica, Ingrid Rodríguez llega todas las tardes a su apartamento en Residencias Las Terrazas. Se para frente a la puerta y, antes de entrar, comienza un minucioso ritual de desinfección e higiene. Se quita los zapatos, medias, su chaqueta, guantes y tapaboca. Coloca todo en una bolsa y lo sella. Luego, se rocía alcohol y aplica gel antibacterial en sus manos. Cuando entra a su hogar la familia la espera, sin besos, sin abrazos, pero felices del retorno.
“Más allá de la situación política, todos en nuestra familia estamos conscientes de que la medida de cuarentena era necesaria”, afirma Ingrid, arquitecta y directora de Protección Civil del Municipio Libertador, en la ciudad de Mérida. Desde su cargo tiene una clara lectura de la situación que intenta promover entre los suyos. Y la ratifica con una frase sencilla pero contundente: “La cosa es seria”.
Junto a Ingrid, vive su esposo Chelique, profesor universitario, y sus dos hijos: Mariana (19) y Simón (14); la primera novel estudiante de ingeniería química y el segundo liceísta. Juntos forman la familia Coello-Rodríguez.
Si bien los estudiantes intentan ajustarse a la dinámica de clases mediante tareas y asignaciones vía correo electrónico y plataformas digitales, para Ingrid y su esposo Chelique el tipo de trabajo que desempeñan los obliga a salir cada día a la calle.
“Chelique – explica Ingrid – debe compartir su trabajo como profesor universitario con labores para una empresa de distribución de alimentos, uno de los sectores exentos de cumplir el confinamiento. Y yo trabajo en Protección Civil, una responsabilidad que por estos días me obliga a estar atenta a la coordinación de acciones y del personal”.
Como bien la cuarentena apenas comienza (oficialmente se estima que finalizará a mediados de abril) los días transcurren lentos, como era de esperarse en un confinamiento obligatorio.
A los Coello-Rodríguez los reúne, cada tarde, una conversación familiar sobre el tema del momento. “Considero que en mi hogar todos tienen clara la información sobre el Coronavirus”, apunta Ingrid.
Por ahora, además del repaso informativo sobre la pandemia, no ha habido necesidad de aplicar actividades especiales. “Pero de seguro eso vendrá. A lo mejor nos inventamos una jornada de limpieza profunda de la casa, quién sabe”, pronostica la mamá de la familia.
Lo más preocupante para los Coello-Rodríguez, en estas primeras de cambio de la cuarentena, es estimar la disponibilidad de alimentos para las próximas semanas. “Nos inquieta que la gente se canse y decida romper la cuarentena para salir por comida. Ese es un aspecto de la situación que deberá preverse para evitar situaciones de conflictividad social”, advierte.
También, la sombra de los inestables servicios públicos pende sobre la vida en cuarentena de los Coello-Rodríguez, sobre todo la preocupante ausencia del agua, en momentos en los que éste debería ser uno de los elementos protagonista para prevenir la transmisión del Coronavirus.
Entre Disney la comida
La pequeña Valeria, con toda la energía que puede concentrarse en un cuerpecito de tres años, explora con la rigurosidad de una arqueóloga la casa de los Páez-Rondón.
Valeria es la única hija de Gustavo Páez y de Karina Rondón. Junto a ellos se suma, como un cuarto miembro, la señora Alix Vivas, madre de Karina.
“Tenemos que ingeniarnos con juegos y películas de Disney para que el encierro no la afecte”, comenta Gustavo – geógrafo y profesor universitario – sobre las estrategias familiares, que se centran, en su caso, en mantener ocupada a su hija.
Por suerte, Karina, como madre recibe, vía WhatsApp, consejos sobre juegos didácticos y otras actividades útiles cuando se trata de preparar un plan diario de acción infantil. No obstante, hay otras preocupaciones que inquietan la vida familiar de los Páez-Rondón durante la cuarentena… Por ejemplo: que no falte la comida.
Precavida, la familia hizo un mercado “especial” y compró medicamentos días antes del anuncio de cuarentena. Y no era que tuvieran información subterránea sobre el confinamiento nacional que venía. “Simplemente – sentenció Gustavo Páez – uno ya sabe en qué país vivimos”.
Pero dado el hecho de que esta cuarentena hará honor a su nombre y se prolongará, al menos, hasta mediados de abril, el profesor Gustavo mira los días por venir con cierto aire de preocupación. “Estamos de acuerdo con la cuarentena, pero la medida fue algo precipitada ya que no dio tiempo para planificar”, afirma. Agrega, como argumentos a tener en cuenta, el hecho de que el poder adquisitivo del venezolano está por el suelo y que aun teniendo el dinero hay que tomar en consideración la realidad de que la nuestra es una población que vive, en un porcentaje importante, “del día a día”.
Por ahora, los Páez-Rondón, pasan sus días de encierro obligatorio en su hogar del urbanismo Don Jesús, en el sector Don Perucho, en lo que se conoce como cuenca del Chama, de la ciudad de Mérida. “Nos hemos preocupado por mantenernos bien informados sobre el Coronavirus y qué medidas cumplir para evitar el contagio”, explica Gustavo, al tiempo que destaca el grado de seriedad con el cual la mayoría de sus vecinos han asumido las medidas de contención del virus. “Pero, como siempre, hay de todo”.
Asomados a la ventana
Al norte de la ciudad de Mérida, en el Conjunto Residencial La Hechicera, la familia Figueroa-Heras, pasa los días de cuarentena apegados a un fiel cumplimiento de las medidas de distanciamiento social, pero con la certeza de que por más planificación que exista, son pocas las familias que pudieron haber logrado apertrecharse para un período de confinamiento tan extremo como el que se plantea para los venezolanos.
“Lo más difícil es asumir la realidad económica. Aunque considero que la cuarentena es una medida de responsabilidad, que acatamos, mentalmente la mayoría de las familias no estábamos preparadas”, explica Danilo Figueroa, periodista al servicio de la Universidad de Los Andes. Su trabajo lo ejerce apoyado a las herramientas digitales aunque, como era de esperarse, a merced de eventuales cortes eléctricos y de los vaivenes de la conexión a Internet.
Sobre los servicios, Danilo recuerda que no hay ninguno óptimo aunque reconoce que por su sector, aledaño a la avenida Alberto Carnevali, el gas y la electricidad han mejorado no así el agua “que es una preocupación, no de ahora sino desde hace varios meses”.
La familia Figueroa-Heras la conforman, además de Danilo, su esposa Adriana, quien también es periodista, sus dos hijos, Ana Rebeca (24) y Sebastián (19), además de la señora Violeta (84), quien es madre de Adriana.
“Cuando me asomo a la ventana, veo que los vecinos cumplen la cuarentena de forma muy cívica. Además, cuando salen usan tapaboca y mantienen la distancia”, describe Danilo la situación en el entorno de su residencia.
Lo que no se ve es la realidad de cada familia, pero para el periodista Danilo es algo que se intuye: “Esta situación nos obliga a reorganizarnos ya que nuestra preocupación es cómo se accederá a los alimentos, no ahora, que ya es difícil, sino dentro de algunas semanas”.
Como telón de fondo de estas tres realidades familiares, el apagado sonido de la ciudad se hace cada día más evidente. Además, la decisión gubernamental de no surtir gasolina es otra variable que se asoma como una incógnita en un retorno a la cotidianidad perdida.
La cuarentena no sólo es un reto emocional y hasta espiritual, sino que también, según lo apuntado por los entrevistados, es un reto económico y de planificación. Un reto viral, porque entraña vencer a un virus, sólo que, a diferencia de otros países en cuarentena, cuando se termine el aislamiento todos volverán a la normalidad en tanto aquí nadie parece vislumbrar una “normalidad” a la que podamos regresar.