Resurrección

Esta vía dolorosa que sufrimos los venezolanos no tiene que ser en vano. Tenemos el deber histórico de darnos cuenta de sus causas, buscar en nuestro proceso histórico remoto y reciente las razones que puedan explicar el haber caído tanto, con el fin de encontrar entre todos las fuerzas y las estrategias para construir el país posible.

Las lecciones que nos da Jesús en el calvario y en su resurrección nos  dan orientaciones para estas tareas. Primero que la sustentación de su venida a este mundo y todo su proceso vital está en el amor. Pecamos porque no somos perfectos y con frecuencia sufrimos un déficit de amor, pero en Él no hay déficit alguno. Todas nuestras faltas no mellan el amor de Dios, al contrario, lo alimentan para el poder de la Misericordia. Con su pasión, muerte y resurrección nos dio la esperanza de la redención y de la verdadera liberación.

Si amamos a Venezuela este viacrucis será para nuestro bien, pues estaremos haciendo un verdadero examen de conciencia a nuestras faltas, formularemos un profundo propósito de enmienda y emprenderemos un amplio y consensuado proceso de resurrección. Que no es volver al pasado, todo lo contrario, es ir a un nuevo y superior proceso histórico basado en las mejores fortalezas que hemos tenido, pero también superando nuestras debilidades y enmendando nuestros pecados.

No dudo en anotar que en la lista de nuestras faltas como nación el más letal ha sido la carencia de una conciencia histórica sobre quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde queremos ir. Nunca hemos tenido un claro proyecto de desarrollo y unos relatos que lo hagan posible. Lo más cercano fue el proyecto de 1811, muerto casi al nacer,  y el proyecto democrático a partir de 1958 que se deterioró cuando en vez de avanzar en su consolidación, el liderazgo nacional sucumbió frente a los demonios ancestrales: la corrupción y el clientelismo. El déficit de valores, el caudillismo y el militarismo, el rentismo y la dependencia del Estado, el culto al “vivo” y el desprecio al trabajo honrado han sido nuestras gangrenas. Tenemos gente capaz y abundantes recursos naturales, pero eso ha servido para enriquecer a unos pocos y empobrecer a la mayoría, con el resultado de una sociedad excluyente e injusta.

Nuestra resurrección como pueblo nos debe llevar a una transfiguración que nos lleva a hacernos cargo de nuestro propio destino, fruto de nuestras herencias mestizas y tropicales y de nuestra voluntad apasionada de ser libres, democráticos, institucionales, trabajadores, cultos como son miles de personas a lo largo y ancho del país. Es una tarea que nos interpela a todos.

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