Los días de Pascua de Resurrección son días de júbilo y esperanza. Por ello, también, de compromiso. Celebramos el triunfo de la vida sobre la muerte, del amor sobre la crueldad, el odio y la violencia. Para los seguidores de Jesús, la cruz no es la última palabra: Es sólo paso, puerta a una vida renovada. El Padre resucitó a Jesús y quedaron derrotados la muerte y sus heraldos. Aceptar la resurrección significa creer que la forma de vida de Jesús es el modo de vencer radicalmente la muerte y salvar definitivamente la vida. Con frecuencia, afirmamos que creemos en Jesús resucitado, pero seguimos manteniendo los valores de los que lo crucificaron.
Por ello, celebrar la Resurrección, el triunfo del amor sobre la muerte, de la paz sobre la violencia, del perdón sobre la venganza, debe ser también ocasión para renovar nuestra decisión de seguir con mayor radicalidad a Jesús y trabajar con alegría y esperanza por construir una Venezuela próspera, reconciliada, justa y en paz donde todos podamos vivir con dignidad y vayan quedando atrás como recuerdos tristes de un pasado superado las colas, la escasez, la inflación, el hambre, la inseguridad.
El Dios de Jesús es amigo de la vida, tiene pasión por una vida más sana, justa y dichosa para todos, y nos invita a compartir su sueño y su proyecto de amor. Eso es el Reino. El Reino de Dios está en la disposición de servir. Cuando se lucha contra el sufrimiento, cuando se alivia el dolor, cuando se trabaja por bajar de la cruz a los crucificados por la miseria y la injusticia, allí está actuando el Reino de Dios. Si hoy reina la violencia, la opresión, la miseria, la injusticia, la mentira, el egoísmo, la insensibilidad, Jesús nos invita a construir el Reino de la paz, la fraternidad, la verdad, el servicio, la compasión, la vida. Un Reino sin tronos ni palacios, sin lujos ni pompas, sin ejércitos ni cuerpos de seguridad, sin represión ni violencia, con el único poder, como Jesús, de sanar, de curar, de ayudar, de servir, de perdonar. Un Reino donde los últimos son los primeros, y por ellos se les atiende con políticas sociales eficaces y dignificadoras.
El Reino de Dios es, en definitiva, el anti-reino de los poderosos y de los que dominan en la tierra. Como Jesús lo palpó y lo entendió con meridiana claridad “los jefes de las naciones las gobiernan como dueños y los grandes hacen sentir su poder. No debe ser así entre ustedes. Al contrario, el que quiera ser grande que se haga su servidor, el que quiera ser el primero que se haga su esclavo. Porque así sucede con el Hijo del Hombre, que no ha venido a ser servido sino a servir, y a dar la vida por todos” (Mateo 20,20 y ss).
El Reino de Dios comienza a estar ya entre nosotros, lo vamos construyendo, cuando servimos a los necesitados, cuando nos esforzamos por combatir la injusticia y la violencia. Para Jesús, servir a Dios y su proyecto es servir al prójimo necesitado: no hay otra manera de servir a Dios que sirviendo al prójimo.
Celebrar la Resurrección nos debe impulsar a renacer a una nueva vida, a trabajar con mayor tesón por Venezuela, desterrando toda tentación de recurrir a la violencia, el odio y la venganza.
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