Santiago de Chile, 7 mar (EFE).- Salieron a las calles para plantarle cara a la dictadura militar (1973-1990) y protestar por la persecución y desaparición de hijos, hermanos o compañeros sin ser conscientes de que estaban escribiendo una nueva etapa en la historia del feminismo chileno, que este miércoles volverá a sacar músculo en una multitudinaria marcha.
Casi 50 años después del golpe liderado por Augusto Pinochet, cuatro mujeres que alzaron la voz cuando la política y el activismo estaban reservados solo para los hombres reflexionan aquellos oscuros años con EFE.
ALICIA LIRA: «FUIMOS INVISIBILIZADAS»
Alicia Lira, nacida en 1948, entra en el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos de Santiago, dedicado a las más de 3.200 víctimas que dejó el régimen, como si fuera su casa. Es una de las activistas más reconocidas del país y no hay nadie en el museo que no la conozca.
Desde 2009, Lira es presidenta de la Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos (ANEP), pero su activismo empezó mucho antes, cuando en 1986 el régimen le arrebató a su pareja, a quien aún llama cariñosamente «mi negro».
En una sala del museo, donde se exhibe una exposición sobre el feminismo durante el régimen, Lira asegura que fueron ellas las primeras en tomarse las calles porque los crímenes «se cometían básicamente contra los hombres».
Cree que se ha «invisibilizado» la resistencia de las mujeres y reivindica también a aquellas que, en un segundo plano, «alimentaban a los niños que se habían quedado huérfanos» en las ollas comunes de las poblaciones más vulnerables: «Fueron ejemplo de unidad, de amor y de lucha», asegura.
FANNY POLLAROLO: «¡SOMOS MÁS!»
En la intersección entre la principal avenida santiaguina, Avenida Providencia, y la calle Carlos Antúnez, cientos de mujeres que se manifestaban el 30 de octubre de 1985 bajo el lema «¡No más porque somos más!» fueron duramente reprimidas.
En el mismo punto donde el furgón policial entró lanzando agua tóxica, Fanny Pollarolo (1935) recuerda lo que aquellas mujeres bramaban: «¡No tenemos las armas que tienen ustedes, pero somos más!».
La marcha, que con los años se convertiría en un hito para el feminismo chileno porque logró atraer a muchas mujeres no organizadas que nunca antes se habían manifestado, fue convocada por «Mujeres por la vida», una organización creada dos años antes y en la que cabían todas las ideologías opositora al régimen, desde las comunistas hasta las democristianas.
«Era un movimiento transversal que quiso no reproducir las prácticas masculinas. En su origen, ‘Mujeres por la vida’ nace como una crítica a la política de los hombres, a esa incapacidad de unirse contra la dictadura», indica.
Antigua militante comunista y hoy vicepresidenta del Partido Socialista, dice que al principio les costó reconocerse como feministas, pero que fueron «adoptando el término» y empapándose de nuevas corrientes a medida que regresaban a Chile compañeras que partieron al exilio en Europa. «La izquierda en esos años dejaba el problema de la mujer de lado», lamenta.
VICKY QUEVEDO: «DEMOCRACIA EN EL PAÍS Y EN LA CASA»
En una cadena plateada colgada del cuello, Vicky Quevedo (1955) atesora un símbolo femenino de argento con extremo cuidado: lo heredó de la socióloga Julieta Kirkwood (1937-1985), referente del movimiento feminista chileno de los años 80 y precursora de los estudios de género el país.
Mientras acaricia el colgante, recuerda los inicios de la Casa de la Mujer La Morada en 1983, «la primera que se definió públicamente como feminista» en un momento en que no todas las organizaciones de mujeres se atrevían a hacerlo, dice.
«Hablábamos de la dictadura que se vivía también dentro de los hogares, de ahí viene el lema ‘Democracia en el país y en la casa’: ¿Qué pasaba con la relaciones al interior del hogar? ¿Quién tomaba las decisiones?», pregunta retóricamente.
Quevedo, que empezó su militancia feminista a su regreso del exilio sueco, reconoce cierta división con las activistas vinculadas a partidos o sindicatos: «Para las feministas, la democracia no era la magia que, una vez caído el dictador, resolvería todas las discriminaciones».
Hoy, observa complacida cómo las jóvenes «se han dado cuenta de que esto no partió con ellas», algo también tenían claro las mujeres de su generación «gracias a Kirkwood y su mirada»: «Siempre hubieron otras atrás».
BEATRIZ BETASEW: «SANAR LA TORTURA»
Beatriz Bataszew, nacida en 1954, barre con esmero el memorial a las mujeres que «resistieron y sobrevivieron» la violencia política-sexual cometida durante la dictadura, instalado en la calle Irán 3037, frente a la casa conocida como la Venda Sexy por su uso como centro de detención y tortura durante el régimen.
«Es una casa que fue particular por las estrategias represivas que se ocuparon contra las mujeres y disidencias», relata.
Más de 80 prisioneros y prisioneras, la mayoría militantes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), una organización de la izquierda radical que en aquellos tiempos defendía la lucha armada, pasaron por allí.
Bataszew llegó una noche de 1974. En el subterráneo fue violada y torturada hasta el amanecer. El feminismo, cuenta, fue «parte del proceso de recuperación y sanación», un feminismo que absorbió de sus pares, quienes le ayudaron a entender que lo ocurrido «no tenía que ver con ella, sino con ser mujer».
Crítica con el feminismo más institucional, considera que «la victimización vende», y que «nunca se habla de la importancia de las mujeres en la lucha contra la dictadura», en su sentido más literal: «Nosotras pusimos el cuerpo y la vida en eso, pero esa parte de la historia está borrada».
Meritxell Freixas y María M.Mur