Nadie está a salvo de convertirse en un ser corrupto. No pagar el impuesto en una factura, intentar sobornar a un policía para eludir una multa o a un funcionario público para acelerar un trámite administrativo, fingir una enfermedad para no ir al trabajo, falsificar datos de un formulario para obtener un beneficio. Si bien puede parecer que hay profesiones de riesgo en el mundo de las finanzas, las grandes empresas o la política, como nos recuerdan a diario los medios de comunicación social al igual que las redes sociales con los casos recientes por citar ejemplos cercanos, la evidencia indica que todos llevamos un potencial corrupto dentro.
Personalidades narcisistas y antisociales, más propensas a la corrupción. Sin embargo, es también evidente que no todo el mundo que tiene la oportunidad de infringir la ley en beneficio propio lo hace. Hay que tener también ciertos rasgos de personalidad. Hay ingredientes en la personalidad que agitan el cóctel y pueden desembocar en comportamientos corruptos si se dan unos condicionantes. Las investigaciones sobre el comportamiento humano y los trastornos de personalidad señalan dos, la personalidad narcisista y la antisocial.
El rasgo predominante de la personalidad narcisista es el egocentrismo, es decir, utilizar a los otros para fortalecer su autoestima y satisfacer sus deseos.
Es un patrón de grandiosidad, los narcisistas sobrevaloran su valía personal y esperan que las otras personas atiendan a la alta estima en la que se apoyan. Son personas que necesitan sentirse admiradas, carecen de empatía y sobrevaloran sus capacidades, creen que son especiales y tienen muchas fantasías de éxito. Operan sobre la presunción de que el mero deseo de cualquier cosa justifica por sí mismo su posesión.
Hay ingredientes en la personalidad que agitan el cóctel y pueden desembocar en comportamientos corruptos si se dan unos condicionantes. El comportamiento humano y los trastornos de personalidad señalan dos, la personalidad narcisista y la antisocial. Son personas que necesitan sentirse admiradas, carecen de empatía y sobrevaloran sus capacidades, creen que son especiales y tienen muchas fantasías de éxito. Operan sobre la presunción de que el mero deseo de cualquier cosa justifica por sí mismo su posesión. ¿’Prisioneros’ de una sociedad corrupta? La teoría económica explica cómo una sociedad puede llegar a una situación de corrupción generalizada por medio del célebre dilema del prisionero, un problema básico de la teoría de juegos que muestra las consecuencias perniciosas de la decisión de no cooperar aunque ello vaya en perjuicio de todos. En un país donde todo el mundo es tramposo el incentivo para ser tramposo es mayor que donde todo el mundo es honrado. Si todos presumen de evadir impuestos, todos lo harán. Por supuesto, este comportamiento es puramente egoísta y descuenta todos los perjuicios en economía, externalidades negativas de la corrupción generalizada en una sociedad: se reduce la productividad de las inversiones públicas, empeora la calidad de las infraestructuras, se reducen los ingresos del Gobierno por el dinero negro, expulsa a los inversores extranjeros, reduce los gastos públicos en áreas donde no haya un beneficio inmediato.
Para salir de esta espiral creciente y perniciosa hay al menos dos vías, imponer controles externos que hagan que la decisión de corromperse no salga rentable, a través por ejemplo de legislación a favor de la transparencia de las instituciones y las administraciones públicas, o un cambio en cómo se percibe el entorno, que la gente transforme su forma de ver la vida y de actuar. Dicho de otra manera, se trata de rendir cuentas a los demás o a la propia conciencia.
La preocupación por la corrupción tiene que ver mucho con la situación económica, la gente empieza a indignarse con la corrupción cuando empieza la crisis económica. cuando empieza a sentirse más la crisis económica y alcanza su nivel más alto cuando el desempleo llega por las nubes. Si no hay crisis económica, la gente no se indigna tanto. Ocurre lo mismo cuando se considera a los políticos y a la clase política como uno de los problemas más importantes del país. Tiene que ver con una dimensión de resultados, más que con una condena moral.
En fin, cuando un ente público regula un ámbito de la vida pública, social o económica, existen riesgos de corrupción, cuando un administración fomenta una actividad de interés general hay riesgos de corrupción, cuando se compran o contratan bienes o servicios, hay riesgos de corrupción, cuando se otorgan licencias, autorizaciones, permisos, certificaciones, hay riesgos de corrupción, cuando se realizan controles o inspecciones administrativas, hay riesgos de corrupción; cuando se sanciona, hay riesgos de corrupción. Todas las funciones públicas son intrínsecamente vulnerables a los riesgos de corrupción, es decir, el riesgo de que alguna persona abuse de su cargo o posición pública en beneficio propio o de un tercero. Por ello, en la construcción de la integridad institucional es indispensable asumir un papel activo en la prevención de la corrupción a través de la gestión de riesgos de corrupción así como con el establecimiento y aplicación de mecanismos de detección y respuesta ante conductas corruptas, ilegales o impropias.
Fuente:
ECCIO LEÓN R