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Reminiscencia de la niñez y valores en don Mario Briceño Iragorry |  Por: Anneris Zerpa de León

por Redacción Web
15/09/2025
Reading Time: 11 mins read
Mi infancia y mi pueblo. Mario Briceño Iragorry: Foto: @leamelibreria

Mi infancia y mi pueblo. Mario Briceño Iragorry: Foto: @leamelibreria

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Anneris Zerpa de León

 

Lo que ocurre en el pasado

vuelve a ser vivido

en la memoria

John Dewey

 

Introducción

Pasear la mirada por la escritura de don Mario Briceño Iragorry, es recorrer el pasado y ubicarnos en el presente a través de la palabra, evocando sentimientos del ayer. El escritor fue y sigue siendo una figura importante en el quehacer de las letras venezolanas, analista e historiador venezolano que dedicó gran parte de su vida a reflexionar sobre la identidad nacional y particularmente, el devenir del tiempo desde la colonia hasta nuestros días.

A través de la memoria, Mario Briceño Iragorry (1951)  expresa sus sueños y vivencias de su niñez en el texto “Mi Infancia y Mi Pueblo”. Dos miradas a la historia, dibuja don Mario Briceño Iragorry en esta narración, así lo expresa: “En Trujillo aprendí a vivir una vida de doble historia” (p.19).  La primera, evocación del reencuentro con su pasado, su infancia y vivencias trascurridas en su pueblo natal Trujillo y la segunda, la descripción de hechos históricos de los hombres de los cuales somos herederos de una cultura y una historia; personajes que en conjunto construyeron valores importantes en la niñez del escritor.

Mario Briceño Iragorry utiliza en su narración el discurso epistolar constituido por cuatro cartas. Las tres primeras, dirigidas a su “Amable y generosa amiga”, quien es un personaje indefinido; este personaje podría ser, la madre o quizás, su escritura perpetuada a través del tiempo o su ciudad natal Trujillo a quien muy dulcemente define como “Tierra de María Santísima”. La última carta dirigida a Manuel Briceño Ravelo. Por lo expresado, se puede decir, que Mario Briceño Iragorry a través de la evocación construye tapices de su niñez y la historia de personajes que tuvieron mucha influencia en su formación; al igual, describe hermosos paisajes trujillanos que propician al ambiente nativo un matiz bucólico.

La mirada reflexiva dirigida al texto “Mi Infancia y mi Pueblo” (1951) muestra un sentido ontológico, el estudio del ser en relación con el mundo y la influencia familiar en la formación de valores, vínculos con el lugar de origen y la formación del escritor.

Mario Briceño Iragorry resalta en su escritura sentimientos de pertenencia a su pueblo, promueve la identidad nacional y, por ende, la lealtad y apego a la cultura y tradición nacional: “Para saber quién soy y para saber lo que es la gran patria venezolana tuve que empezar por buscarme a mí mismo y por buscar mis raíces venezolanas en el suelo y en la historia de Trujillo”. El escritor busca en la memoria los recuerdos que le atan a su terruño y a su infancia, para ello, busca en su filiación al suelo que le vio nacer, conjuntamente con la historia de sus ancestros, lugar de apego al que perteneció y en el que nació.

El escritor define a Trujillo como el espacio vital en el cual se centra el discurso; ese lugar representa para Mario Briceño Iragorry su esencia y la relación placentaria que le une con su infancia y su pueblo. A esto Lombardi lo define: “como una identificación individual y psicológica básica en todo ser humano con sentimiento de patria, expresado a través de una etnia, una cultura, un habitad o una territorialidad” (p,22). Existiendo en el escritor un compromiso, e identificándose con su identidad regional y local, es el reto de extraer desde lo más profundo de su ser sentimientos, el camino adecuado para encontrar, ya adulto, las respuestas a su inquietud en las vivencias de su niñez.

 

Reminiscencia y valores desde la infancia en don Mario Briceño Iragorry

 

La formación de valores de los niños en la familia, debe darse de manera agradable, para permitir al infante un crecimiento efectivo a través de su desarrollo social y espiritual. En su primera infancia el niño adquiere hábitos y cualidades que, posteriormente, van a formar su personalidad.

Según Teiche Mauricio (1976). “El cuidado y educación del niño en su primera época es importante para adquirir buenas costumbres.” (p.50).  Los valores orientan la formación y la calidad de vida, a fin de desarrollar necesidades y potencialidades básicas. La educación juega un papel importante en el desarrollo integral; a través de ella se adquieren habilidades, valores y destrezas para ser un individuo capaz de valerse por sí mismo, a lo que Joan Carles (2003) los define como: “Una tela de araña, un laberinto de posibilidades que cada ser humano irá tejiendo.” Cada individuo se forma y hereda valores dentro del seno familiar.

En tal sentido, es importante desarrollar en el ámbito familiar valores, que permitan el desarrollo integral de la personalidad individual del niño. Fomentar el   amor, la fe, las virtudes de esperanza, caridad, integridad, respeto, entre otros; lo que va a contribuir a la formación de un hombre a carta cabal, de espíritu solidario y una conciencia moral propia, capaz de dar testimonio de su transitar por la vida, resaltando sus querencias, su cultura y tradiciones que han hecho en él un fiel exponente de su formación académica.

De allí que la familia, constituye el órgano promotor de valores, donde se enseñe aptitudes para formar al hombre del mañana, a fin de transformarlo en una persona de respeto. La familia de Mario Briceño Iragorry fue un ejemplo a seguir, en especial para aquel niño que soñaba siempre a fin de formarse para su hacer escritural desde pequeño. Los valores son fundamentales en la formación familiar y educativa de los miembros de la familia.  Con ellos aprenden a respetarse mutuamente, a fin de que cada miembro tome sus propias decisiones asumiendo responsabilidades, se fomenta la solidaridad en un ambiente de interacción social en busca del bien común. En lo que respecta al amor y afecto son fundamentales en el desarrollo armónico familiar, estos valores, generan un ambiente de confianza y entendimiento en todos sus miembros.

 

La familia de Mario Briceño Iragorry en la formación de valores

 

La familia de Mario Briceño Iragorry jugó en su formación un papel importante y fundamental. La abuela materna, el padre y su madre brindaron las herramientas necesarias para consolidar la personalidad y desarrollo de una capacidad intelectual en el niño, que iba creciendo a medida que éste adquiría su formación en su hogar y en la escuela en que dio sus pasos como estudiante. Su lugar de origen, Trujillo, le brindó un ambiente propicio en sus diversos recorridos por espacios importantes junto a los amigos y la familia.

Mario Briceño Iragorry se educó en el ejemplo, respeto, amor y una espiritualidad en el hogar, su abuela materna, Teresa Briceño de Iragorry, tuvo gran influencia en él con sus consejos; cuenta el escritor, después de su retorno de su exilio, que la anciana al concederle la bendición en las mañanas le recibía con una expresión: “Que Dios te aleje hijo, de la hora de los elogios”. Enaltecimientos a los que la abuela materna hacía referencia, que eran aires de grandeza innecesarios, por cuanto él era humilde de corazón y las virtudes estaban integrados al amor a su familia y a su Trujillo.

Don Mario Briceño Iragorry vivió su infancia en la ciudad de Trujillo, al lado de sus padres, Jesús Briceño Valero y Teresa Briceño de Iragorry, quienes fomentaron el amor a la familia, la humildad y respecto a sus semejantes, le enseñaron compromiso al estudio, así lo expresa el escritor en su carta a la juventud venezolana: “Crecí en medio de una familia donde los padres se empeñaron en iluminar la conciencia de sus hijos. Donde los padres compartieron con sus hijos largas horas de lecturas y de contar historias que permitieron mis primeros vuelos por los reinos de la imaginación”. (p.1)

Don Mario, apela al contar, evoca en la memoria, formando imágenes exaltadas de sus sentimientos infantiles, pero con una visión más amplia, la formación intelectual del joven que apenas comenzaba a dar sus primeros pasos por el quehacer literario, resaltando su formación educativa propiciada por sus padres. El autor establece con el texto una representación propia para traer al presente acontecimientos de su infancia, que están presentes en la memoria; en su discurso expresa imágenes, poco a poco, va construyendo cuadros y vivencias en espacios con un tiempo definido, que van tomando forma en su ciudad, personas y sitios históricos en su transitar memorístico  por su  pueblo natal, Trujillo.

Este ir y venir de Mario Briceño Iragorry a través del tiempo, es lo que Martín Heidegger (1997) denomina “haber sido”; es decir, la condición de la cual está consciente el escritor, que le lleva a vivir su pasado, que trae al presente a través de la evocación, donde se reencuentra con su ser, a fin de dibujar los acontecimientos del ayer y situaciones que vivió del mundo espacial y temporal de su niñez.

Ese mundo al que se refiere Mario Briceño Iragorry está formado por voces y murmullos de quienes le contaban o referían historias, que en conjunto formaban el colectivo de la época en que vivió el escritor, representado por sus abuelos, padres y personajes, quienes le contaban historias que marcaron para ese entones su vida.

Cabe destacar en este transitar por el pasado del escritor, el papel importante que representó su madre en su vida y formación; su mamá fue su más grande tesoro y la describe: “No hubo en el mundo mujer como mi madre. Cuando la pienso, he de verla siempre unida al panorama de mi tierra nativa, Y porque amo desmedidamente el recuerdo de mi madre he de amar con pasión semejante el lugar donde ella me dio a luz y donde me nutrió para la vida” (p.13)

Es la madre de Mario Briceño Iragorry lo más importante para él, al igual que su terruño, Trujillo; identificada su madre al suelo patrio con pasión y amor desmedidos, unida como el cordón umbilical al hijo. Ella representa para el escritor la imagen de la ciudad, es el símbolo que se queda en la memoria y trasciende fronteras para llegar armoniosamente a su infancia; le enseñó a jugar y a soñar, a formarse en el amor y cariño, así mismo, como a sus semejantes, lo formó para la vida, fue el enlace al mundo de juegos de su infancia, le inculcó valores de fe, amor, esperanza y caridad: Él dice “Los años más felices de mi vida las pasé en Trujillo al lado de mi madre. Ella me hizo amar la vida y me enseñó a buscar como finalidad de las acciones humanas algo más que la satisfacción lucro material.” (p.13)

La madre de don Mario Briceño Iragorry le inculcó valores, lo preparó para la vida, enseñándole con el ejemplo y acciones las virtudes del hombre, lo preparó para enfrentar al mundo; el hogar familiar representó el conocimiento de sus primeras lecciones, su formación espiritual y moral, lo que Heidegger (1997)  llama “auténtica autoridad moral”

A ésta luz creadora de sueños como lo fue la madre del escritor, cabe mencionar a su padre, hombre ejemplar y de temple bien formado, quien ayudó a Mario Briceño niño a soñar con las estrellas así lo refiere el escritor. “mi padre me había enseñado a viajar por las estrellas. En él, como el viejo tío Juan Pablo Bustillos muy dado al estudio del firmamento” (p.48).

Se aprecia las vivencias de la niñez que tuvo el escritor, construye retazos del ayer y desarrolla la curiosidad por los viajes hacia mundos imaginarios, donde fomenta las imágenes del pasado, que revive en el aquí y en el ahora a través de la memoria. Podría equiparase este viaje de don Mario a lo vivido, con el viaje por las estrellas del Principito del escritor francés Antoine de Saint Exupéry, donde se expresa la esencialidad a través de la mirada del corazón y los valores del amor, amistad e integridad.

Es en el seno del hogar donde Mario Briceño Iragorry trasciende al conocimiento y aprende a encarar la vida, a través de las enseñanzas de la familia; es allí, que construye la imaginación a través de los juegos, donde las imágenes surgen placenteramente vinculantes al pasado y reviviéndolo con una actitud positiva ante la vida, rescatando a través de la memoria un ayer que trae al presente con nostalgia.

La historia del ayer se confabula con el hoy del escritor, cuando permite al lector apreciar un Trujillo cargado de historia, especialmente su paso por el convento franciscano, al decir “Cuando empecé en 1908 mi educación secundaria, asistí a las aulas venerables de aquella antigua prestigiosa casa académica.” (P.18). Era el lugar para el encuentro con la iluminación de la mente, donde Mario Briceño tuvo contacto con el desagravio y la imposición del poder de Juan Vicente Gómez, quien desalojó el conocimiento y convirtió la casa de estudio en albergue de tropas, rompiendo el hilo constitucional simulando alteración rebelde del orden local.

Otro aspecto importante a destacar son los recuerdos de dolor, donde se enfrenta con la cruel y cruda realidad, así como también, con la muerte trágica, inesperada, dolorosa que marcaron su existencia:” La casa estaba llena de gente extrañas y se oían gritos. Yo penetre asustado y confuso. En una cama, colocada en el primer aposento, estaba muerto el tío. (…) estaba pues, frente a la desnuda realidad de la muerte.” (p.55). Es el encuentro del niño con la realidad de la muerte, donde la alegría se ve abatida por momentos de dolor y sufrimiento frente al fallecimiento de un ser querido y marca su vida para siempre.

En la evocación del pasado que el escritor realiza de su terruño natal se reencuentra con espacios que proyectaron en aquel niño enseñanzas del Trujillo del ayer con su historia y personajes que dieron a su existencia momentos agradables y felices, al decir “Recuerdo cuando el Ateneo me recibió en calidad de miembro de honor. No fueron los elogios desmedidos, que me hicieron pensar en la generosidad de las alabanzas. Fue el pueblo de Trujillo, el pueblo mío que se juntó para expresarme la ingenuidad de un cariño inmerecido.” (p.19)

Una nostálgica alegría invade el recuerdo al paso de la memoria por lugares y reencuentros con su niñez; ya es el momento de exaltar momentos vividos en la adultez como su visita al ateneo, donde el pueblo se volcó a recibirle y expresarle su amor y cariño.

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La reminiscencia del pasado representa en el escritor tapices de historias, referidos en su escritura, donde cada tapiz representa un espacio de la vida del escritor, vivido en su Trujillo a través de su evocación o bien, después de su regreso a su terruño.

La evocación de esos espacios, el escritor está consciente y aflora en el recuerdo la verdadera realidad de su ser. Los grandes recuerdos es dar a la luz, aquello que tienes escondido en el ser. Ser y pensar sobre el conocimiento de la historia y sus raíces, con la finalidad y traerla al presente y tener una visión más amplia de ella.     Por tanto, el sentido de historia y lo estético del discurso con el que se escribe, es un acto particular del escritor, a lo que Gadamer denomina “La sensibilidad para tomar lo que distingue al pasado del presente.”

 

A manera de reflexión

 

En el texto “Mi Infancia y mi Pueblo”, Trujillo es para Mario Briceño Iragorry eje fundamental para el encuentro con sus raíces y su historia. Existe en el escritor un sentimiento de pertenencia. Allí satisface el reencuentro con su pasado, es testigo de su niñez, donde los recuerdos permanecen en la memoria. La gente y su familia, personas mayores llenan de sabiduría sus recuerdos, época en que guardó la huella imborrable de la memoria.

A través del recuerdo se reviven las ilusiones, la inocencia perdida que se escurrió en el pueblo, junto con amigos y conocidos a través del juego, lugar pintado de colores, hogar con sabor a familia, a leña y con fuego ardiente perpetuado para la creación. Son los recuerdos guardados en el baúl de la consciencia que hace que revivan los maravillosos momentos dulces de la niñez, al lado de la madre cariñosa, es la edad del retorno a lo primigenio, al origen.

Mario Briceño Iragorry refleja su pueblo como símbolo del mundo, ir y venir del trujillano con sus tesoros históricos, como la casa donde se firmó el decreto de Guerra a Muerte, la iglesia que sobresale en el cielo en busca de alivio al dolor del ayer. Al evocar el pasado, el escritor se da cuenta cómo la vida y el paso del tiempo todo lo cambia. Es un nuevo recorrido y el murmullo de voces ancestrales pareciera escurrirse puertas y ventanas semiabiertas. Mi Infancia y mi Pueblo, representa el contraste del ayer con el hoy, donde la sociedad se ha deshumanizado por la afectividad inexistente, no hay tranquilidad, todo es prisa.

Puede decirse que el paisaje y la ciudad permanecen mientras se recuerda a la gente de ayer con alegría y tristeza. El tiempo guarda las imágenes intactas donde siente el contraste mágico cuando los ojos se cierran y se revive la historia. Se logra a través del recuerdo que nada se ha perdido, todo sigue igual en la memoria, intentando proseguir el rumbo por el camino del ayer. La reminiscencia podría valorarse como recurso memorístico.

 

 

 

Bibliografía

 

Barrera Morales, Fidel. (1991). Holística, comunicación y Cosmovisión, Caracas, Venezuela: Editorial Magisterio.

Briceño Iragorry, Mario. (1951). Mi Infancia y mi Pueblo, Trujillo, Venezuela: Editorial Avila Grafica .

Gadamer, George. (1960). Verdad y Método, Alemania: Editorial Sígueme

Heidegger, Martín. (1997).  El ser y tiempo. Madrid: Editorial Trotta, S.A.

Mélich, Carles Joan. (2003). Entre Pedagogía y Literatura, México: Editorial de la Palma

Tiéche, Mauricio. (1976). Guía de Educación Familiar. Madrid España: Editorial Safeliz

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Tags: Mario Briceño IragorrySentido de Historia
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