Por: Ramón Rivas Aguilar
Cual tesoro valioso conservo en mi vieja biblioteca un bello texto del dramaturgo y novelista norteamericano Henry Miller titulado: “El libro de mis amigos”, un tributo del autor a sus amigos de antaño. Miller recoge con inusitado entusiasmo en esas páginas, los recuerdos del disfrute de las amistades con las que compartió en su infancia y en su adolescencia. Ahora, Miller a los 84 años, piensa seguir escribiendo “Antiguos Amigos”, aunque le lleve el resto de sus días. Esto, revela la grandeza y la nobleza de una de las figuras más prestigiosa de la literatura norteamericana por los amigos.
Rememorando a un amigo
Pues bien, al pasearme por los viejos recuerdos que con alegría aún conservo de aquellos amigos que formaron parte de una generación que disfrutó el hermoso estadio de la infancia y la juventud en la bella llanada de los truenos, tierra bendecida por los dioses viene a mi mente uno de esos esos amigos, Antonio Rodríguez, en esa romántica época, el “Sandro” de Carvajal y más allá, era un galán muy demandado por las damas en aquellos años dorados, por su gran similitud con el famoso cantante argentino “Sandro” quien en un mundo de tanta violencia, con su aterciopelada voz de tenor picoteaba el corazón de las musas. En efecto, Antonio Rodríguez tenía tanto parecido, al cantante argentino, que, en el bar “La Ultima Lágrima”, de Vicente Juárez, situado cerca del cementerio viejo de Carvajal había una Rockola que nos conectaba con las célebres canciones de “Sandro”: Penas, Rosa, Rosa, Señor Cochero, Penumbras, Trigal.
Apreciado amigo qué época tan mágica y sublime la vivida en nuestra juventud, en esa edad queríamos asaltar el cielo con idealismo y romanticismo. Antonio rememoro algunos encuentros casuales, que tuvimos en ocasión de mis vistas de retorno a la matria, frente al templo San Pedro en la plaza sucre de Valera, allí, la conversación giraba alrededor de aquellos momentos maravillosos de nuestra infancia y juventud. En su gigantesca memoria aparecían variados pasajes en la escuela, en los juegos, el entretenimiento, momentos donde se fue hilando de forma espontánea la amistad. En esa dimensión se forjaron los principios, valores de lo que para todos nosotros significa la vida, sustentados en admiración, respeto, responsabilidad, solidaridad como esencia del espíritu.
Pasión por el deporte
En ese fascinante mundo natural y social que nos tocó vivir, Antonio Rodríguez descubrió su pasión por lo olímpico, su destino vital: El juego de Volibol y el Béisbol, pasión que asomó en los primeros años de la niñez. Así, en aquellos espacios naturales de una sociedad rural, se veía a lo lejos la destreza y la habilidad por la pequeña pelota que tanto ha fascinado al más grande imperio de la historia. En la calle el serrucho, la calle de los amores, la calle asfaltada, la pequeña pelota rodaba entre los animales que paseaban por ella y el parque automotor estacionado y rodante. Aprendimos la faena taurina para el esquivo. Sí. Allí, estaba Antonio Rodríguez, el más entusiasta de todos. Con Antonio Rodríguez nos movimos por todos los escenarios naturales a cielo abierto de la sabana de los dioses. Así, fue como se formó un gran pelotero, un excelente lanzador y bateador de lujo. Muy admirado y apreciado por la fanaticada trujillana. Participó en todas las categorías de béisbol, e igualmente en campeonatos estadales y nacionales. Es parte fundamental no solo de la historia del béisbol en la sabana de los dioses, sino también de la historia del béisbol trujillano junto a una generación de jugadores que brillaron con luz propia en el juego de las cuatro esquinas a nivel estadal, nacional e internacional.
Vivencias
Imagino a este amigo, desplegando en encuentros con hijos nietos y contemporáneos los recuerdos de su vida y de aquella generación que lo acompañó en la amistad y en la practica del juego de Volibol y Béisbol.
Antonio como beisbolista fue un extraordinario lanzador y un bateador natural, la daba palo a cualquiera y en la práctica del volibol poseía una condición innata para matear y colocar el balón en terreno de nadie, varias fueron las ocasiones que logre verlo accionar en la cancha junto a Dixon “La Chupa” Rivas Aguilar mi hermano, ver esa dupla tras la maya era lo máximo, eran dos estrellas jugando. En aquellos días de tanto placer por lo olímpico, la natación fue otro de los deportes favoritos de Antonio Rodríguez. Buen nadador, en aquellos predios naturales, en el que las aguas del rio Motatán marcaban las rutas de sus movimientos con nombres muy curiosos: “El Pozo de La Máquina”, “El Pozo las Tres Pailas”, “El Pozo Azul”, “El Pozo de La Roca”, los balnearios naturales de agua negra. Por otro lado, en el río Jiménez, el encanto de los andes aparecían “El Pozo Juanchito”. En ese entorno de la geografía de la sabana de los dioses, Antonio Rodríguez, era el más arriesgado y audaces de los nadadores.
Entre otras cosas, fue un cazador nato de las aves que pernotaban en aquel entorno natural de tanto encanto, belleza, magia y misterio. Lo consideramos el rey de la cauchera. Era el tiro fijo de aquellos días. Solíamos cazar en aquellos bosques con nombres muy peculiar: El Bosque de Espírita; El Bosque de Andara; Las Curvas de Agua Negra; El Naranjal de Rubén Monsalve; La Zamurera; Santa Rosa. De igual modo, por la calle del serrucho hacia la guafa, en uno de esos lugares, abundaban las tórtolas, que picoteaban las pequeñas piedrecitas que llenaban sus buches. Asimismo, en algunos inmensos árboles, se veían lechuzas, búhos, que animaban las noches con un tipo de sonidos que estremecían los escombros de las noches. Pues, bien, allí estaba Antonio Rodríguez, con su pequeña cauchera apuntando al blanco.
El Amigo
Antonio Rodríguez, amigo de antaño, la vida nos ha dado la oportunidad de poder contar cosas maravillosas sobre una época, la edad de oro, donde logramos fortalecer y consolidar una bella amistad, que ha perdurado en el tiempo. Tus padres, cultivaron una bella familia, con valores, que enalteció tu espíritu y que has dado a muchas generaciones tu sabiduría en lo que ha fascinado a los griegos: El Mundo de lo Olímpico, el amor y el placer por el juego en el verdadero sentido de la palabra, parte vital de la existencia humana. Antonio nació marcado por El Espíritu de lo Olímpico. Como atleta dejo huellas y como profesor de deportes también marco pisada con sus alumnos dejando siempre en alto el nombre del Grupo Escolar José Antonio Velazco de San Genaro donde presto servicios docentes por más de 25 años ininterrumpidos, al igual que en Liceo Pedro García Leal de Valera y el instituto de deporte, de la Alcaldía Santa Rosa de Carvajal en el que Antonio Rodríguez fue su director, dejó una obra gigante en el mundo de los juegos, que tanto fascinaban a los griegos. Amigo de Antaño, eres parte vital de una generación que disfrutó el mundo de la niñez y la juventud, en una geografía de ensueños que te vio nacer y crecer. Momentos para recordar y dejar en el tiempo un patrimonio olímpico en el que jugaste un papel estelar como deportista y maestro de varias generaciones que abrazaron el mundo de los deportes.
Compilador Luis Huz Ojeda
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