El vocablo anglosajón que sirve de mote a esta reseña, encierra en sí una doble significación: una personalidad y una época feliz.
En el año de 1923, como estudiante externo del Colegio Santo Tomas de Aquino que regentó Monseñor Miguel Antonio Mejía, tenía la oportunidad al transitar las calles de la ciudad, de penetrar en sitios donde concurrían diversos grupos de personas en procura de un pasatiempo decente que a la vez era propicio para la tertulia amena pero muy social.
En uno de esos sitios, ubicado en la calle 9, existió una sala con un billar y una Botillería que administraba el viejo Jorge Mancilla. Al mirar el billar solitario con un taco y las tres pelotas inmóviles, penetré inmediatamente y las puse en movimiento. Instantes después entró un elemento alto de contextura regular, de cara larga y tez pálida y con ojos negros muy penetrantes. Sonriente, dejando ver una dentadura fuerte y muy blanca, me dijo: Montillita póngase veinte tantos para que juguemos una mesa. El desafío y la ventaja me halagaron y jugamos hasta tres mesas. Me sentía feliz pero algo me molestaba que no pude callar. Durante todo el tiempo que le dábamos a las bolas con el taco silbaba y tarareaba una canción. Y le dije ¿Es que usted no sabe otra? Soltó una sonora carcajada y mirándome fijamente casi me gritó: Montillita cuando acabe de arreglar esta pieza que me oyes verás con el tiempo le dará la vuelta al mundo entero. Pensé que era una tomadera de pelo y le respondí: ah sí con escribir su nombre en la esfera del Colegio, le doy en un instante todas las vueltas que quiera. Y el hombre no cesó de reír.
Pasaron los años y sobrevino la Segunda Guerra Mundial y en las capitales de los diferentes países europeos, a manera de propaganda destinada a la América, las grandes orquestas por medio de la radio hacían llegar a todos los hogares suramericanos el ritmo y la melodía de los grandes compositores de todas las épocas. Una tarde quedé realmente sorprendido al oír por la Radio de Berlín nada más y nada menos que a Conticinio que constantemente silbaba y tarareaba Don Laudelino.
Efectivamente la melodía y ritmo de Conticinio constantemente le estaban dando la vuelta al mundo.
NOTA:
Esta evocación de Don Tulio Montilla, escrita y publicada en 1989, donde se alude al Maestro Laudelino Mejía, muestra dos cuestiones que se pueden derivar de sus recuerdos en 1923. Una, la posibilidad cierta de cómo en una ciudad pequeña como Valera en la década de los veinte, con apenas unos diez mil habitantes, se daban mayormente entre ellos vínculos “cara a cara”, y permitiendo que se conocieran en una proporción importante. Esto explica que un destacado compositor, residente de la ciudad, tuviera trato con un joven estudiante. La otra cuestión mostrada por este escrito pudiera indicar, que si bien está suficientemente documentado que el maestro Mejía compuso y estrenó su vals Conticinio en 1921, él todavía en 1923 estaba sometiendo a la que después sería su más famosa pieza musical, a un proceso de revisión y pulimento, como así lo expresan esos detalles contenidos en la evocación de Don Tulio Montilla. (henrymontil@gmail.com).
Tulio Montilla A. (1906-2003)
Cronista Emérito de Sabana de Mendoza.