Régulo Burelli Rivas: ejemplo de humanismo, vocación de servicio, y una vida de humildad en la excelencia | Por: Luis A. Villarreal P.

 

 8/1/1917 – 21/11/1984

Para los puertenses —convencidos por la pasión que nos da el gentilicio que nos honra—  el doctor Régulo Burelli Rivas no sólo es uno de los nuestros sino de los principales, porque en La Puerta vivió la infancia desde sus cuatro años de edad y afianzó sus ilusiones de vida.  Y es, por su obra, uno de sus hijos realmente trascendentes.

Se proyectó desde el lugar que lo insimismó irreversiblemente en el maravilloso Valle del Momboy  —asiento de dos pueblos hermanos, Mendoza y La Puerta, de los que también formaron parte su familia—; hacia los estados andinos: Trujillo, Mérida y Táchira, donde inició su carrera y actividad académica y pedagógica en escuelas y liceos (incluso en la prisión donde fue recluido por causa política).

En el área cultural: ejerciendo cargos de bibliotecario y secretario de cultura de la ULA, ateneísta de Mérida, en radiodifusoras, en rotativos con páginas dedicadas al concurso de las letras, y en grupos literarios inclinados al género poético, trasladándose para su ejercicio de abogado, y como profesor de LUZ, al estado Zulia.

En lo político: figuró de parlamentario por el estado Trujillo ante el Congreso Nacional, y como docto funcionario del Servicio Exterior de Venezuela en lugares como:  Chile, Cuba, Alemania, Polonia, Unión Europea, Unión Soviética y China.

En todo su quehacer, supo distinguir nuestra patria —representándola con su rigurosa y bien adquirida preparación que abarcaba el dominio de lenguas extranjeras—, en actitud ejemplar, que no fue otra que eficiencia, lealtad, y su prodigio de amor por ella.

Aunque no tuve la suerte de conversar con él, mas sí de verle y  oírle de cerca, y de observar —pese a mi corta edad— lo orgulloso que se sentía al dar a conocer los caseríos del Momboy y a sus propios lugareños, a quienes, provenientes de otras latitudes nacionales y extranjeras, les tendió el honor de exaltarles las bondades naturales y típicas costumbres y ‘creencias’  campesinas de ese compendio de vida de las parroquias Mendoza y La Puerta.

En sus conversas y escritos exaltaba los valores demográficos de todo el Valle del Momboy —sobre todo en relación a sus benefactores de la incipiente educación, servicios comunales y sanitarios, patrióticos y espirituales, y de la arquitectura ingenua, agreste, pero amorosa de ambos pueblos, sin excepciones;  razón por la que denominó de varias formas a su terruño —en su diáfana prosa, inevitablemente poética—, llamándole: «Mágica puerta  de la infancia»,  «Puerta del Paraíso»,  «Puerta de una tierra de gracia», entre otras evocaciones.

Así fue que labriega, pastoril y paradisíaca la connotó en su lírica romántica como  ‘Aldea virgiliana‘, considerando suficiente la percepción e inspiración que frente a ella pudo haber tenido Virgilio, príncipe de poesía e idealizador de hermosos predios, y de las criaturas que los engalanan y habitan.

A ella dedicó, paralelamente a sus  responsabilidades principalmente académicas  y diplomáticas, su ilusión de enaltecerla con arduo y consecuente trabajo civilizador; siempre queriéndola forjar como otros pueblos y ciudades de gentes cultas, tal lo exigía su propia personalidad, su íntimo sentir.

En su exposición prosística, claramente demostrativa de sentirse fehaciente y preocupado hijo de La Puerta, nos refiere en uno de sus libros:

«… recorrer otros mundos, aquellos de que hablaban con mis sueños las primeras lecturas […] y los versos que me enseñaba a repetir mi padre, quien, aparte del Momboy, fue mi primer maestro en poesía.»

                  […]

«Pero cuando después la vida fue colmando (irónica y vengativa como lo explica Wilde), en mi dilatada andanza por el mundo aquellas ilusiones que habían sido imposibles y que permanecieron imposibles para la mayoría de los niños y de las niñas que trabajando, jugando o estudiando me acompañaron en los sueños, no hubo sitio ni ciudad, ni camino que apartara un instante mi corazón de esta comarca idílica».

Esa confesión, responde al porqué de su afán por ‘investir’ a los puertenses de himno y escudo —de su puño y letra—, cuando La Puerta cumplió su efeméride aniversaria de los 350 años, en 1970.  Con nuestro poeta, y sus acompañantes, la ‘Aldea Virgiliana’ vivió el cenit de su Renacimiento civilizador.

Asimismo, hizo distinción del ‘Procerato trujillano’,  destacando la obra realizada por algunos de sus conspicuos representantes, muy principalmente la del Monseñor Jesús Manuel Jáuregui Moreno;  y  particularmente la del clérigo Francisco Antonio Rosario, sobre quien leyó el discurso centenario de fallecimiento, exaltándole su actitud patriótica y  amistosa con El Libertador, de colaboración con la causa independentista y, sobre todo, su recogimiento espiritual hecho una manifestación de arrepentimiento penitente por sus equivocados pasos, contrarios a los requerimientos de pureza del ministerio cristiano católico.  El poeta  ha sido uno de quienes han promovido el proceso de ‘santificación’ del Padre Rosario.

Por supuesto, tampoco dejó de mencionar a  personalidades civiles y militares, representantes máximos en los denuedos independentistas:  Cristóbal Hurtado de Mendoza, Antonio Nicolás Briceño, Cruz Carrillo…  Igual, destacando la obra de Andrés Bello, Francisco de Miranda y Simón Bolívar en nuestro continente y el mundo, realiza su actividad cultural y política en las embajadas donde ejerció la jefatura diplomática, actuando según las prioridades de nuestro país, principalmente en:  Varsovia, Berlín, Bruselas, Moscú y Pekín.

Destacar, en su 37 aniversario de habernos dejado —lo que ocurrió el 21 de noviembre de 1984—, más que su obra ya visible y firme ante las nuevas generaciones; su forma de decirnos adiós, su manera de encomendarnos lo que ha quedado en manos de los que viven, es lo que reclama nuestra motivación para continuar ejecutando el pensamiento y acción consagrados a la comarca a la que nos debemos en un trascendente aporte hacia el estado Trujillo, a la Venezuela que pasa por angostas y muy penosas circunstancias, pero que sigue siendo en cada uno de nosotros —excepciones del extravío—  toda una opción en el deseo institucional y democrático que aspiran las naciones cultas del mundo.

Allí está la clásica poesía de Régulo Burelli Rivas, en conocida antología de su obra donde prevalecen los nobles sonetos conque eterniza su amor y su pasión, su reconocimiento a los valores de civilidad y raigambre histórica a ciudades y pueblos y a sus poetas, y a su sangre:  Toledo, Venecia, Florencia, Colonia; Mar Báltico; Mérida y los páramos andinos; Lago de Maracaibo, Golfo de Juan Griego, Río Momboy; Trujillo, Santa Ana, Boconó, Valera,

Mendoza, Monte Carmelo y La Puerta; José Asunción Silva, Andrés Eloy, Guillén, Hölderlin, Puschkin; a la vida y la muerte y la nostalgia, a la alegría y la melancolía; a sus padres… Es un legado de quien formó parte del círculo de los «poetas del cuarenta».

‘Un día volver’, soneto inspirador de un libro que refiere de forma novelada experiencias de vida en La Puerta, de Ligia Burelli, hermana de quien es objeto de estas palabras.

Rescatar y difundir su obra sería el mejor homenaje que pudiéramos hacerle.

 

 

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