REGLOBALIZACIÓN | Por: Francisco González Cruz

 

La marcha desbocada de la globalización, sobre todo en el ámbito de la economía y las finanzas, tiene nuevas e inesperadas voces de resistencia. Por allí parecen ir los llamados de la Secretaria de Estado del Tesoro de los Estados Unidos, Janet Yellen y de la Presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde, cuando plantean la deslocalización del comercio mundial y de las cadenas de suministros, para pasar a un sistema de compras y ventas en lugares cercanos, amigos, seguros y confiables. Algo que ya sabían por simple lógica nuestros antiguos pulperos.

Al instalarse el paradigma del crecimiento y el lucro como motor de la economía, se estableció una red global de compras de los bienes y servicios donde es más barato, y vender donde es más caro. Así un producto norteamericano o europeo, de prestigio por su marca, compra sus componentes y contrata servicios en países que producen a bajos precios, fundamentalmente gracias a su mano de obra barata – y esclava en determinados casos -, pasando a depender de esos mercados.

Ahora, cuando la inestabilidad y la desconfianza se expanden, por mil razones distintas, vuelve algo de sensatez y se tejen alianzas inesperadas bajo los esquemas que según parecen están muriendo. Pero pueden ser espejismos, sino se va al fondo del asunto: la sustitución del paradigma del crecimiento, el lucro y la codicia como los motores de la economía.

La razón de ser de la economía es satisfacer las necesidades humanas, producir puestos de trabajo y distribuir la renta, según los clásicos. Para ello se requiere la “competencia perfecta” es decir la inexistencia de factores que perturben el funcionamiento del mercado, como los monopolios, las asimetrías en la información, las prácticas especulativas, para lo cual debe existir un Estado serio que garantice el ejercicio de la libertad.

La lógica del paradigma predominante llevó por el camino contrario y hoy se imponen los intereses oligopólicos y corporativos, cuyos fines no son la sana satisfacción de las necesidades humanas, de allí que las principales empresas contaminantes del planeta son justamente aquellas que más productos chatarra ofrecen para el consumo humano y más contaminación producen.

Uno debe alimentar la esperanza de que la extensión y la profundidad de la crisis introduzca un poco de sensatez en el mundo y, sobre todo, en sus líderes. El camino del crecimiento, de la mera rentabilidad y de la codicia nos lleva sin lugar a dudas a mayores y seguramente irreversibles consecuencias. El cambio de rumbo en la economía es una de esas transformaciones fundamentales, pues el paradigma del crecimiento y del consumo dispara la codicia, y está probado que lo que produce es una pequeña cantidad de personas que consumen mucho y una enorme mayoría que apenas sobrevive y otros mueren, mientras los recursos se agotan, el planeta se deteriora y sufrimos todos.

El mundo debe ir a una economía humana, cuyo fin sea satisfacer las necesidades humanas con un mínimo consumo y un cuidado máximo por los equilibrios naturales.  Una economía que respete la dignidad de la persona humana, la primacía del bien común y que cuide el planeta.

La reglobalización o la postglobalización es necesaria para detener esta carrera hacia el desastre, e ir a una sociedad más moderada, más humana, más saludable y mejor integrada al sistema al que todos pertenecemos: el ecosistema integral.

 

 

 

 

 

 

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