Recuerdos de Adriano González León | Por: Francisco González Cruz

 

El sábado 12 de enero del 2008, luego de las 3 de la tarde, recibí una llamada de un mesonero del restaurante Amazonia Grill, con el fin de notificarme que Adriano González León había caído muerto hacía unos minutos. Me contó que tomó su teléfono y llamó al primer número que encontró. Le dije que me encontraba en Valera y que viera allí mismo el número de Miguel Enrique Otero y lo llamara, que seguramente se encargaría de resolver lo conducente. Un infarto fulminante lo sorprendió en uno de sus lugares habituales, la barra de un bar, sitio preferido por los bohemios que gustan de un buen trago y una buena conversación.

Ya hacía algún tiempo que Adriano había sustituido los tragos fuertes por una suave cerveza sin licor, la cual tomaba con alegres carcajadas y esos gestos tan propios de él de apretarse la nariz y la boca, y también levantarse los lentes y restregarse los ojos. Lo que seguía haciendo, me imagino hasta el último momento de su vida, era hablar, que era su especialidad, al punto que una vez el Ministerio de la Cultura lo contrató para que recorriera el país conversando con la gente, en una proeza de literatura oral que reunía mucha gente, para sentir el placer de escucharlo. En su programa Contratema en el canal 5 se sostuvo quince años hablando de literatura.

Su especialidad de ese tipo de literatura hablada no impidió que nos dejara páginas escritas de la más elevada calidad, como País Portátil, por ejemplo, que lo elevó al parnaso del boom de la literatura de lo real maravilloso, novela ganadora del famoso premio “Biblioteca Breve” de la Editorial Seix Barral. “Con País portátil, afirmó el escritor nicaragüense Sergio Ramírez, se produce la incorporación de Venezuela a la gran literatura contemporánea”. Esta novela fue llevada al cine. Escribió además de novelas, cuentos, poesía, crónica, artículos de prensa, crítica literaria y otros textos que le merecieron entre otros honores el Premio Nacional de Literatura.

No era un actor de cine, aunque actuó en la película venezolana Ifigenia, pero era un histrión permanente que atraía al público que le escuchaba con deleite sus anécdotas llenas de insólitas ocurrencias. Su teatro fundamental fueron las barras de los diversos sitios que frecuentaba, en los grupos de intelectuales y bohemios en los que participaba como fundador. Su itinerario favorito era la avenida Solano y la Calle Real de Sabana Grande en Caracas, aunque también se le veía con frecuencia en el Juan Sebastián Bar y finalmente en la calle Madrid de las Mercedes.

Las tertulias reunían a sus amigos Caupolicán Ovalles, Orlando Araujo, Carlos Contramaestre, Miyó Vestrini, David Alizo, Pepe Barroeta, Víctor Valera Mora, Alfonso Montilla, Manuel Quintana Castillo, Marcelino Madrid, Vicente Gerbasi, Ludovico Silva, Manuel Alfredo Rodríguez, Mateo Manaure, Ramón Palomares y algunos otros, en la llamada República de Este, que gobernaba por esos lugares donde reinaba la palabra. También fue diplomático y excelente profesor de la Universidad Central de Venezuela

Era un hombre cosmopolita y urbano, pero cargaba a cargaba a cuestas cierta nostalgia por lo rural y por sus orígenes trujillanos, que reflejaba en su lenguaje poético. Alguna vez se planteó crear una especie de embajada de la República del Este en tierras trujillanas, con el nombre de “Cantón Cuicas” y se vino una nutrida representación a Escuque, Trujillo, Valera, La Quebrada Grande y Cabimbú. Vino su presidente Caupolicán Ovalles y Adriano que era el Ministro de Relaciones Interiores. El punto de encuentro fue el Ateneo de Valera y su Albergue Turístico.

Coincidió con el aniversario de la fundación de Escuque y Adriano fue el orador de orden en la Plaza Bolívar. Luego vino la tertulia en el Ateneo de Escuque, animada por Don Pancho Crespo Salas y rociado con abundante escocés. Recuerdo los versos que leyó Ramón Palomares y las lágrimas de emoción de Aura Salas Pizani. También algunos regaños de Domingo Miliani y el entusiasmo de Guillermo Montilla.

En la mañanita nos fuimos para Cabimbú con Caupolicán Ovalles, Adriano, Marlene Briceño, Ramón Palomares, David Alizo, Marcelino Madrid, Aura Salas Pizani, Orlando Araujo y otros que no recuerdo en este momento. Yo manejaba uno de los todoterreno, el otro lo conducía Salvador Valero, un gran amigo de La Quebrada. Al llegar a aquella belleza de páramo los poetas se animaron y lanzaban al cielo sus palabras, tan hermosas como el paisaje. Al lado del riachuelo, jugando con los portillos de tiro de los corrales, mirando los alisales, corriendo los becerros, emparamándose con el frío, la gente de la «República» era feliz.

La fiesta la pusimos en la casa grande de don Rafael González, donde se alegró el fogón para para dorar las arepas de harina preparadas por “La Gila” y asar el ovejo recién sacrificado. Los tragos fueron de «dulce sueño”, un licor medio dulzón que preparaban por allí con aguardiente, díctamo real y otras yerbas. El baile se armó con la música del violín que tocaba Arturo González, los cuatros de los muchachos y las coplas que cantaba Filiberta. Desde el altar, el Arcángel San Gabriel miraba curioso las maromas que armaba Aura Salas bailando con sus alegres parejas. Al otro día bajamos a La Quebrada Grande y cerramos con broche de oro con la retreta de la ya centenaria Banda Urdaneta, en la Plaza Bolívar. El «Cantón Cuica» existió de manera efímera.

Izquierdista que detestaba las dictaduras militares, Adriano dijo en una entrevista: “Para mí es inconcebible que muchos compañeros con quienes construimos una idea de la izquierda venezolana hoy estén tan confusos y no hayan aprendido la lección brutal del fascismo, el nazismo, el gran engaño del estalinismo y, sobre todo, la construcción artificial de esas repúblicas socialistas, que no fueron sino países espantosamente sometidos y vejados”. Hombre libre no gustaba de cadenas.

Tampoco le gustó el descuido de Valera, su ciudad, que visitó poco antes de morir y de la cual escribió su testimonio en un sentido artículo de su columna semanal en El Nacional “De ayer, de hoy y de siempre”. Adriano González León amó a Trujillo, a su gente y sus paisajes. Y Trujillo le correspondió queriéndolo, aunque estamos en deuda. Su figura debe estar en el Parque Los Ilustres, y un buen retrato en su querido Ateneo de Valera, cuando vuelva a ser la casa de la cultura de la ciudad de Adriano.

 

Resumen de su Obra

Cuentos

Las hogueras más altas (Premio Municipal de Prosa 1958; Goyanarte, Buenos Aires, 1959)

Asfalto-Infierno y otros relatos demoníacos (El Techo de la Ballena, Caracas, 1963)

Hombre que daba sed (Jorge Álvarez, Buenos Aires, 1967)

Todos los cuentos más Uno (compendio de cuentos; Alfaguara, Madrid, 1998)

Los Tres Espartanos Miedosos (El Techo de la Ballena, Caracas, 1999)

Cuentos Completos (Otero Ediciones, Caracas, 2020)

 

Novelas

País portátil (ganadora del premio Biblioteca Breve; Seix Barral, Barcelona, 1968)

Viejo (Alfaguara, Bogotá, 1994)

 

Poesía

Damas (dibujos José Luis Garrido; Ediciones Elia, Venezuela-Maracay, 1979)

Hueso de mis huesos (ilustraciones de Manuel Quintana Castillo; Rayuela, Caracas, 1997)

 

Otras Publicaciones

De ramas y secretos (poesía; Rayuela, Caracas, 1980)

Del rayo y de la lluvia (crónicas poemáticas; Contexto Audiovisual-Pomaire, Caracas, 1981)

El libro de las escrituras (textos poemáticos con serigrafías de Marco Miliani; Ediciones de Galería Durban-Arte Dos, Caracas-Bogotá, 1982)

Solosolo (1985)

Linaje de árboles (Planeta, Caracas, 1988)

El viejo y los leones (cuento para niños; Rayuela, Caracas, 1996)

Viento blanco (Rayuela, Caracas, 2001)

Cosas Sueltas y Secretas (en un principio, González León quería llamarlo «Adriana y Adriano», porque la ilustradora del libro se llamaba Adriana Genel).(Camelia Ediciones, Caracas, 2007)

 

Televisión

15 años de su programa Contratema

 

 

 

 

 

 

 

 

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