“Maestro es quien sigue enseñando al recordarlo el alumno”
El 15 de Enero en Venezuela, es fecha de conmemoración y honor al Maestro, en la memoria de la atrevida acción de un pequeño grupo de maestros en una época oscura y represiva de nuestra historia, quienes, en ese día de 1931, crearon la Sociedad Venezolana de Maestros de Educación Primaria, para hacer consciencia acerca de la realidad social y educacional existente en nuestro país al cabo de las tres primeras décadas del siglo pasado, cuando nuestra sociedad venezolana aún no se asomaba al mundo y a la realidad de ese siglo, como nos lo hizo gráfico Mariano Picos Salas al expresar “Venezuela sólo entró al siglo XX, después de la muerte de Gómez”; y esbozar caminos de lucha por transformarla. Largo camino de acciones y actores que aún reclama reflexión y acciones colectivas hacia la siembra de moral y luces para la libertad y justicia en el alma nacional.
Es propicia la ocasión para acercarnos a la experiencia del agradecimiento del discípulo en el cariño que le suscita ese ser que fue capaz de tocarle en la intimidad de su esencialidad y encender el punto de luz que provoca el “edúce”, el “hacer fluir” del ser que cada uno es. El reconocimiento a esa gente laboriosa que en su cotidianidad sembradora, amorosa y atenta, nos han dejado lecciones maestras que nos cambiaron la vida. No siempre es un maestro graduado en el oficio, vale preguntar ¿cuántos graduados en el oficio lo han sido efectivamente?; también debemos pensar en esa persona amiga, hermana, condiscípula, u otra, que en algún encuentro nos topamos con una expresión de sí misma, y nos abre una luz en nuestra mismidad que nos provoca en el compromiso para cambiar la emoción de nuestra mirada y acción en la vida.
Les traigo el reconocimiento que le hace el Libertador Simón Bolívar a su maestro Simón Rodríguez el 19 de enero de 1824, en una hermosa y afectuosa carta escrita en plena Campaña del Sur, desde Pativilca, donde exalta el fervor del discípulo agradecido por la beneficiosa influencia que le cambió la vida. Recrea la memoria de momentos cumbres en esa relación, le pondera su valor, le reclama su presencia, le ofrece la patria nueva construida en el tesón de los sueños compartidos y se los presenta como ofrenda a su obra, en la obra de la vida consecuente con la jurada libertad. Lo hace en el momento del mayor esplendor y logros de su proyecto de vida y resulta una demostración al mundo del valor educador de Simón Rodríguez, con lo cual el discípulo impulsa la trascendencia universal de su Maestro.
“¡Oh mi Maestro! ¡Oh mi amigo! ¡Oh mi Robinson, ¡Ud. en Colombia! Ud. en Bogotá, y nada me ha dicho, nada me ha escrito. Sin duda es Ud. el hombre más extraordinario del mundo; podría Ud. merecer otros epítetos pero no quiero darlos para no ser descortés al saludar a un huésped que viene del Viejo Mundo a visitar al nuevo; a visitar su patria que ya no conoce, que tenía olvidada, no en su corazón, sino en su memoria. Nadie más que yo sabe lo que Ud. quiere a nuestra adorada Colombia. ¿Se acuerda Ud. cuando fuimos juntos al Monte Sacro en Roma a jurar sobre aquella tierra santa la libertad de la patria? Ciertamente no habrá olvidado Ud. aquel día de eterna gloria para nosotros; día que anticipó, por decirlo así, un juramento profético a la misma esperanza que no debíamos tener.
Ud., Maestro mío, cuánto debe haberme contemplado de cerca aunque colocado a tan remota distancia. Con qué avidez habrá seguido Ud. mis pasos; estos pasos dirigidos muy anticipadamente por Ud. mismo. Ud. formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso. Yo he seguido el sendero que Ud. me señaló. Ud. fue mi piloto aunque sentado en una de las playas de Europa. No puede Ud. figurarse cuán hondamente se han grabado en mi corazón las lecciones que Ud. me ha dado; no he podido jamás borrar siquiera una coma de las grandes sentencias que Ud. me ha regalado. Siempre presentes a mis ojos intelectuales, las he seguido como guías infalibles. En fin Ud. ha visto mi conducta; Ud. ha visto mis pensamientos escritos, mi alma pintada en el papel, y Ud. no habrá dejado de decirse: todo esto es mío, yo sembré esta planta, yo la regué, yo la enderecé tierna, ahora robusta, fuerte y fructífera, he aquí sus frutos; ellos son míos, yo voy a saborearlos en el jardín que planté; voy a gozar de la sombra de sus brazos amigos, porque mi derecho es imprescriptible, privativo a todo. Si mi amigo querido Ud. está con nosotros; mil veces dichoso el día en que Ud. pisó las playas de Colombia: Un sabio, un justo más, corona la frente de la erguida cabeza de Colombia. Yo desespero por saber qué designios, qué destino tiene Ud., sobre todo mi impaciencia es mortal no pudiendo estrecharle en mis brazos; ya que no puedo yo volar hacia Ud. hágalo Ud. hacia mí; no perderá Ud. nada; contemplará Ud. con encanto la inmensa patria que tiene, labrada en la roca del despotismo por el buril victorioso de los libertadores, de los hermanos de Ud. No, no se saciará la vista de Ud. delante de los cuadros, de los colosos, de los tesoros de los secretos, de los prodigios que encierra y abarca esta soberbia Colombia. Venga Ud. al Chimborazo; profane Ud. con su planta atrevida la escala de los titanes, la corona de la tierra, admirando el pasmo de la creación terrena, podrá decir: dos eternidades me contemplan la pasada y la que viene; y este trono de la naturaleza, idéntico a su autor, será tan duradero, indestructible y eterno como el Padre del Universo.
¿Desde dónde, pues, podrá decir Ud. otro tanto tan erguidamente? Amigo de la naturaleza, venga Ud. a preguntarle su edad, su vida y su esencia primitivas; Ud. no ha visto en ese mundo caduco más que las reliquias y los desechos de la próvida madre; allá está encorvada con el peso de los años, de las enfermedades y del hálito pestífero de los hombres; aquí esta doncella, inmaculada, hermosa, adornada por la mano misma del Creador. No, el tacto profano del hombre todavía no ha marchitado sus divinos atractivos, sus gracias maravillosas, sus virtudes intactas. Amigo, si tan irresistibles atractivos no impulsan a Ud. a un vuelo rápido hacia mí, ocurriré a un apetito más fuerte: la amistad invoco. Presente Ud. esta carta al Vicepresidente, pídale Ud. dinero de mi parte, y venga Ud. a encontrarme”
También Camus escribe a su maestro luego de recibir la noticia con la designación del premio nobel de Literatura “Querido señor Germain : Esperé a que se apagara un poco el ruido de todos estos días antes de hablarle de todo corazón. He recibido un honor demasiado grande, que no he buscado ni pedido. Pero cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en Ud. Sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al niño pobre que era yo, sin su enseñanza no hubiese sucedido nada de esto. No es que dé demasiada importancia a un honor de este tipo. Pero ofrece por lo menos la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y de corroborarle que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso en ello, continúan siempre vivos en uno de sus pequeños escolares, que pese a los años, no ha dejado de ser un alumno agradecido. Un abrazo con todas mis fuerzas. Albert Camus”
En este confinamiento planetario impuesto por el Covid-19 y que ha acelerado toda esta desviación de la educación hacia la digitalización, lo cual amenaza con ampliar y profundizar la brecha de la desigualdad social y de eliminar la escuela como lugar de resistencia frente al cierre de toda esperanza para la mayoría de los integrantes de las nuevas generaciones, retomemos la reflexión sobre los caminos del necesario encuentro con el intercambio emocional maestro-discípulo. Les invito -también “a los maestros que aún no saben el privilegio que le regala la vida para transformar la vida de un niño… reforzar la profecía de la autorrealización y dejar huellas en la vida de sus alumnos”-, a buscar en la realidad personal de cada uno, y recordar con cariño a esos maestros que nos cambiaron la vida, no sólo en el aula; también aquellos que se hicieron presentes en nuestra ignorancia, ceguera o error, desconcierto o falta de luces, y nos encendieron el alma, el entendimiento, para liberarnos de esos obstáculos que impedían vincularnos al mundo con la consciencia de nuestra existencia personal en un entorno de compromiso con-vivencial con los otros. Esos personajes que al recordarlos nos vuelve la fuerza de su enseñanza en ese instante mágico cuando hicimos conciencia de su significación en nuestra vida. A veces fue con un prolongado proceso que nos fue dando puntos de luz; en otras fue una frase, un gesto, una pregunta, una respuesta provocadora, que se hicieron un rayo deslumbrante para iluminar un camino que nos cambió la vida.
Cerremos los ojos para mirar nuestro adentro; para reconocer y agradecer a esas maestras y esos maestros, que en la maestra-vida nos han dado lecciones maestras y que nos siguen enseñando al recordarlos.
Clemente Scotto Domínguez
Casatalaya, Caracas enero 2021