Raúl Díaz Castañeda: Presencia enamorada de Valera | Por: Francisco  Graterol Vargas

A propósito del Bicentenario de la Ciudad.

Raúl Díaz Castañeda.

Raúl Díaz Castañeda.

 

Diario de los Andes, en la culminación de este año Bicentenario de Valera, golpeada  por la indolencia de “Papá Gobierno”  y la pandemia que ha causado tanto llanto y dolor, nada más gratificante que escribir y rendir homenaje a  Raúl Díaz Castañeda. Caricaturista, poeta, escritor, médico radiólogo y en especial un gran ser humano, dispuesto a dar todo por el prójimo y  un enamorado  de Valera, a la cual se ha entregado con pasión  desde que llegó mozalbete a estos lares graduado de médico  en  1958, cerca de la caída del  General Marcos Pérez Jiménez  hasta el sol de nuestros días.

La obra de Raúl se pierde en lo infinito. Sus huellas se han hecho sentir a lo largo y ancho de la Valera de sus amores. Muchísimas cuartillas se llenarían contando las querencias  por el terruño que  fue encomienda de Marcos Valera como lo rememora el hijo de Francisco y Críspina, en su última obra: Valera Dos Siglos, en ocasión de los 200 años, donde hace una remembranza  de la ciudad, fundadores y de aquellos personajes  pilares  en su nacimiento y desarrollo  hasta la que tenemos en estos momentos con problemas de agua, transporte público, falta de gas,  apagones, y pare de contar.

Raúl se ha ganado un lugar en la historia de su Valera del alma. Pese a que vino al mundo en la vecina Barquisimeto, entre nosotros ha logrado el reconocimiento y respeto por su polifacética obra  en pro de esta urbe andina, a la cual se ha aferrado y formado una bonita familia con una excelente dama, doña  Irma,  a quien vio por primera vez en el Hospital Central  donde ella tenía responsabilidades de enfermera en la génesis de este centro asistencial  por aquellos días del fin de la dictadura.  Ruth Alejandra asentada en la capital del estado Lara  y Juan Carlos  en España son el fruto de este matrimonio.

Es muy difícil plasmar en unas líneas la trayectoria de un personaje del calibre de Raúl por su inagotable capacidad de creatividad, investigación y apego al trabajo, reflejado en el servicio  ofrecido a los demás desde la que ha hecho su segundo hogar como es la Sociedad Anticancerosa, donde  llega a primeras horas de la mañana y al atardecer abandona  el lugar luego  de cumplir pese a su antigüedad en la prestigioso clínica con una extenuante jornada laboral.

Por eso invito al buen amigo, a este hombre que Tirios y Troyanos, admiran y respetan en esta tierra de gracia a que él mismo se traslade al Túnel del Tiempo y nos cuente parte de su vida. Es un privilegio. Te la dejo, poeta.

 

 ¡A MUNDO BARQUISIMETO!

“Nací el 24 de agosto de 1934, en Barquisimeto; entonces una ciudad muy pobre, de unos 40 mil habitantes. Nuestra pequeña casa familiar, techada con zinc, en terreno ejido, estaba en la primera calle de esa ciudad, en el sector este llamado Paya, a la que  en leve ascenso llegaba desde los cañaverales del río Turbio, una sabana en la que pastaban vacas con sus becerros y caballos. Los árboles eran escasos, cujíes y nigüitos, y la erosión centenaria había abierto en ella anchos y profundos zanjones por los que corrían silenciosos hilillos de agua de filtración habitados por duendes. En esa sabana los muchachos practicaban el béisbol,  pero en las partidas no me incluían porque por mi escasa estatura y poca fortaleza, además de una miopía de la que supe al entrar a la universidad, era lo que el argot beisbolístico califica de «bate quebrado»; en mi caso bate quebrado y guante roto de nacimiento. En el deporte siempre fui un mirón. Quizás por esto, fui un niño un tanto solitario, y al no tener pares íntimos me dediqué muy temprano a la lectura y la pintura, al margen de los estudios formales, en los que fui excelente, sobre todo en el bachillerato, donde en el tercer año en el liceo Lisandro Alvarado de mi ciudad, gané el premio al mejor estudiante (medalla de oro y diploma que conservo), y en el cuarto año el segundo lugar, detrás de José Antonio Abreu, por lo que recibí los cuatro tomos de la Anatomía de Testut-Latarjet, que también guardo como reliquia, porque había decidido estudiar medicina. El diario El Impulso reseñó el acto de entrega de mi primer premio, y mi hija tiene en su archivo el recorte periodístico. Debo destacar que entre los estudiantes de entonces en el liceo estaban el hoy reconocido poeta Rafael Cadenas, el músico Vinicio Adames, director emérito del orfeón de la Universidad Central de Caracas, Rangel Crazut que llegó a ser decano de la Facultad de Economía de esa misma universidad y Samuel Villegas que fue integrante del famoso grupo de poetas Tabla Redonda. Te doy estos nombres porque todos ellos eran de familias destacadas socialmente en aquel Barquisimeto, en cambio yo era un muchacho de sabana, de orilla”.

 

POESIA Y BUENA LECTURA

“En 1952, poco antes de cumplir mis 18 años me fui a la universidad, a la ULA, en Mérida. Fue un corte definitivo con el tutelaje de mis padres, con mi barrio, con mi ciudad. A mi casa volvía, para renovar el calor familiar, dos semanas en agosto y dos semanas en diciembre. Desde entonces hasta hoy decidí mi vida y tomé las decisiones que en relación con ella creí conveniente. Pero no fue difícil para mí. Escogí mi carrera y le dediqué sin descanso los seis años que me exigió. Por formación familiar fui siempre muy circunspecto. Nunca tuve vicios. En aquellos fui bastante religioso. Y llevaba, además de muy buenas notas, significativas lecturas acumuladas: De Alejandro Dumas: Los Tres Mosqueteros, Veinte años Después, El Vizconde de Bragelone; de Julio Verne: Miguel Strogoff  El Correo del Zar; de Dostoyevski: Los hermanos Karamazov,  novela ésta, que me impactó; de Stefan Zweig: Fouché; de Eugène Sue: El Judío Errante, y de Víctor Hugo, Nuestra Señora de París; recitaba poemas de Rubén Darío, Andrés Eloy Blanco, Pablo Neruda y Aquiles Nazoa, y pintaba y dibujaba. Todo esto fue posible en un ambiente de poca cultura, porque una familia muy ligada por asuntos de trabajo con mi padre, al mudarse a Caracas le dejaron en custodia unos cajones sellados, pero nunca los reclamaron, entonces un día mi hermano mayor y yo, de unos 12 años él, de 10 años yo, decidimos abrirlos: encontramos un tesoro: raquetas y pelotas de tenis, un espejo de cristal de roca, una Biblia lujosamente empastada e ilustrada, algunos juguetes, postales, almanaques, revistas y esos libros que he mencionado, a los que debo agregar de Emil Ludwig la biografía de Napoleón, y de José Hernández, Martín Fierro, y algunas novelas de José María Vargas Vila (Flor de Fango, Aura y Las Violetas), que mi madre por conocerlas nos las quitó, las tiró al fogón”.

 

POBRES PERO MUY TRABAJADORES

“Mi madre (1910-2005) no tuvo escolaridad, pero con una lucidez excepcional aprendió sola a leer y escribir, y con una capacidad de comprensión también excepcional, aprendió con revistas algo de modistería y a tejer con una y dos agujas. Mi padre (1903-1992) nacido en caserío larense llamado Limoncito, que nunca apareció en ningún mapa, se crio en una hacienda del lugar donde su mamá cocinaba para la peonada, quien murió cuando él tenía 11 años, deceso que lo dejó en la absoluta orfandad pues no conoció a su padre ni tuvo hermanos. Tuvo la suerte, que el dueño de la hacienda se lo llevará a su casa en el pueblo Duaca, donde lo crio con grandes consideraciones (buen trato y educación primaria) hasta los diecisiete años, cuando lo colocó en una familia de gente pudiente y culta, con la que se formó como comerciante. Cuando él, Francisco José Díaz, de 26 años, y María Crispina Castañeda, de 19 años, decidieron casarse, planificaron el matrimonio como un proyecto de vida: trabajarían duro y sin desmayo para educar a sus hijos, pues su inteligencia les alumbró que la única manera de salir dignamente de la pobreza, es la educación. Esto no era fácil en aquel tiempo de la oscura dictadura gomecista, pero lo lograron”.

 

MI MAESTRO DE SEXTO GRADO

“Sin embargo, aunque se aunaron todos estos factores en la formación de mi carácter, reconozco que la influencia que en él ejerció la relación de mi maestro de sexto grado de primaria Manuel Vargas fue fundamental, porque él no me imponía criterios sino que conversaba conmigo en papel de amigo mayor y, sobre todo, me escuchaba, que es una de las angustiosas necesidades de los adolescentes. Era 7 u 8 años mayor que yo, pero ya estaba casado. Como vivíamos en el mismo barrio, él y sus ocho alumnos nos íbamos juntos a la escuela, distante diez cuadras, y juntos regresábamos, conversando, pero en la tarde, cuando los otros se iban a jugar al béisbol, yo con él me iba a su casa. La relación continuó durante mis años de bachillerato y me hizo padrino de su hija. Iba mucho a mi casa y hablaba con mi madre, pienso que de mí, y como dejó la docencia para hacerse asistente de abogados, durante muchos años fue el consejero de mi familia. Cuando la noche de agosto de 1952 me fui a la universidad, él estaba en mi casa con mi familia despidiéndome, y cuando el 22 de agosto de 1958 recibí mi título de médico cirujano en el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela, él estaba allí con mi madre, mi hermana María y mi hermano Tulio”.

 

LA RADIO Y LA ALONDRA TRUJILLANA

“En mi infancia (años 40) me gustaba mucho oír programas radiales, casi siempre al lado de mi padre, que cansado llegaba del trabajo, y con mi única hermana. Teníamos un radio receptor RCA Víctor, de onda larga y onda corta, de muy buena nitidez. El alumbrado público se encendía a las 6 pm: a esa hora prendíamos el radio.

Uno de los programas que oíamos era el de Panchita Duarte, La alondra trujillana, joven estrella de Radio Valera, sin imaginar yo que dos décadas después sería mi amiga y en algún lugar cantaríamos juntos. También en esos años casi todo el país se paralizaba para oír la radionovela por episodios El derecho de nacer, del autor cubano Félix B. Caignet. Los juegos del béisbol del Havana’s Cubans, narrados por el portentoso Buck Canel, que comenzaba:

Partagás, redondos de  Partagás, el cigarro que gusta más… Radio Habana y… Buck Canel al bate!

Los del béisbol venezolano, con los puros criollos del Cervecería Caracas, equipo que fue un hito del nacionalismo democrático creciente, tras derrotar en elecciones nacionales para Reina del Deporte la morena maestra de escuela Yolanda Leal, a la aristocrática rubia Oly Clemente, los juegos, dije, los oíamos en la voz de Pancho Pepe Croquer, a mi juicio el mejor locutor venezolano de todos los tiempos (se les decía perifoneadores). Pancho Pepe tenía también un programa de recitación de poemas famosos, en compañía del también excelente locutor Juan Manuel Álvarez; y otro programa de lectura de guerreras páginas de Venezuela Heroica, de Eduardo Blanco. Pancho Pepe murió en una competencia de fórmula 1 en Colombia, que produjo  duelo Nacional.

El retablo de maravillas, que dirigía el poeta yaracuyano Manuel Rodríguez Cárdenas, todos los domingos por la tarde presentaba excelentes programas culturales, y en ese grupo surgió Yolanda Moreno, creadora de las danzas folklóricas venezolanas, a quien conocí personalmente muchos años después, cuando en Valera visitó la escuela de baile flamenco de Rosario Carrillo, quien también se destacó en lambada. Cuando llegó la TV, la imagen dejó en un segundo plano a la voz”.

HORA DE IRME A LA UNIVERSIDAD

Me aparté un poco del camino porque de repente advertí que estaba dando de mi persona la imagen de un ser excepcional, que solamente estudiaba, leía y rectamente marchaba a un destino superior. No!. Yo fui, afortunadamente, un muchacho no muy distinto de los de mi barrio pobre y los de mi generación sin dictadura. Jugué todos los juegos de los niños de entonces, aunque sin mayores habilidades; fui contemporizador porque no tenía fortaleza para ser violento, y preferí los libros y las conversaciones con adultos, entre ellos mi padre, porque era muy curioso, casi un voyeur. Maduré muy pronto, y eso hizo que tuviera pocos amigos.

Era  la hora de irme a la universidad, el primero en varias generaciones de mi familia de analfabetos en pisar un claustro de educación superior. Mérida no fue elección sino oferta única: la Universidad Central de Venezuela, en Caracas, había sido cerrada por el dictador  Pérez Jiménez, de modo que sí, también me tocó dictadura, pero el país era otro. Entonces el viaje de Barquisimeto a Mérida era largo (24 horas), de modo que fui asustado, porque a esa edad, casi 18 años, el viaje más largo que yo había hecho fue hasta Yaritagua, ciudad que hoy está a 10 minutos de automóvil hasta Barquisimeto. Hicimos una parada en Valera, para cambiar de camioneta. A partir de allí todo me pareció maravilloso: la altura y el verdor de las montañas, los inclinados valles con hortalizas y trigo, la escarcha en el páramo, un río permanente paralelo a la carretera. Y Mérida!. Qué ciudad tan acogedora, de clima frío, casas de tejas mohosas, paseantes con abrigos y bufandas. Por la noche fuimos a la plaza de Bolívar: tres mil jóvenes de toda Venezuela estaban allí; una fiesta de ensueño, porque hasta ese momento la Universidad no había pasado de ochocientos estudiantes: se oían canciones y risas. Esa noche conocí a Miguel Ángel Viloria, siete años mayor que yo, que igualmente aspiraba ingresar a la carrera de Medicina. Logramos aprobar el examen de admisión: de trescientos aspirantes fueron escogidos ciento veinte. Cursé con él cuatro años allí, y juntos nos fuimos a la reabierta UCV para los dos años finales de la carrera. Fue él quien me animó a venirme a Valera a ejercer como médicos residentes del modernísimo Hospital Central, que se pondría en funcionamiento el 15 de septiembre de 1958. Conservo la amistad con Miguel Ángel, quien hoy jubilado, de 93 años pero saludable, vive en EEUU. De algunas peripecias de mis años en Mérida, hablo en mi cuento premiado en el Concurso Anual de Cuentos de El Nacional en 2004, Viaje a Tongolele, que forma parte del libro CUENTOS QUE HICIERON HISTORIA, fue publicado por la editorial de ese mismo diario.

Son muchas las vivencias de Raúl desde su llegada a  Valera. Imposible de contar en este trabajo biográfico, entre ellas las que lo hicieron enamorarse de la ciudad hasta el día de hoy. Esta historia continuará…

 

 

 

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