¿Y quién ordena en la Venezuela de hoy? Por Pastor Heydra

 

“Venezuela es el país de las nulidades engreídas y las reputaciones consagradas…”, sentenció Manuel Vicente Romero García en una gruesa y dura reflexión que quedó grabada en El Cojo Ilustrado de Caracas de enero de 1896.

El escritor y político valenciano, autor de la novela Peonia, participó  en la protesta satírica de los intelectuales de la época conocida como La Delpinada, inspirada de esta manera:

«Cuenta Ramón J. Velásquez, según refiere un artículo de Simón Alberto Consalvi sobre “el Guzmancismo”, que en una modesta sombrerería de la parroquia de San Juan, cerca de la plaza de Capuchinos, trabajaba un personaje de nombre Francisco Delpino y Lamas. Un nombre sonoro y largo que ya era como una incitación a la burla. “A don Francisco, le había dado por considerarse el rey de los poetas y, poco a poco, fue abandonando su modesto y tranquilo trabajo de fabricante y restaurador de sombreros para vivir en trance lírico”.

Sus versos más o menos maltrechos y cojitrancos se publicaban en La Opinión Nacional y eran objeto de sarcasmos y divertimientos. Los universitarios lo invitaban a recitales, lo aplaudían con furor, pero el bueno de don Francisco confundía aquello con la consagración de su poesía. El sombrerero se sentía tan grande como don Andrés Bello. Poco a poco fue perdiendo la noción de la realidad, y se elevaba a las alturas del Parnaso.

De pronto algunos estudiantes, astutos e inteligentes, vincularon la locura del poeta sombrerero con las glorias del Ilustre Americano, quien gobernaba desde Paris. Y armaron lo que se conoció como “La Delpinada”. Y así organizaron una gran ceremonia en donde don Francisco Delpino y Lamas fue coronado como “el gran poeta de todos los tiempos”. Tuvo lugar en el Teatro Caracas, la tarde del 9 de marzo de 1885. Proliferaron los discursos, las aclamaciones, los ditirambos. Mientras más estrambóticos los elogios a la grandeza del sombrero-poeta, más evidente se fue haciendo la vinculación con la fatuidad del general afrancesado que, a su vez, se sentía gran intelectual, y había pronunciado un discurso de falsas erudiciones en la Academia de la Lengua. Así se inició la gran burla nacional al hombre fuerte que ponía y quitaba.

Esta larga introducción histórica la hago por varias cosas. La primera para excusarme, pues donde vivo en Margarita se fue el Internet hasta hoy y no pude escribirles la semana pasada, las comunicaciones son un caos, y no tengo WhatsApp porque Movilnet no tiene chips, pero dele. Las otras son más graves ¿Quién dio la orden para que el Sebin detuviera a Enrique Aristeguieta Gramcko de 85 años, no sólo violando leyes, sino lo peor, por haber organizado una huelga general como decía el acta policial? Sólo que eso fue cuando era miembro de la Junta Patriótica anti perezjimenista de 1957 ¿Quién le pone orden a ese estado de locura en que vivimos? Bien lo dicen articulistas como Raúl Fuentes cuando señala que para el gobierno: “pueblo es una mezcolanza de lumpen, marginalidad y pobres irredentos que siguen creyendo en pajaritos grávidos: un «pueblo» que le sienta bien a la ambición de perpetuidad del nicochavismo, disciplinado mediante el clásico condicionamiento pavloviano con base en premios y castigos. Para asegurarse la lealtad de esa masa domeñada por carencias, compensadas esporádicamente con un bono navideño, pascual, vacacional, de preñez, de carnaval, ¡te conozco mascarita!, o un incremento inflacionario de las míseras pensiones y el siempre insuficiente salario mínimo que no alcanza ni para adquirir un cartón de huevos”. O Elías Pino Iturrieta, quien asegura que “El único propósito de la dictadura es el aseguramiento de su continuidad, mediante un proceso que no sólo desconoce a los dirigentes de la oposición, sino también cualquier opinión que considere inconveniente”.

Estamos en un país sin norte. Usted compra algo hoy y mañana cuesta el doble, sin importar que el dólar libre bajó por el Dicom o por lo que quiera. Ni los gobernantes, ni la inservible dirigencia partidista opositora se dan cuenta o a lo mejor sí, como sucedió en Cuba, donde se potenció ese concepto de «pueblo» del que habla Fuentes, y no del desarrollo de esta lamentable historia que está acabando con un país de precios dolarizados con ingresos en bolívares devaluados. El objetivo básico de esto es claro: construir una sociedad donde la propiedad privada sea minimizada, el mercado no sea el centro del quehacer económico y el poder del estado sea todopoderoso como agente y representante de la voluntad popular, hasta cancelando libertades ¿Pero qué es lo que vale entonces, la sobrevivencia de los nulidades engreídas y las reputaciones consagradas de 1896, los Nicolás, los padrinos y enchufados: o una dirigencia opositora que ha mostrado ser cualquier cosa, menos capaz de interpretar la realidad y luchar como se debería hacer, que todo un país? ¿Hasta cuándo?

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