Hace más de dos milenios que Platón nos legó su pensamiento. Pensamiento que es como las rocas ígneas, un pensamiento profundo, duro en el buen sentido de la palabra. Él cual, a pesar del tiempo transcurrido, sigue siendo una fuerza viviente. Platón en sus Diálogos, en la República o de lo justo, analiza lo justo y lo injusto de la conducta humana.
Nos dice que,…la justicia es un bien para todos menos para el justo; que es útil para el más fuerte, que manda, y nociva para el débil, que obedece; que la injusticia, por el contrario, ejerce su imperio sobre las personas justas que, por simplicidad, ceden en todo al interés del más fuerte, y sólo se ocupan de cuidar del interés de aquél, sin pensar en el suyo propio. Señala, asimismo, que el hombre justo se hará odioso a sus amigos y allegados, porque no querrá hacer por ellos nada que esté más allá de lo equitativo. La suerte del injusto es completamente opuesta, puesto que, poseyendo, como ya he dicho, un gran poder, lo utiliza para descollar siempre sobre los demás.
Pues bien, puede afirmarse que hasta el presente, las sociedades que hemos tenido han actuado como el hombre injusto que nos describe Platón. Se ha ejercido el poder de manera absoluta e ilimitada, se ha trasgredido y violado los derechos humanos. En el tiempo por venir, no se puede actuar de la manera como ejercía el poder el emperador romano Cayo Julio César Augusto Germánico, mejor conocido como Cayo César o Calígula, quien deseaba que el pueblo tuviera un solo cuello, para cortarlo. No se puede hacer de la ética de la banda de ladrones, de la cual nos habló Platón en su República, nuestra ética.
Y, como el mundo está conformado por sociedades, para nosotros, pensar el pueblo de manera diferente, significa pensarlo como el elemento constituyente fundamental de la sociedad; significa pensarlo a partir del establecimiento del sistema democrático como forma de vida, como un constante estar haciéndose; significa concebirlo en relación con la soberanía popular, y aquí lo popular adquiere una dimensión distinta a la que le otorga el pensamiento heredero de la modernidad occidental de sustituto del pueblo.
En esta predica andamos desde hace tiempo, por eso decimos con Enrique Dussel, que la formulación de una nueva teoría sobre la sociedad, no puede responder a los supuestos de la modernidad capitalista y colonialista de los quinientos años. No puede partir de los postulados burgueses, pero tampoco de los del socialismo real (con su imposible planificación perfecta, con el circulo cuadrado del centralismo democrático, con la irresponsabilidad ecológica, con la burocratización de sus cuadros, con el dogmatismo vanguardista de su teoría y estrategia, etc.).
Necesario es pensar en la edificación de una nueva civilización, transmoderna y transcapitalista. Que vaya más allá del liberalismo y del socialismo real. Es por ello que, enfrentar los desafíos del siglo XXI demanda una gran creatividad. Estos no pueden ser enfrentados con “recetarios” del pasado. No olvidemos que es la hora de los pueblos, de los originarios y los excluidos.
Pues bien, necesario es promover el surgimiento de nuevos modelos de sociedad. A los pueblos de hoy no se les puede exigir una “lealtad” ciega, sorda y muda, eso sería exigirles una sumisión vergonzosa e inhumana. De manera contraria, en el presente, los pueblos están rescatando, y haciendo suyos, los principios de soberanía, libre determinación, independencia, libertad, como valores éticos en su relacionamiento internacional.
Necesario es, entonces, pensar una nueva relación pueblo-sociedad. Pensar en el fraguado de nuevas utopías. Llenas de esperanzas. De la esperanza de vivir mejor, de tener y hacer realidad los sueños.