Pueblo y política (IV Parte) | Por: Nelson Pineda Prada

 

Concebimos al pueblo como un actor político colectivo. Por lo que, necesario es definir la manera como el concepto pueblo se relaciona con la teoría política y con la filosofía política. Relacionamiento que no percibimos como una simple descripción explicativa, ni como la valoración normativa de él; sino, más bien, como el resultado del estudio, análisis y comprensión de las sociedades, vistas éstas desde la perspectiva política.

Imaginar una nueva política requiere, desechar todo determinismo y reduccionismo conceptual; requiere, estimular el ejercicio de un libre pensamiento, creativo, crítico e impugnador de las “verdades” establecidas como principios absolutos; requiere, concebir el poder y al “otro” desde una perspectiva ética; requiere, descubrir cómo vamos a hacer para que los valores e instituciones, a partir de los cuales se estructuraron nuestra formaciones sociales, sean analizadas como la explicación de nuestra dependencia y subdesarrollo; requiere, hacernos de una visión distinta de la democracia, ésta no puede seguir siendo concebida solo como un sistema político, debemos entenderla como una cultura, como una forma de vida; requiere, profundizar y ampliar el debate, el dialogo, la búsqueda de nuevos principios que den explicación de lo que somos y lo que queremos ser; requiere, entender que es en nuestra diversidad y heterogeneidad cultural donde está nuestra identidad, debemos pensarnos como pueblos diversos pero no distintos; requiere, la elaboración de un discurso multidimensional, que de explicación y respuesta a nuestros anhelos y expectativas, que  ausculte nuestras fortalezas y oportunidades, que sea capaz de dilucidar nuestra limitaciones y capacidades.

Una nueva relación entre pueblo y política debe conducirnos a concebir la sociedad como una comunidad, no desde la perspectiva organicista de la modernidad occidental, sino desde la perspectiva de que el hábitat social es el espacio natural en el cual el pueblo no solo habita, sino que vive; a superar el carácter universalista de la cultura occidental, como única cultura; a imaginar cómo hacer para transitar del sujeto individual hacia el sujeto colectivo, como el sujeto de la sociedad, estudiarlo como un problema ético; a revisar lo que hemos llamado identidad cultural, hacernos de ella una concepción trascendente al etnocentrismo euronorteamericano; a entender que la dimensión de lo público y lo privado hoy tiene una connotación distinta de la que tradicionalmente se le ha atribuido; a avanzar en un redimensionamiento del concepto de ciudadanía, para darle una ubicación que sea correspondiente con el surgimiento de nuevos actores sociales como los movimientos de inmigrantes, de género, ambientalistas, los pueblos originarios Se trata de avanzar hacia la formulación de un concepto de ciudadanía más integral y democrático; a redimensionar el rol del Estado en  (y para) la sociedad, éste no puede seguir cumpliendo el papel de gendarme, de ente enunciador y regulador de los deberes y derechos de los ciudadanos, edificar un Estado social de derecho y de justicia, a través del cual el pueblo pueda alcanzar su felicidad, su libertad, su emancipación.

La separación del pueblo de la política no ha sido una simple casualidad. Ello, es el producto de una concepción que concibe la política solo como el ejercicio del poder; y que, quienes acceden a él son seres superiores. Superioridad que va a ser legitimada a través del establecimiento de un marco institucional y de un simbolismo que lo justifica como normal y necesario; en donde se quiere que la relación mando-obediencia aparezca desprovista del carácter de dominación, de subordinación, de sumisión que tiene la misma.

Manera de ejercer el poder, adornada por un conjunto de elementos simbólicos que hace creer  que se está en presencia de algo natural, ya que el poder es una instancia, a la cual, no todos pueden acceder. Justificación ésta que ha conducido a la exclusión del pueblo como sujeto de la acción política y que, al mismo tiempo, ha hecho de la democracia un sistema político no democrático, allí reside tanto el malestar por la política como por ese modelo de democracia que sienten nuestros pueblos y que, los latinoamericanos, estamos empeñados en transformar.

Ahora bien, ante la interrogante acerca de ¿sí es posible construir una nueva relación pueblo-política?, nuestra respuesta es afirmativa. Y lo es, porque, en el pensamiento global, y de manera particular en el latinoamericano, se vienen abriendo paso nuevas formas de pensar y concebir las realidades  que vienen emergiendo desde el comienzo del siglo XXI.

La justicia social es el punto de partida desde el cual los latinoamericanos formulamos nuestra nueva filosofía política. Por ello afirmamos que entre pueblo y política no hay fronteras que los separen. En un sistema verdaderamente democrático, el pueblo es el sujeto, y al mismo tiempo el objeto, de la política. No hay política sin pueblo, ni política que no sea para el pueblo.

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