Las cosas tienen memoria
Hace muchos años llegaba un tren a La Ceiba, un pueblito con puerto en el Lago de Maracaibo, Venezuela. Un tren cargado con plátanos, café y cacao, productos minuciosamente seleccionados, que luego salían en barco rumbo a las Europas. El tren regresaba igualmente lleno de telas, máquinas de coser, candelabros, sombreros y cuanto cachivache se le ocurría a los comerciantes que contrabandeaban desde Las Antillas, aunque ellos decían que la mercancía era traída directamente de la Francia.
Pero un día el tren no llegó. Ni el día siguiente, ni ningún otro día. Nuevos medios de transporte, una baja en la producción, el desinterés por baratijas importadas, no se sabe, hizo que el tren no volviera nunca más.
Los rieles bostezaban nostálgicos con el sol de la tarde. Entonces los campesinos y los pescadores, al ver sus casas destartaladas, empezaron a desarmar esos rieles y los pusieron como columnas y vigas para sostener los techos de sus viviendas.
Y los habitantes de La Ceiba aseguran que, a ciertas horas del día, escuchan en sus casas el paso del tren.