Mi madre, Benedicta del Carmen Molina Rosales, nació el 3 de abril de 1933, en Mesa de Quintero, Mérida. Hija de Juana Rosales y Filemón Molina. Estudió entre La Mesa y Pregonero. Quería ser maestra, pero terminó de enfermera, gracias a un curso por correspondencia. Muy joven se fue a trabajar a Mucuchachí y a Mucutuy.
Mi padre, Juan Bautista Molina, vivía en Mucuchachí. Montaba un caballo sin mirar a nadie. Unos tragos encima y un arma en su chamarra. Había abandonado la escuela sin terminar el tercer grado de primaria. Aunque últimamente andaba intranquilo por esa pelirroja que había llegado al pueblo. Mi madre lo miraba con cautela. Le parecía haberlo visto en películas mexicanas que daban en el viejo cine de la Calle El Calvario en Pregonero.
La abuela Romualda, la madre de mi padre, vivía sola y estaba enferma. Además sufría por su hijo “natural”, como decían en aquel tiempo a los niños que no llevaban el apellido del padre. La abuela no quería morir hasta que mi padre, rebelde y desordenado, tomara el camino del bien. A cada rato le decía:
– Cásese con Carmita, que es una buena muchacha. Ya es tiempo de que siente cabeza.
Mi padre callaba. El matrimonio no estaba dentro de sus planes.
Mi madre, que se iniciaba como enfermera rural, iba a visitar a la abuela todos los días con mi tía María, que ya tenía experiencia en eso de curar enfermos. Mi tía le decía riéndose:
– Carmen, vamos a visitar a la suegra.
Mi madre se ponía brava y le respondía:
– No sea sopona, María, pero terminaba yendo.
Un día, la abuela Romualda le dijo a mi padre que ella no se moriría hasta que él no se casara con Carmita. Mi padre no dijo nada. Montó su caballo y salió a recorrer el pueblo, con tragos, como siempre.
Cuando, por fin, mi padre y mi madre decidieron casarse, lo hicieron lejos de Mucuchachí, donde no daban ni medio por el futuro de ese matrimonio. Se fueron a caballo hasta Ejido y allí se casaron. Esa misma noche hicieron una fiesta y, al otro día, muy temprano, a pesar del trasnocho y los estragos de la parranda, montaron de nuevo los caballos y tomaron el camino de regreso. Cuando iban a mitad del trayecto divisaron a un jinete que venía, a lo que le daba el caballo, en dirección contraria a ellos. Al encontrarse, el jinete se detuvo. Traía noticias para mi padre. La abuela Romualda acababa de morir.
A los meses nací yo.