En la cadena del miércoles pasado, Nicolás Maduro sobrepasó sus propios récords de promesas fútiles, infundadas y absurdas. Después de veinte años de destruir el agro, ahora descubrió que el algodón se usa en la industria textil. Ofreció convertirnos en una “potencia textil” y regalar -por supuesto, todo es regalado- uniformes para los niños en edad escolar. “En Colombia no regalan los uniformes”, dijo. “Nosotros sí”. ¿Cuándo va a regalar esos uniformes?, me pregunto. Si no ha sembrado los algodones, de aquí a que siembren, cosechen, monten los telares, elaboren las telas y confeccionen los uniformes, esos niños van a estar en edad de ir a la universidad (y cuidado si ya graduados) aunque lo más probable es que desertan de la escuela como han hecho tantos, obligados por sus padres o familiares a trabajar para ayudar a la economía de la casa.
“En Colombia cierran las escuelas”, afirmó. Estoy segura de que no más que las que han cerrado en Venezuela en los últimos veinte años. Y las que quedan abiertas funcionan a media, cuarto, octavo de máquina… No hay profesores de ciencias. Los muchachos de los liceos se gradúan de bachilleres sin haber visto física, química y muchos ni siquiera matemáticas.
En un contacto durante la cadena, Maduro llamó a Rafael Lacava, que estaba en las instalaciones de Café Fama de América en Valencia. “Vamos a hacer el mejor café del mundo”, ofreció. ¿Desde cuándo “expropiaron” Fama de América? ¿Es ahora cuando lo van a poner a funcionar? ¿Para cuándo ese “mejor café del mundo”?…
Esta prometedera me recordó un chiste que me contó mi amiga María Carmelina Faría: un señor compró un ticket de lotería y anunció a su familia que se la iba a ganar y se iba a comprar un carro. “Yo voy adelante, como copiloto”, dijo la esposa. La hija mayor pidió una ventana de atrás. El hijo segundo, la otra ventana. El menor trató de convencer a sus hermanos de que le cedieran la ventana. Como ambos le dijeron que no, el niño gritó: “¡entonces voy a ir parado en el asiento!”. Al oír esto, el papá le dio un bofetón y lo increpó: “¡muchacho del cipote, bájate que me lo vas a manchar!”.
Así han sido, son y serán las promesas de Maduro. Ilusiones de una mente febril incapaz de ir más allá de sus escasas ideas. Lo peor es que los bofetones los recibe el pueblo…