Diciembre es un remanso, un oasis, para reponer ilusiones y esperanzas en medio del desierto de la vida cotidiana que tiene, además, de las limitaciones propias de la existencia, el sobrellevar las situaciones creadas por quienes piensan que el poder se tiene para explotar y vivir a costa de disminuir la calidad de vida de la población. Son tantas las cuitas en las que la gente nos manifiesta sus angustias producto no sólo de la escasez y carestía de los alimentos, medicinas y servicios públicos deficientes, que hace falta renovar la esperanza como antídoto a convertirnos en dóciles esclavos que comercian con la necesidad imperiosa de la gente, dando pie a comportamientos indeseados, en los que la violencia, el odio, la rapiña y la explotación se convierten en pan de cada día.
De tiempo inmemorial la tradición cristiana nos regala el tiempo del adviento como pedagogía para asumir positivamente la dureza de la vida cotidiana y los sinsabores de quienes en lugar de servir al ser humano, tratan de usarlo en función de intereses bastardos. El mensaje de los profetas y del nuevo testamento es que la salvación, la vida auténtica nos viene del Dios hecho hombre, debilidad, pequeñez, que desde lo insignificante se convierte en la fuerza que mueve montañas. El amor y no el odio es el que dignifica. Isaías principalmente nos invita a convertir el yermo en un vergel y las espadas en podaderas. No es música celestial sino tarea para superar el mal que los mismos humanos construyen.
La liturgia cristiana se expresa de forma muy cercana a la vida de los pueblos en hermosas tradiciones. Las tierras andinas son ricas en estas expresiones que se plasman en los días anteriores al nacimiento del Niño Dios en las posadas, especie de autosacramental, que recorre casas pidiendo posada que le es negada por ser pobres y extranjeros que llegan en horas inoportunas. Sólo les abre las puertas, el templo, donde se reconoce en María y José a los enviados a traernos al Mesías.
Las misas de aguinaldos, en horas tempranas antes del amanecer, movilizan a mucha gente por instituciones, sectores y profesiones, que con los villancicos, los niños pastorcitos, las ofrendas de lo que se tiene entre manos y el fraterno compartir al finalizar la celebración, nos une sin distinción y nos hermana con la alegría de sentirnos miembros de una misma familia.
No desaprovechemos este tiempo, marcado por tantas limitaciones, para que la auténtica esperanza, la que surge del amor a Dios hecho servicio y solidaridad con el prójimo, nos dé la fuerza para asumir los difíciles retos de ser portadores de un mundo mejor, hecho con el esfuerzo y la colaboración de todos. Es así como podemos desearnos de verdad una feliz navidad al calor del amor familiar y vecinal, rociado con el aroma de la ternura y comprensión mutuas.
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