Por Venezuela:  la lucha continúa en todos sus frentes, sumando voluntades ‘porque solos no podemos’

Por: Luis A. Villarreal P

Expectantes como estamos, por la situación que nos acosa, seguimos comentando sobre el calvario que soportamos y la forma de organizarnos para salir de él.  La opinión que ofrecemos, según parece, dispersa o tras bastidores —con indirectas o disimulos— ha de continuar como mínimo aporte a la  causa liberadora.

Las elecciones son imprescindibles en un sistema político que pretenda estar legitimado,  pero en Venezuela ese interés de cumplir con el deber democrático de elegir, de  ejercer la autonomía electoral,  de votar a nuestros funcionarios a través de la elección popular,  no tiene desde hace tiempo el significado que debería.

Son muchas —y comprensibles— las razones que llevan a una nación a desentenderse de las elecciones —a rechazarlas, incluso—, a evitar del voto su profanación:

La inconsciencia del voto, por el banal y rebuscado uso  que le han dado  quienes eligen y son electos, es, sin duda, un serio problema que  debe resolver  el concurso demócrata.

La democracia será útil —y perfectible— como sistema político, según sea el nivel de conciencia y el  inequívoco propósito de bienestar y progreso integral que tengan los electores.  Ese mismo nivel determinará, en su justa proporción, la necesidad o la conveniencia de las elecciones.

Si prevalece la actitud prebendaria  y ventajista, mesiánica y oportunista —la óptica fuera de foco— de los  votantes,  entonces el resultado seguirá siendo  el indeseado.   Cuando la cultura, conciencia y responsabilidad sobre el voto  son escasas, los resultados serán más de lo mismo o peores.

El sistema democrático es contraproducente si en su propósito y motivación  no se aspira o se prevé y promueve  la disciplina —incluso la austeridad—,  el progreso,  y  la fortaleza de las instituciones que lo hacen posible.

 La desconfianza en el sistema electoral —aparte de lo que depende implícitamente del electorado, de la subjetiva actitud del elector, ‘del privado ejercicio de su  ciudadanía’— es un  flagelo a exterminar si queremos democracia.   En nuestro caso, el CNE no es  creíble ni  confiable, porque la obsecuencia le ha tolerado sus parcialidades y el reincidente incumplimiento de las normas.

Es vital alcanzar y exhibir  la confiabilidad del organismo en el que se deposita la voluntad popular; la de sus  funcionarios que con su visible idoneidad y ética han de administrar imparcialmente el poder electoral, en beneficio del sistema democrático, y no de  apetencias  partidistas y liderazgos.

La inconsciencia —colectiva— en el voto y la desconfianza en su sistema darán al traste con la perspicacia, suspicacia, y estamento político de quienes idearon,  cuestionaron y ponderaron la democracia:  Solón, Clístenes y Pericles; Platón y Aristóteles; Tocqueville, Lincoln, y tantos otros…

La crisis que soportamos no se superará con más  elecciones—cuestionadas y sin trascendencia—de la que hemos tenido en los últimos lustros;  dar atención a la realización de las mismas es  ampliar el círculo vicioso del cual somos su ‘centro de gravedad’.

¿Qué se ha resuelto porque cuatro estados y unos cuantos municipios estén ‘gobernados por algunos opositores’ que se conforman con satisfacer su ego personal o partidista, o comunitario?  haciendo creer que en esos estados, municipios o comunidades, la crisis no se siente tanto, sin pensar en el resto del país.  A estos bohemios determinados en ‘alcanzar y mantener espacios’,  ¿les habrá pasado por la cabeza el país,  y pensado a quién en realidad benefician?

Participar en las elecciones pautadas para el 21/11 es un pago que habría de ‘honrar’  la partidocracia disminuida  para seguir contando con el esperado  diálogo.  Ya el CNE habilitó la tarjeta de la MUD, y con este ardid o señuelo la opo partidista se dio por aludida, arguyendo por sus espadachines, sin triunfos, que lo harán  u n i t a r i a m e n t e ¿?

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