Por un  pacto educativo global | Por. Antonio Pérez Esclarín

 

El Papa Francisco nos invita a sumarnos al Pacto Educativo Global, para que  asumamos la educación para todos y todas como un medio indispensable para construir una nueva humanidad. Si la educación es un derecho irrenunciable, es también un deber. Todos somos responsables de trabajar por una educación de calidad. Esto supone que en Venezuela,  más allá de las diferencias, nos unamos todos para levantar la educación del estado lamentable en que se encuentra y tratemos con respeto y generosidad  a los educadores, que deberían ser considerados como los primeros ciudadanos.

El Pacto nos propone siete objetivos esenciales:

  1. Contra la cultura del descarte y la exclusión,  poner en el centro del proceso educativo a la persona, para que desarrolle   su especificidad y su capacidad de estar en relación con los demás. Todo cambio necesita un camino educativo para que reconstruya  el tejido social, haga  madurar una nueva solidaridad universal y de vida a una sociedad más acogedora.
  2. Escuchar la voz de los niños, adolescentes y jóvenes para construir juntos un futuro de justicia y de paz, una vida digna para todos. Para ello, se requiere un paradigma pedagógico basado en la escucha y el diálogo atento y respetuoso de las jóvenes generaciones. El Papa utiliza tres verbos: escuchar, transmitir, construir juntos. Es necesario empezar siempre por escuchar a la persona, acogiendo sus preguntas, sus necesidades, sus heridas, su pobreza y descubriendo sus talentos, sus sueños, sus ideales.
  3. Favorecer la plena participación de las niñas y las jóvenes en la educación. Como afirma el Papa la organización de las sociedades en todo el mundo todavía está lejos de reflejar con claridad que las mujeres tienen exactamente la misma dignidad e idénticos derechos que los varones. Se afirma algo con las palabras, pero las decisiones y la realidad gritan otro mensaje
  4. Considerar a los padres como los primeros y principales educadores de los hijos. La familia es la primera escuela de los valores humanos y las virtudes sociales. Sobre todo, en la familia cristiana, es necesario que los hijos aprendan desde sus primeros años a alimentar la fe recibida en el bautismo.
  5. Educar y educarnos en la acogida, abriéndonos a los más vulnerables y marginados. En un mundo globalizado, aún no se ha alcanzado una igualdad generalizada, sino que se han acentuado muchas formas de desequilibrios sociales, económicos y culturales. Junto a los ciudadanos que obtienen los medios adecuados para su desarrollo personal y familiar, son muchísimos los «no ciudadanos», los «ciudadanos a medias» o los «sobrantes urbanos», los excluidos. Una sociedad es sana cuando sabe acoger a los más vulnerables, cuando se interesa por los excluidos para que sean ciudadanos con plenos derechos.
  6. Renovar la economía y la política. Estudiar nuevas formas de entender la economía, la política, el desarrollo y el progreso, al servicio del hombre y de toda la familia humana en la perspectiva de una ecología integral. Para hacer esto es indispensable difundir una cultura del encuentro, en la que se busquen siempre puntos de contacto, se tiendan puentes, se proyecte algo que incluya a todos.  Esto implica reconocer la diversidad como riqueza y respetar los derechos de todos
  7. Custodiar y cultivar nuestra casa común, protegiendo sus recursos, adoptando estilos de vida más sobrios y apostando por las energías renovables y respetuosas del medio ambiente.

 


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