Richard Thaler dijo hace poco: “Me pregunto: ¿será que en Venezuela no hay nadie que frene ese desastre que está haciendo su Presidente?, no existe en la historia del planeta un desastre mayor a ese”.
La respuesta a esa pregunta quizás esté en su propia teoría sobre la economía del comportamiento, que lo llevó a ganar el premio Nobel de Economía 2017. Sus estudios indican que las personas no son irracionales en sus decisiones de forma errática, sino de una forma sistemática y predecible. Así mismo Thaler demuestra que, al poder anticipar la irracionalidad humana, uno puede diseñar políticas que contrarresten esa irracionalidad. En términos muy sencillos sus contribuciones se basan en una premisa: “entre dos opciones, las personas escogen a menudo la que es más fácil sobre la que es más adecuada». Y luego que a esas personas se pueden “empujar” a tomar decisiones que las beneficien a largo plazo.
La procrastinación tiene que ver con esto y significa no hacer lo que se debe y aplazarlo por diversas razones, sobre todo por flojera o comodidad, por falta de audacia o de conocimiento. Como dice el séptimo pecado capital del catecismo: la pereza, frente a la cual se opone la séptima virtud: la diligencia.
Desde hace muchos años los venezolanos tenemos pendientes grandes decisiones, las que responden a la necesidad de crear una sociedad responsable, seria, confiable, trabajadora y justa. No es que aquí no existan esas virtudes en la mayoría de la población, lo que pasa es que no las hemos institucionalizado, es decir hacerlas costumbres y normas cotidianas y practicadas. Y que quien no las practique sea sancionado, antes que premiado por la comunidad cómplice.
Esas virtudes son posibles cuando la sociedad se pone de acuerdo en crear y fortalecer la República, es decir una forma de organizar el Estado mediante la elección libre y popular de sus gobernantes, por períodos limitados, con separación y equilibrio de poderes, con responsabilidad de los gobernantes y una ciudadanía activa. Eso fue lo que se propusieron los fundadores de la República de Venezuela en 1811.
Pero vino la guerra de independencia y los sueños civiles se trastocaron en pesadillas, con feroces combates y heroicos ejércitos. Allí se ganó la independencia y se perdió la república. Los venezolanos seguimos en los campos de batalla de generales, comandos, milicias, guerras, patria o muerte. Las glorias de la guerra de independencia y su carácter heroico cubrieron a la Nación Venezolana, llenando con sus símbolos y sus nombres no solo a las instituciones sino las calles y plazas, monumentos y edificios, sin que ninguno de los millares de héroes civiles encuentre un lugar.
La crisis de hoy – tan profunda y extendida – tendrá diversas salidas. Una va por los caminos de la inercia, de lo más fácil y conocido: el caudillismo rentista y estatista. Otro va por los mismos caminos que han llevado a otros países a la prosperidad: la democracia liberal republicana, como diría Juan Germán Roscio.
Restaurar los sueños iniciales aún está pendiente, pero nos hace falta, como diría Thaler, un “empujón”. Y allí está el detalle.