Francisco González Cruz
La concesión del Premio de Ciencias Económicas del Banco de Suecia en Memoria de Alfred Nobel 2024 a Daron Acemoğlu, James A. Robinson y a Simon Johnson, ha despertado el lógico interés sobre los temas del desarrollo, en buena parte por la importancia de la pregunta que se hace en el más popular de los libros de los dos primeros autores: “Por qué fracasan los países”.
No son los primeros que se ganan el llamado Premio Nobel de Economía por tratar de responder a esa pregunta poderosa. Tampoco cubren la larga lista de expertos que lo han intentado desde que las diferencias en el nivel de vida entre lugares y países se dispararon, sobre todo luego de la Revolución Industrial a partir de la segunda mitad del Siglo XVIII.
Cerca de esas fechas ya empezaba la preocupación por la llamada “cuestión social” que se manifestaba en el crecimiento de la pobreza y la concentración de la riqueza, el trabajo inhumano de niños, mujeres y hombres y el crecimiento de las áreas marginales. Las respuestas no se hicieron esperar y aparecieron el Manifiesto Comunista y la carta encíclica “Rerum Novarum” del papa León XIII. También las ideas de Adam Smith con sus libros “»La riqueza de las naciones» y «Teoría de los sentimientos morales».
Las soluciones se polarizaron entre dos extremos: el socialismo y el capitalismo, expresados en la dictadura del Estado y la dictadura del Mercado. Luego de tanta agua corrida, tantas ideas expresadas y tantas experiencias obtenidas, las soluciones van por los lados de un sano equilibrio entre ambos extremos.
En esa larga lista de ideas y experiencias hay ciertos consensos sobre las claves a la importante pregunta. La primera de esas respuestas es la libertad. No existe palabra más poderosa que esta para explicar por qué fracasan, no solo los países, sino cualquier persona, hogar, lugar y organización. Donde el espíritu humano está amordazado, reprimido o esclavizado no existe posibilidad de bienestar, en cambio cuando la persona humana es libre es capaz de desplegar todo su potencial, por supuesto con las responsabilidades que envuelve.
La otra palabra principal en este ejercicio de síntesis es la confianza. Si se confía en sí mismo, en los demás y en las instituciones, todo marcha de manera fluida para que las iniciativas se expresen y tomen cuerpo. También en cada persona, hogar y lugar. La confianza es una palabra que resume la enorme complejidad de los seres humanos y las instituciones sociales creadas por estos para hacer posible la vida. La salud y la educación de las personas, el buen diseño de las instituciones, la libertad y la responsabilidad que allí se viven, la decencia como se manejan.
Hay otras palabras principales y preguntas poderosas, pero si nos atenemos a todo ese conocimiento acumulado, con esas dos bastan para explicar por que fracasan las personas y los lugares. Claro que cuando se habla de fracaso o de éxito, no se está refiriendo ni a riqueza ni a crecimiento, se refiere a bienestar y a desarrollo. El crecimiento no es desarrollo, pues todo depende de la calidad de ese crecimiento, y quienes crecen y quienes permanecen al margen, como excluidos. Ya lo advirtió otro premio Nobel de Economía: Simon Kuznets en 1962.
Los caminos para lograr el desarrollo y el bienestar humano son muy diversos, depende de cada lugar y cada país, sobre todo de sus bases culturales, de su identidad, de los valores acumulados, de sus virtudes y del balance entre sus ángeles y sus demonios. Pero ese camino para ir por los senderos del bienestar deben estar en medio de un clima de libertad y de confianza. De no ir por allí, no se espere otra cosa que el fracaso.