Ante el hecho evidente de que la política ha sido penetrada por espíritus oportunistas, mediocres, ambiciosos y corruptos, crece la desconfianza en la política y en los políticos y se expande por todo el mundo la antipolítica, el desdén de todo lo que huela a política, que se asocia con corrupción, y con la constatación de que los políticos no están preocupados en resolver los problemas de las mayorías, sino que están ocupados por mantener el poder y aumentar sus privilegios. Sobre este descrédito de la política y de los políticos están surgiendo nuevos populismos, tanto de derecha como de izquierda, que utilizando las ansias de justicia de las mayorías siempre perdedoras y siempre utilizadas, juegan con sus anhelos y esperanzas y terminan promoviendo gobiernos autoritarios y excluyentes que en vez de resolver los problemas los agudizan.
Por ello, tanto en Venezuela como a nivel mundial, necesitamos sanear la política y cimentarla sobre la ética. En su sentido original y como nos lo recuerda con insistencia el Papa Francisco, política es la búsqueda y organización del bien común, el bien de todas las personas y de toda la persona, es decir su desarrollo pleno e integral. La política auténtica entiende y asume el poder como medio esencial para servir, para buscar, más allá de las aspiraciones individualistas o de grupo, el bien de toda la sociedad, lo que posibilita la paz, la concordia social y las relaciones fraternales entre todos. La política es el ejercicio de un amor eficaz a los demás.
Recrear la política y cimentarla sobre la ética, va a suponer, entre otras cosas, que los mejores ciudadanos den un paso al frente y se ofrezcan a liderar el país sacrificando sus intereses particulares en pro del beneficio general. Sólo personas profundamente honestas, competentes y serviciales, le devolverán la credibilidad y fundamento a la política, harán renacer el entusiasmo de las mayorías y aislarán a los arribistas y ambiciosos.
La política genuina se opone al autoritarismo y promueve la democracia y la libertad. Que no es hacer lo que me da la gana, sino poder hacer el bien y hacerlo bien. Amando tanto la libertad, que la respeto también en el otro, aunque sea mi adversario o mi rival. La libertad no se opone al orden y las normas. Se opone a la dictadura de leyes injustas o de autoridades tiránicas. Las supuestas democracias basadas en la exclusión de muchos, en la inequidad y la corrupción, no son formas participativas de organizar la sociedad, ni son genuinas democracias. Pero la solución no es la imposición represiva de políticas que profundizan la pobreza y la exclusión.
El problema del poder no es de unos o de otros, ni mucho menos de unos contra otros, sino de todos. Poder regulado por la ley que garantiza igualdad de derechos y oportunidades, que es la esencia de la genuina democracia. Cuando no hay ley, el que gana es siempre el más fuerte o el más inmoral. La democracia que garantiza la justicia y la libertad debe incluir la participación de todos en el acceso a una información verídica y a los bienes esenciales a través de servicios públicos de calidad y redistribución equitativa de los bienes. Democracia donde nadie se sienta con derecho a decidir lo que los otros deben pensar, creer, hacer. Donde nadie quede excluido del derecho a trabajar, organizarse, expresarse, vivir. Donde todos podamos convivir sin renunciar a nuestra identidad y dignidad.
@pesclarin
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