Política y democracia | Por. Antonio Pérez Esclarín  

Ante el hecho evidente de que la política ha sido penetrada por espíritus oportunistas, mediocres, ambiciosos y corruptos, crece la desconfianza en la política y en los políticos y se expande por todo el mundo la antipolítica, el desdén de todo lo que huela a política, que se asocia con corrupción, y con la constatación de   que los políticos no están  preocupados en resolver los  problemas de las mayorías,  sino que están ocupados por mantener el poder y aumentar sus privilegios. Sobre este descrédito de la  política y de los políticos están surgiendo nuevos  populismos,  tanto de derecha como de izquierda, que utilizando las ansias de justicia de las mayorías siempre perdedoras y siempre utilizadas, juegan con  sus anhelos y  esperanzas y terminan promoviendo gobiernos autoritarios y excluyentes que en vez de resolver los problemas los agudizan.

Por ello, tanto en Venezuela como a nivel mundial, necesitamos   sanear  la política y cimentarla sobre la ética. En su sentido original y como nos lo recuerda con insistencia el Papa Francisco, política es la búsqueda y organización del bien común, el bien de todas las personas y de toda la persona, es decir su desarrollo  pleno e integral. La política auténtica entiende y asume  el poder  como  medio esencial para  servir, para  buscar, más allá de las aspiraciones individualistas o de grupo, el bien de toda la sociedad, lo que posibilita  la paz, la concordia social y las relaciones fraternales entre todos.    La política es el ejercicio de un amor eficaz a los demás.

Recrear la política y cimentarla sobre la ética, va a suponer, entre otras cosas, que los mejores ciudadanos  den un paso al frente y se ofrezcan a liderar el país sacrificando sus intereses particulares en pro del beneficio general. Sólo  personas profundamente honestas, competentes y serviciales, le devolverán la  credibilidad y fundamento a la política, harán renacer   el entusiasmo de las mayorías y aislarán a los  arribistas  y ambiciosos.

La política genuina se opone al autoritarismo y promueve la democracia y la  libertad. Que no es hacer lo que me da la gana, sino poder hacer el bien y hacerlo bien. Amando tanto la libertad, que la respeto también en el otro, aunque sea mi adversario o mi rival. La libertad no se opone al orden y las normas. Se opone a la dictadura de leyes injustas o de  autoridades tiránicas. Las supuestas  democracias basadas en la exclusión de muchos, en la inequidad y la corrupción, no son formas participativas de organizar la sociedad, ni son genuinas democracias. Pero la solución no es la imposición represiva de políticas   que profundizan la pobreza y la exclusión.

El problema del poder no es de unos o de otros, ni mucho menos de unos contra otros, sino de todos.  Poder regulado por la ley que garantiza igualdad de derechos y  oportunidades, que es la esencia de la genuina democracia. Cuando no hay ley, el que gana es siempre el más fuerte o el más inmoral. La democracia   que garantiza la  justicia y la libertad debe incluir  la participación de todos en el acceso a una  información verídica y a los bienes esenciales a través de servicios públicos de calidad y redistribución equitativa de los bienes. Democracia donde nadie se sienta con derecho a decidir lo que los otros deben pensar, creer, hacer. Donde nadie quede excluido del derecho a trabajar, organizarse, expresarse, vivir. Donde todos podamos convivir sin renunciar a nuestra  identidad y dignidad.

 


pesclarin@gmail.com

@pesclarin

 www.antonioperezesclarin.com

.

.

.

 

 

..

 

Salir de la versión móvil