(A propósito de nuestro día del cine, 28 de enero)
Marilyn Monroe solía llegar tarde a todos los rodajes de sus películas y, además, sin haberse aprendido el guion. Le preguntaron a Billy Wilder que por qué aguantaba eso y contestó: «Tengo una vieja tía, en Viena, que estaría en el plató cada mañana a las 6 y sería capaz de recitar los diálogos incluso del revés, pero, ¿quién querría verla? Además, mientras esperábamos a Marilyn, no perdíamos totalmente el tiempo. Yo tuve la oportunidad de leer Guerra y paz y Los miserables”.
Caso contrario era Clark Gable, quien era un fanático del trabajo. Puntual y dispuesto todo el tiempo. Pero Gable tenía un pequeño problema en la muñeca de su mano izquierda. Un reloj despertador que le anunciaba cuando terminaba el horario laboral. Por más que estuviera rodando la escena de un beso, como un obrero obediente al sindicato, ante la alarma de reloj, Gable dejaba de besar.
Gable puso de moda ese reloj. Todos los técnicos se compraron uno y no había manera de hacerlos trabajar en las horas extras. Excepto en la filmación de “La tentación vive arriba”, donde aparece la famosa escena de la rejilla en la que se le levanta a Marilyn la falda. Ese día hubo un concierto de alarmas de relojes pero nadie se fue y, aunque la escena tuvo que repetirse muchas veces, los técnicos en vez de irse se peleaban por estar debajo de esa rejilla.
Quién se iba querer perder lo que Cabrera Infante definió como la Afrodita urbana, idéntica a la que hiciera Botticelli del nacimiento de Venus en el mar Egeo.
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