«Picho», titán de las batallas de zamuracas / Por Oswaldo Manrique

Sentido de Historia / Boconó 459 años

 

Siempre voló alto, estaba predestinado a ello. En los sitios abiertos, se reunía con los hijos de sus vecinos y sus inseparables seguidores: los «vagamundos escueleros», a echar a volar el producto de su ingenio, su zamuraca, con los aditamentos para lucir, competir y triunfar, en el hermoso y claro cielo de Boconó. «Picho», con su agradable cara, pelo ensortijado, piel caimada, hermosa sonrisa y palabras ocurrentes, era el líder de la alegría entre sus compañeros.

La historia cuenta que con la invasión española, llegaron también, los juegos populares de calle, que se van aprendiendo y jugando de generación en generación, transmutando de aldea en aldea, con elementos y reglas o versiones propias de cada una de las comunidades. De ahí, que en las manifestaciones lúdicas ancestrales de nuestros aborígenes, se entrometieron las que llegaron de España, entre otras, el trompo de madera o de totumo, las peloticas de piedra o barro, llamadas metras, la rayuela, a la que usualmente se lanzan monedas, y la más espacial, la zamuraca, conocida también como cometa.

En 1780, Juan Antonio Barazarte, Teniente de Justicia Mayor y Corregidor del Valle del Señor San Alejo de Boconó y demás confines, dictó un bando de “Buen Gobierno” mediante el cual, prohibió en su jurisdicción jugar perinola, que consta de un mango flaco atado a una bola con hueco, para ensartarla; esto, para que las personas no tuvieran prácticas libidinosas, e igualmente prohibió, tres en raya, y cruz y sello, porque irrespetaban los símbolos de la religión católica, prohibición que se extendía a las casas de familia y en cualquier parte del valle. Hablar de Boconó y no referirse a «Picho», es obviar una importante página de la historia contemporánea de Venezuela. Aunque parezca contradictorio, era descendiente por línea paterna de aquel Barazarte, gobernante enemigo de los juegos populares.

Aparte de su mamá Hercilia, la catira hermosa, sus dos grandes pasiones de niño fueron los juegos tradicionales y la pelota dura; para esa época, surgiendo el boom petrolero en Venezuela, ingresaba la cultura y el deporte norteamericanos. Fue gran aficionado al béisbol.

Picho, el hacedor de pelotas de trapo

 

Se inclinó desde niño a ejecutar actividades físicas, deportivas y recreativas, especialmente el béisbol, con lo cual desplegaba y perfeccionaba su fuerza natural, pero también como forma de canalizar sus inquietudes de la temprana edad. Estudió en el Colegio de Varones de la población de Boconó. En rememoración de la infancia, el escritor boconés Domingo Miliani, su amigo, lo llamaba Picho. Relató que le apasionaba el béisbol, organizaba equipos entre la muchachada del lugar. Estaba al día, en cuanto a número de jonrones, bases robadas, triples y doble plays de los juegos profesionales, así como en estadísticas de los jugadores del Cervecería Caracas y Navegantes del Magallanes, los grandes equipos nacionales de la época. La creatividad por necesidad de los llamados «vagamundos escueleros», los hacía elaborar los bates de jumangue o de naranjo, maderas duras que no rajan tan rápido; las pelotas se las compraban a “Picho”, que las vendía baratas a sus compañeros de equipo a “…tres por un real…” (Miliani, Domingo. Los tres Clavo. pág. 49. Alcaldía de Boconó. 2013); porque además, de las reglas del juego, impusieron otras no de librito, pero regla a cumplir, que, el bateador que la perdía le tocaba reponerla; bola perdida bola pagada.

Este oficio desempeñado por Picho, tenía su técnica, cosía pelotas de cabuya a mano, requería fuerza, paciencia y precisión; las elaboraba buenas y por el precio resultaban una ganga, hasta que se incorporó al equipo del Unión Obrera, donde estaban los peloteros de la Calle Arriba, al que él vecinalmente pertenecía. Los otros «vagamundos escueleros» y compinches, lo iban a ver jugar y pegar jonrones, contra el eterno rival: Cigarrilleros del Bandera Roja.

El profesor Evelio Barazarte, su primo, da fe que “Picho”, de muchacho trabajó en una panadería. Igualmente, hace remembranza de cómo en aquellas tardes acudían a la Gran Colombia o Calle Larga, una de las nueve flacuchentas calles, en las que se encontraba organizado el tránsito en Boconó, a jugar pelota caimanera, menos los sábados, que se convertía en mercado. Asi, aquel pueblo de agricultura, tenía su propio campeonato de muchachos beisboleros.

El Titán de las batallas de zamuracas y cometas

 

Al llegar la temporada, como en todo pueblo de provincia, los muchachos emprendían la elaboración de sus naves intercelestes y aerodinámicas, con los mas particulares colores y dispositivos de combate, propios de su imaginación. Ahí destacaba “Picho”, elevando cometas, zamuracas y papagayos. Cuando el viento estaba parejo y alto, hacían “duelos con hojillas encajadas en madera, amarradas a las colas de trapo…” (Miliani: 43); si no organizaba la escuadrilla, que era más una caravana de cometas de papeles lucidos y fosforescentes colores, con largas colas de tela, palpitando en vuelo, se formaban los grupos de tres o cuatro amigos para la batalla, con el objetivo de tumbar a los inexpertos o descuidados en el corte del hilo a tiempo. Eran combates de táctica y estrategia aérea, de escapes y persecuciones en el propio techo de las nubes, conocía el curso del viento, donde la carrera del ponedor en sincronía con el manejo de la pita, daban el don de la elevación del astro. Los «vagamundos escueleros», como les llamaban los vecinos, a veces no iban a clases, por presenciar estas jornadas aéreas, sobre todo cuando “Picho” desafiaba con sus modelos armados de cuatro cruces de hojillas; “…nadie como Picho para calcular los frenillos de una cometa nunca se va de lado, los tres hilos quedan en proporción…”(Miliani: 99). Desde los diez años, se notaba su capacidad organizativa y de liderazgo, su carácter indomable y la perseverancia en sus cometidos. Su infancia y parte de su juventud, desde donde soñaba con sus inmensos horizontes libertarios, la vivió en la casa N° 3-2, de la Avenida 7, Constitución, de Boconó. Aun permanece en pie, la que ha tenido pocos cambios. Allí transcurrió una importante etapa de su vida. Infancia y adolescencia, en un contexto semifeudal, en la primera mitad del siglo XX. Hercilia, su madre, le profesaba una especial atención, lo consideraba su mano derecha, entre ellos existió esa especie de complicidad que les permitía entenderse y que los unió hasta el final de sus días; cuanta diligencia o mandado se requería se lo encomendaba; en una ocasión, se acercaba la hora del almuerzo y le dijo: “Dígale a su abuelo que venga a comer…¡pero que traiga qué!…” (Conversación con Evelio Barazarte, en Boconó, 15 de abril 2015); insospechada frase, de la que brota el humor andino aun en situaciones embarazosas. En los genes le venía la gracia y la alegría a “Picho”, que le fue tan característica en su agitada vida. Al terminar sus estudios primarios y alargarse los pantalones, a principios de 1947, decide irse a trabajar y a continuar sus estudios de bachillerato a la ciudad de Cabimas, estado Zulia. Antes, había escuchado a Jóvito Villalba pronunciar un discurso en Boconó. Esas palabras lo motivan a incorporarse a la militancia partidista. Con esa madurez, abandonaba la adolescencia prematuramente para adquirir y asumir compromisos de vida y de ser adulto. Entre el 26 de julio y el 4 de agosto de 1959, siendo parlamentario, encabezó como una de las figuras más importantes de Latinoamérica, la delegación juvenil rebelde de Venezuela, en el VII Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes “Por la Paz y la Amistad”, realizado en la ciudad de Viena, Austria. «Picho» seguía volando alto, hasta que desde su privilegiada posición, en 1962, observando la crítica realidad socio económica de su pueblo, cambió de aeronave y se montó en la revolucionaria verdadera, para la toma del Poder.

En el cuatricentenario de Boconó, desde la prisión, escribió: «Me siento orgulloso de mi origen como también de mi pobreza. Tus cuatro siglos de vida los celebro como un humilde combatiente, como un sencillo soldado cuyo único mérito es haber comprendido la exacta realidad de su pueblo y si de algo tengo que vivir contento es precisamente de ello… solo me importa tierra amada que cumplas 400 años sin que todavía conozcas la felicidad…conformarte con mirar las calles adornadas con bambalinas multicolores y a tus pobladores artificialmente alegres».

“Picho” goza de un relevante lugar en la historia política y ética del país, su pensamiento y obra apenas se ha mirado, casi nada se recuerda de la admirable biografía de José Martí. “Picho”, hombre carismático, elegante, alegre, gozaba del poder de convencimiento, lo demostró en la resistencia contra el tirano Pérez Jiménez; fue célebre por el buen uso de la palabra, tenaz periodista, que se proyectó en el firmamento de la prosa brillante; elegante y frontal en el debate, todavía retumba en la sede de la hoy Asamblea Nacional, su rebelde exigencia a finales de 1960, de la aprobación de una nueva Constitución para la República. Sin duda, fue el ser de los momentos estelares, lo demostró aquel 23 de Enero de 1958, o cuando se le reconoció como el comandante de la esperanza revolucionaria, en tan pocos años de vida, por supuesto, un caso ejemplar y excepcional en la historia política venezolana.

«Picho», se convirtió en la auténtica esperanza de la gente sencilla, pero en una gran conspiración contra la historia, desde los altos mandos, acabaron con su vida física, pero no lograron impedir su alegre y titánico vuelo, piloteando su reluciente e histórica zamuraca de los vientos, navegando en las alturas de la conciencia de los venezolanos, aspirantes de un futuro mejor para la Patria. El nombre verdadero de «Picho», es: Fabricio Ojeda.

La síntesis de la dedicatoria, escrita por el ensayista boconés e investigador de literatura hispanoamericana Domingo Miliani, a “Picho”, en su novela póstuma Los Tres Clavo, es la siguiente:

A Picho
Orillero
Revolucionario
Asesinado
Que nos enseñó a fabricar cometas
Y a volar…
Con dignidad.

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