El mandatario argentino, general Juan Domingo Perón tenía asegurada su segunda presidencia. Había reformado la Constitución con el voto libre de sus seguidores y nada se interponía en sus planes. Todos esperaban que se consumara la dupla Perón-Evita para las elecciones de noviembre de 1951, sin embargo, no lo quiso así el destino. Eva Perón estaba herida de muerte y cayó en cama, sin poder ocultar su estado. Tanta lucha, tanto esfuerzo, tanta vehemencia habían acabado con su frágil cuerpo. Tenía, Perón, por otro lado, otros enemigos, sus mismos compañeros de armas.
A dos meses de las elecciones estalló una revuelta militar encabezada por un general retirado. Benjamín Menéndez culpaba al presidente de haber llevado a la nación “a la quiebra total de su crédito interno, tanto en lo moral, lo espiritual, como en lo material”. Perón lo acusó de quererlo asesinar junto a Evita en el Campo de Mayo, donde se realizaría una ceremonia castrense; es de indicar que entre los oficiales comprometidos estaba el joven Alejandro Lanusse, quien gobernaría la nación a las dos décadas de estos sucesos. La salud de su esposa obligó a Perón asistir al compromiso sin su compañía. Solo se anunciaba que la primera dama recibía una transfusión de sangre debido a una anemia de “mediana intensidad”. Eva apenas tenía alientos para pedir a Dios el restablecimiento de su salud, “no para mí –expresó- sino para Perón y su pueblo, para que pueda unirme otra vez a mis descamisados en lucha”.
Perón debía culminar su campaña proselitista. Entregó el mando al presidente del Senado, el contraalmirante retirado Alberto Teisaire, aquel que calificó a Eva como “la mujer más grande del mundo”. Como el preámbulo de días fatales, el general decidió tomar este camino, pues el vicepresidente Hortensio Quijano estaba recluido en un sanatorio luego de haber sido intervenido quirúrgicamente. Teisaire prestó el juramento ante un magistrado interino de la Corte, pues el titular también había caído enfermo. El 3 de noviembre, Eva Perón fue internada en el policlínico “Presidente Perón”. Fue operada y retornó en una semana a su casa.
Juan Domingo Perón venció en los comicios del 11 de noviembre de 1951 en los que las mujeres votaron por primera vez. Arrasó con los votos obteniendo más de cuatro millones y medio, contra dos millones trescientos mil de su inmediato contendor. Los peronistas llevaron al Congreso seis senadoras y veintidós diputadas. Sin embargo, por la enfermedad de Eva, la alegría no fue efusiva. El general presentía que 1952, no sería un año feliz.
En efecto, el 3 de abril falleció el vicepresidente Hortensio Quijano, luego de ser operado en tres ocasiones y el 26 de junio se anunciaba el deterioro de la salud de Eva. La mayoría peronista de la Cámara de Diputados aprobó por unanimidad “erigir estatuas de la señora Eva Duarte de Perón en Buenos Aires y en las capitales de todas las provincias y territorios argentinos”. La marcha “Evita Capitana” era difundida por las calles a través de altavoces transportados en camiones. La poderosa Confederación General del Trabajo revindicó el nombre de la enferma, “después que “el imperialismo capitalista” trató de impedir la circulación de su libro “La Razón de mi Vida” en Estados Unidos y otros países”.
Ni la ciencia ni los médicos pudieron hacer nada más por la salud de la agonizante. María Eva Duarte de Perón falleció el 26 de julio de 1952, a las 8 y 25 de la noche en la residencia presidencial del barrio de Palermo de Buenos Aires a causa de una “anemia perniciosa”. Perón apagó la lámpara ubicada al lado de su cama, exactamente a la hora de su muerte. De inmediato se decretó rendirle honores militares “correspondientes a Presidente de la República que fallece mientras desempeña el cargo”. Sus restos fueron llevados hasta la sede del Ministerio del Trabajo donde desempeñó su labor social. La gente humilde, sus “descamisados”, hicieron una larga fila de tres kilómetros para poder ver el sencillo ataúd negro de madera. Las coronas superaron las 40.000, debiéndose colocar en la calle por falta de espacio; la situación precisó importar flores desde Chile y Uruguay.
El Congreso decidió que el “26 de julio” fuese declarado día de duelo nacional, también acordó llamar con el nombre de la extinta el período legislativo de este año. Los sindicatos presionaron para que se cambiara el nombre de la capital “La Plata” y se le designara como “Eva Perón”. Otra organización de obreros se dirigió al papa Pío XII, pidiendo iniciar el proceso de beatificación y canonización de quien llamaron “Santa Evita”, acotando uno de sus líderes, que el pontífice solo debía ratificar “la decisión del pueblo argentino, que ya había hecho santa a la señora Perón”. El secretario de la Confederación expresó que “ha nacido una santa, Santa Eva de América”. El ministro del Interior la calificó como “mártir del trabajo, eminencia de la justicia, santa de la protección del cielo de los humildes, horizonte de los desposeídos, sol de la ancianidad, hada de los niños”, exclamando, al final: “¡Eva Perón que estás en el cielo! ¡Eva Perón que sigues en el cielo!”.
No fue sepultada. Sus restos fueron llevados hasta la sede de la Confederación General del Trabajo hasta que fuera culminado un “mausoleo monumental” que se levantaría en Buenos Aires. Se dispararon 21 cañonazos, una corneta hizo el toque de silencio y se rezó un responso. Concluido este, todas las emisoras del país suspendieron sus transmisiones durante una hora. Se dijo, incluso, que pensaron inhumarla junto a la tumba del libertador San Martín en la catedral bonaerense. El desbordamiento de la multitud desde que se anunció su muerte ocasionó quince muertos y numerosos heridos.
Eva Perón falleció a los treinta años de edad sin dejar descendencia, pero no desapareció de la existencia de los argentinos. Su otra vida, apenas comenzaba.
Luis Hernández Contreras