Sus ojos recuerdan el color del mar de donde vino, son de un azul intenso, heredados –dijo- de su padre, un español que se casó con una venezolana de donde nace él y sus hermanas, a las que tampoco volvió a ver desde hace más de dos décadas.
No se sale a la calle en Venezuela sin conseguir al menos un abuelo en situación de mendicidad, ellos ya no pueden trabajar y tender la mano es la alternativa que les quedó ante el desamparo de gobierno, familia y de sociedad. Luis Jiménez, es uno de los casos, y tras él hay una historia de tragedia inimaginable, la cual recuerda al detalle, porque a pesar de sus 81 años está claro en sus ideas y de su único sueño, el que relata si se detienen a escucharlo.
Hace 21 años Luis Jiménez había hecho un viaje a Maturín, en casa quedaron sus tres hijas, dos de ellas abogadas y una ingeniera, también quedó su esposa aguardándolo. Lo que no sabía Jiménez era que jamás las volvería a ver, ni un retrato de ellas le quedó. Las aguas se llevaron todo rastro de su familia, víctimas fatales de una de las tragedias más grandes que ha tenido Venezuela este siglo, la de Vargas.
La desesperación al no conseguir nada, ni familia, ni vecinos, ni amigos se apoderó de Jiménez. Cuenta que su madre también se la llevó el agua.
La desolación fue su compañera desde entonces, y a través de los programas de reubicación de los damnificados fue destinado al Táchira, donde recibiría una vivienda, según le ofreció el gobierno, pero nunca se la dieron: “pregúntele al … Chávez por qué estoy aquí, con el perdón de la palabra”, dijo para referir porque viajó desde Vargas hasta la capital tachirense hace 21 años.
Desea que el mar también se lo hubiese llevado
“Lamentablemente me hubiera gustado estar con mi familia cuando Vargas se hundió. No tuviera rogándole a nadie ni pa´ comer, ni estaría durmiendo en la calle, ni estaría enfermo como ando. Nadie me ha tendido la mano, puro engañarme, engañarme y engañarme, que te voy a ayudar, que te voy a regalar”.
Cuenta Luis Jiménez que tenía una vida muy normal, casa, hijas y una esposa. “mi esposa era profesora y yo también, de educación física”, hoy su mayor aspiración es tan sencilla como propia del derecho que le asiste en este país, “lo que deseo es estar en un ancianato donde pueda comer, dormir, no pasar hambre. Donde me atienda un médico o una enfermera”.
– ¿Usted duerme aquí en Farmatodo?
– “No, no aquí no. Yo duermo en el hospital o en otra parte, así ando hija, rodando”.
– ¿Y para comer qué hace, es lo que le den?
– “Para comer lo que me dan hija, y cuando no me dan me acuesto sin comer hija”.
– ¿Su mayor deseo es estar en un ancianato y me dice que le han hecho un ofrecimiento?
– “Si, hay uno, hay dos, pero yo no tengo cómo irme para allá”.
– ¿Cuáles son las opciones, las posibilidades de los ancianatos de los que habla, cuéntenos?
– “La dos casas que le digo, me dicen que están en El Cobre (municipio José María Vargas). Hay un señor que es de El Cobre y él me ofreció meterme en una de las dos casas de ancianos porque ellos colaboran con los alimentos de las casas de los ancianos allá. Y él me dijo, ´usted me busca en el bodegón y yo lo llevo, porque nosotros aportamos alimentos para los ancianos’”.
“¿Usted cree que esto es justo? que yo ande por la calle, sin tener ni cómo bañarme y rogándole a la gente que me ayude”, agrega.
– ¿Recuerda la última vez que tuvo una camita caliente para reposar?
– “!Ay!, hace 20 años mi hija. Extraña uno todo eso, y a mis tías, mis hermanas, mi mamá. Todo lo extraño. Más nunca vi un familiar, ni vecinos tampoco. Todos murieron”.
Todo en la tragedia
Luis Jiménez, estaba a un lado de la entrada del Farmatodo de la avenida 19 de Abril, en San Cristóbal, bajo la aleta de la tienda se cubría de la lluvia, mientras titiritaba de frio y dijo que nada tenía para comer ese día, así que cada que pasaba cerca una persona les decía, “ayuda por favor”.
La familia de su esposa, menciona Jiménez, vivía en el barrio Libertador de San Cristóbal cuando él se conoció con ella, “no los he contactado, ni quiero amistad con ellos porque sus hermanos no estuvieron de acuerdo que yo me casará con ella. Pero yo la hice muy feliz a ella. Se llamaba Teodocia Márquez Rodríguez. Si también se la llevó la tragedia”.
“A veces le pido a la gente y siento que es peor que si les hablara un perro, a los que beben miche si les dan para que compren, pero yo que no bebo, a veces ni me miran”.