Ernesto Rodríguez (ernestorodri49@gmail.com)
Es bien conocido que existe una percepción subjetiva del tiempo y que tal percepción varía según la edad.
En efecto, cuando somos niños el tiempo transcurre más lentamente que cuando somos adultos y hay varias explicaciones para dar cuenta de ese cambio en la percepción subjetiva del tiempo. En primer lugar, desde el punto de vista fisiológico los niños tienen tasas metabólicas (por gramo) más elevadas que los adultos y por eso viven a un ritmo más acelerado. Los niños corren de un lado para otro, y cambian entre distintas actividades y estados de ánimo a mayor velocidad que los adultos. Pero si viven a un ritmo más rápido que los adultos, el mundo les parece que va muy despacio. En consecuencia durante la infancia los minutos y los días transcurren subjetivamente a un ritmo más lento y tienen más vivencias en un determinado lapso.
Por el contrario, las personas de edad avanzada tienen una tasa metabólica menor que los jóvenes, y por eso las actividades, los pensamientos y los estados de ánimo cambian con menos frecuencia, es decir, hacemos menos cosas y dentro de este marco de referencia más lento, el mundo externo parece ir más rápido: las horas, los días y los años transcurren a toda velocidad.
En segundo lugar, hay el factor “novedad”: para un niño todo es nuevo y le produce interés, mientras para un adulto cada vez hay menos cosas que puedan constituir una nueva experiencia estimulante. Así, a medida que se avanza en edad, la vida se puede ir convirtiendo en una serie de rutinas inacabables, y la persona se cierra a toda innovación. En comparación con los muchos años que ya ha vivido, cada año parece transcurrir más rápido que los anteriores (1).
Probablemente amiga lectora o lector, si usted ya tiene alguna edad, habrá experimentado lo siguiente. Usted recordará muchas vivencias importantes en su vida que sucedieron en unos pocos años de su juventud mientras luego los años pasaron relativamente más rápido y sin vivencias tan importantes.
El gran escritor ruso Nikolay Gogol (1809-1852) en su obra: ‘Almas Muertas’ (1842) describe de manera un tanto patética esa pérdida de la capacidad de asombro con la edad. Así, el protagonista Pavel Chichikov dice: ‘Hace mucho tiempo, en mi incipiente juventud, durante los años de mi infancia (…) representaba para mí una gran alegría llegar por vez primera a un lugar desconocido, tanto si era una pequeña aldea como una pobre villa, cabeza de distrito, un pueblo grande o una barriada: mi insaciable mirada infantil descubría una infinidad de cosas curiosas. Un edificio cualquiera, todo lo que se me aparecía bajo el sello de la novedad, era para mí motivo de admiración (…) En la actualidad llego con indiferencia a cualquier aldea desconocida, y contemplo también con indiferencia sus vulgares construcciones” (Cap. 6).
Por eso, es bien conocido que la monotonía y la rutina en la vida cotidiana tienen como consecuencia que se perciba que el tiempo transcurra más rápido y la vida sea menos rica en calidad y menos diversa en experiencias. En general, se sabe que a medida que una persona avanza en edad, percibe que los años transcurren más rápidamente. Eso se debe a que la persona se ‘acostumbra’ a una serie de experiencias que en su juventud le resultaban muy novedosas.
El gran escritor alemán Thomas Mann (1875-1955), Premio Nobel de Literatura en 1929, describe muy acertadamente lo que es la percepción subjetiva del tiempo en su obra: ‘La Montaña Mágica’ (1924). En la novela, Hans Cartorp es un ingeniero comerciante alemán en Hamburgo, y su médico le recomienda que vaya a la montaña para un descanso. Cartorp decide visitar a su primo Joachim Ziemssen, que es paciente en el Sanatorio Internacional Berghof en Davos-Platz en las montañas de Suiza. En un principio, Cartorp pensaba estar solamente tres semanas y volver a Hamburgo, pero en el Sanatorio contrae un resfriado que luego se le agrava y le diagnostican tuberculosis y permanece más de siete años. Allí en el Sanatorio, Cartorp descubre que las nociones comunes sobre el tiempo no existen. Día tras día transcurren sin cambio con la misma rutina: medir la fiebre, comer, la cura de reposo, esperar y tomar el té. Le parece que el tiempo se hubiera abolido. En la novela, los dos primeros días en el Sanatorio, cuando hay un mundo nuevo por descubrir, ocupan tres capítulos. Los dos capítulos siguientes describen lo que Cartorp vive durante los siete meses siguientes, y solamente hay dos capítulos para los seis años restantes.
Thomas Mann dice: “los años ricos en acontecimientos transcurren con mayor lentitud que los años pobres, vacíos y carentes de peso, que el viento barre y pasan volando. Lo que llamamos hastío, pes, es consecuencia de la enfermiza sensación de brevedad del tiempo provocada por la monotonía. Los grandes períodos de tiempo, cuando transcurren con una monotonía ininterrumpida, llegan a encogerse en una medida que espanta mentalmente el espíritu. Cuando un día es igual que los demás, es como si todos ellos no fueran más que un único día, y una monotonía total convertiría hasta la vida más larga en un soplo que, sin querer, se llevaría el viento. La costumbre hace que la conciencia del tiempo se adormezca o, mejor dicho, quede anulada, y si los años de la niñez son vividos lentamente y luego el resto de la vida se desarrolla cada vez más deprisa y se acelera, también se debe a la costumbre. Sabemos perfectamente que introducir cambios y nuevas costumbres es el único medio del que disponemos para mantenernos vivos, para refrescar nuestra percepción del tiempo, en definitiva, para rejuvenecer, refortalecer y ralentizar nuestra experiencia del tiempo y, con ello, renovar nuestra conciencia de la vida en general. Este es el objetivo del cambio de aires o lugar, del viaje de recreo: la recuperación que permite lo episódico, la variación. Los primeros días de permanencia en un lugar nuevo transcurren a un ritmo juvenil, es decir, robusto y desahogado, y esta fase abarca unos seis u ocho días. Pero luego en la medida en que uno se ‘adapta’ comienza a sentir cómo se van acortando; quien aprecia la vida o, mejor aún, quien desea apreciarla, percibe con horror cómo los días se van haciendo ligeros y fugaces de nuevo, y la última semana – por ejemplo de cuatro – posee una rapidez y fugacidad terribles” (2).
En verdad, cuando la vida es rutinaria, monótona, empobrecida en todos los aspectos y carente de variedad, entonces una persona percibe que el tiempo transcurre con más rapidez.
El autor alemán Stefan Klein (nac. 1965) es físico, filósofo y biofísico, y es un reconocido divulgador de temas científicos. En su importante obra: ‘El Tiempo. Modo de Empleo’ (2006), en el Capítulo 8 corrobora las apreciaciones de Thomas Mann sobre la percepción subjetiva del transcurso del tiempo. Luego, en el ‘Epílogo’ de su obra, titulado: ‘Una nueva cultura del tiempo’, Klein sugiere seis pasos para disfrutar al máximo nuestro tiempo. Como ‘Primer Paso’ sugiere ‘El dominio del tiempo’ y como ‘Sexto Paso’ sugiere ‘Seguir nuestras preferencias’ (3). Pero precisamente esos dos pasos son los que una persona no puede realizar cuando las circunstancias sociales le restringen severamente sus opciones de vida.
La filosofía oriental ZEN insiste mucho en la importancia de vivir plenamente cada instante, la importancia de “volver a ser niño”, lo cual implica la capacidad de asombrarse e interesarse por las cosas más sencillas de la vida cotidiana. Entonces si una persona adulta retiene esa capacidad que tenía durante su infancia, quizás su vida podría ser más repleta de vivencias. Es decir, quizás podría vivir con más plenitud cada instante y su vida sería más entretenida e interesante.
NOTAS: (1) La información sobre las causas fisiológicas la he tomado de Pags. 150-151 en Guy Brown (2002) ‘La Energía de la Vida’. Editorial Crítica. (2) Thomas Mann. ‘La Montaña Mágica’, Capítulo IV, sección titulada: ‘Excurso sobre la conciencia del tiempo’. La cita la he tomado de Pags. 151-152 en la edición de Edhasa (2008). Traducción de Isabel García Adáñez. Esta edición se considera muy confiable. (3) Pags. 297-307 en Stefan Klein ‘El Tiempo. Modo de Empleo’. Ediciones Urano (2007). Barcelona. España.
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