Pedro Pablo Aguilar…bastión trujillano de la democracia

Con su deceso se va otra referencia del Trujillo influyente en la política nacional desde los años 50 y dirigente de singular e inigualable desempeño dentro del partido Social cristiano Copei.

 

Gabriel Montenegro/DLA.- La noticia sobre el fallecimiento de Pedro Pablo Aguilar a 93 años de prolija existencia, no sorprende al conglomerado regional de ninguna manera; no porque su deceso no tenga el impacto que merece su investidura como político de alta factura para los trujillanos, sino porque sin dudas vivimos una época en la cual ya la mayoría de nuestros viejos caudillos políticos han quedado en el anonimato y otros tantos en el olvido total.

Atrás quedó la leyenda de hombres como Aristides Calvani, uno de sus compañeros de lucha y doctrina, del Arturo Uslar Pietri político y no escritor; del polémico Jóvito Villalba, de Miguel Angel y Régulo Burelli Rivas; del propio coetáneo Alejandro Sanchez Cortés, con quien compartió roles, tanto en la extinta Cámara de Diputados y Cámara del Senado en reiteradas oportunidades.

Muy pocos recuerdan que Pedro Pablo Aguilar, nacido en el 1929 en el pequeño y lindo caserío de San Lázaro, ha sido uno de los trujillanos de mayor significación en nuestra historia política contemporánea.

Secretario General del partido Socialcristiano Copei, al cual se une en su nacimiento del año 1946, y donde se consolidó como uno de los dirigentes más respetados y serios de su época, tiempo de brillo donde el doctor Rafael Caldera Rodríguez lo llama a integrarse en al nuevo concepto del denominado «humanismo político» que proponía el naciente Copei.

No defraudó este acucioso e inquieto personaje llegado de las tierras andinas, en su tarea asignada y en corto tiempo se convierte en referencia de la dirigencia nacional, y aunque fue etiquetado por muchos como «simple», su opinión siempre fue valiosa, acertada y oportuna, lo cual lo colocó en sitio privilegiado dentro del concepto de las racionalidad a la hora de formar frentes para asumir cualquier exigencia que se ameritaba.

 

No en balde dirigió Pedro Pablo a la tolda verde como máximo jefe por ocho años, demostrando no solo capacidad, sino organización y enorme poder de convocatoria como caudillo y líder de comprobada credibilidad.

Pedro Pablo fue también hombre de universidad, de lucha en la calle contra las dictaduras y de firme convicción democrática como estudiante y luego insigne profesor de Ciencias Políticas, tanto en la UCV como en la Católica Andrés Bello.

Antes del descalabro y posterior caída de Copei, como protagonista del denominado bipartidismo que gobernó el país por cuarenta años, rompió filas internas y enfrentó decididamente en su momento al gran líder y fundador Rafael Caldera, tejiendo alianza rebelde con los recordados Pepi Montes de Oca y Luis Herrera Campins.

El rechazo posterior de Caldera por sus denominados e incondicionales «delfines», Douglas Dáger, Oswaldo Álvarez Paz y el «Tigre» Eduardo Fernández, le daría la razón sobre su inconformidad con el patriarca copeyano, a pesar que se le ligaba de manera ferviente al denominado «puntofijismo», encarnado precisamente por el hombre que le abrió puertas en Copei.

 

¿Nada por el estado Trujillo?

A Pedro Pablo se le acusa además de no ser muy proclive a buscar mejoras y reivindicaciones desde las altas esferas del poder para beneficio de su tierra trujillana; sin embargo muchos de esos críticos y detractores de su legado, ignoran que cuando estuvo al frente de la Cámara de Diputados, de la Comisión de Agricultura y como senador, fue uno de quienes diligenció muchas de las obras y construcción de viviendas populares para nuestra entidad.

Tambien, en una encuesta realizada en la década de los años setenta, fue elegido de manera unánime como el «político más agrio de Venezuela» tal era el grado de su popularidad como hombre terco e impenetrable, esto a la hora de asumir posturas desde su trinchera ideológica.

Parte a sus 93 años este hombre de la política vieja y buena, un «sanlazareño» cuajado por la efervescencia de su época, pero destacado como un brillante intelectual y maestro de la estrategia política, especialmente cuando se trataba de apaciguar ánimos, mediar cuando era necesario, o poner orden dentro de las filas en las cuales militó.

 

 

 

 

 

 

 

 

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