Pedro Bracamonte Osuna en mi amistad | Por:  Alexi Berríos Berríos 

Al enterarme de su fallecimiento por medio de la voz sollozante de nuestra querida amiga Thais Huz, el cuerpo se me congeló para luego pensar pausadamente en esa amistad que comenzó hace alrededor de dos lustros a causa de su preocupación por el acontecer local.

Dando cuenta de ello, aparece en mi memoria la imagen de la primera conversación que sostuvimos con respecto a Valera en el cubículo que ocupé como profesor y coordinador de la «Línea de Investigación de Historia Regional y Local Mario Briceño Iragorry» de la Universidad Nacional Experimental Simón Rodríguez. Fue entonces cuando ubicamos algunos temas y personajes valeranos escondidos o ignorados en la menuda e interesante labor de historiar. Todo eso, claro está, bajo la óptica microhistórica del maestro mexicano Luis González González y de tres grandes versados venezolanos, como son: Tulio Febres Cordero, Mariano Picón Salas y Mario Briceño Iragorry. Ateniéndose a ellos, Pedro Bracamonte Osuna buceó en fuentes orales creíbles acompañadas de los recursos fotográficos, hemerográficos y vivenciales que poco a poco fue transformando en letra para así aportar un conjunto de crónicas que dan lustre a la Valera antañona. Él no llovió sobre mojado y penetró en las ausencias para dar luz al paraje de siete colinas, advertido del rigor que posee el caldo cultural para la comprensión en redondo de un sitio específico.

En vista de esta consideración, Pedro Bracamonte Osuna deja su aporte en el cofre de la vida simplificado en palabras y sin tristeza, ya que se marchó a buscar lugares más altos donde seguro estoy habrá grandes días con micrófonos nuevos y espacios abiertos para seguir informando y haciendo ciudadanía. Eso basta para sacar en claro su tránsito a una geografía colmada de sonrisas y de ideales posibles, mientras yo conservaré su nombre en mi pequeña libreta de amistades apuntado con P mayúscula.

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