Pedagogía de la Alegría |  Por. Antonio Pérez Esclarín 

 

La vuelta a las clases presenciales, después de tantos meses en que  los alumnos no han podido reunirse con sus amigos y han debido soportar el aislamiento y la soledad, nos debe impulsar a cultivar, junto a los protocolos  sanitarios necesarios, la pedagogía de la alegría.

La alegría es un valor fundamental del ser humano. Por ello, hay que proponerla y cultivarla. Al alumno hay que tratarlo con alegría que es el signo que acompaña siempre a cualquier tarea creadora. Hacer feliz a un niño es ayudarle a ser bueno. Si hay alegría, hay motivación, deseos de aprender.

La alegría afirma la existencia de cada alumno. Si el educador no se alegra por la existencia de cada alumno, sin importar su situación y condiciones, en el fondo lo está rechazando y negando. En consecuencia, la pedagogía de la alegría sólo será posible si cada educador acude con entusiasmo, con el corazón bien maquillado,  al encuentro gozoso con sus alumnos.  El maestro o profesor debe ser siempre una persona entusiasta. Si él está alegre, el acto educativo será gozoso y motivador, pero si está amargado o ha perdido la ilusión, su clase será un fastidio. Un educador alegre se esfuerza por apartar sus preocupaciones y problemas y se mantiene  siempre positivo y cercano, con una sonrisa en sus labios y una palabra de aliento. Esto no indica que el educador deba ser sumiso y renunciar a luchar por sus derechos hasta lograr  un sueldo y unas condiciones de trabajo que le permitan vivir con dignidad, sentirse bien y continuar su formación. Pero esa lucha debe ser sin perder  el entusiasmo y el servicio, y  sin permitir que sean los alumnos los que terminen pagando su lamentable situación.

Quedan prohibidas, en consecuencia las palabras ofensivas y desestimulantes, las amenazas,  los insultos,  los ejercicios tediosos y aburridos, las memorizaciones sin entender, los aprendizajes inútiles.  Hay que volver al saber con sabor; hay que recuperar la  escuela (scholé) como lugar del disfrute en el trabajo creativo y compartido,  pues hemos convertido la enseñanza en algo muy tedioso y aburrido.  Necesitamos en consecuencia “recrear” la escuela para que no siga privilegiando  la repetición, la copia y el caletre,  sino que cultive la creatividad y la convivencia..

Desterremos  las jornadas monótonas, siempre iguales. Cada día debe ser una sorpresa, cada actividad una fuente de asombro. Los alumnos acuden al centro educativo no a repetir rituales aburridos, sino a dejarse sorprender por la innovación y la creatividad. Los salones se convierten en talleres y laboratorios donde se aprende a crear y producir y no a copiar y reproducir.

En momentos en que impera la inseguridad y la violencia,  los centros educativos deben ser lugares de inclusión y de acogida,  recintos de vida, donde todos los alumnos se sientan a gusto, seguros, valorados y queridos. Las aulas y todos los recintos escolares deben invitar a la alegría y ser atractivos en lo físico y en el ambiente irradiador de aceptación, comprensión, ayuda. Con frecuencia, el ambiente de los recintos escolares y de sus alrededores, el abandono, el descuido, la suciedad, la frialdad desnuda de los salones, y unas relaciones centradas en el autoritarismo y el miedo, traen mucha niebla de desmotivación y fastidio. Si pretendemos una educación en la alegría, cada plantel tiene que ser un manantial de confianza y amistad, un espacio digno, pulcro, que irradie vida y donde todos se sientan bien.

 


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